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Elizabeth permaneció de pie junto a la ventana de su bungalow y miró hacia el edificio principal justo a tiempo para ver entrar a los invitados. Insistió en que Nelly se fuera.

—Ha sido un día largo para ti y me siento muy bien ahora. —Se había levantado para tomar un té con tostadas, luego se dio una ducha rápida con la esperanza de que el agua fría la despejara un poco. El sedante la había dejado un poco mareada.

Se puso un suéter blanco y un par de mallas oscuras, su indumentaria favorita. De alguna manera, estar así vestida y con el cabello recogido con informalidad la hacía sentirse ella misma.

Habían desaparecido todos los invitados, y luego vio a Scott dirigirse hacia su habitación.

*****

Se sentaron frente a frente, inclinados hacia delante, con ganas de comunicarse y sin saber muy bien por dónde comenzar. Al observar la mirada amable e interrogativa de Scott recordó que Leila una vez le dijo: «Es el tipo de hombre que hubiera querido tener como padre». La noche anterior, Sammy le había sugerido que le mostrara la carta anónima.

—Lo siento, pero no podía aguardar hasta mañana para verte —le dijo Scott—. Hay muchas cosas sobre la muerte de Sammy que me molestan. Por lo que sé hasta ahora, Sammy condujo ayer cinco horas desde Napa Valley hasta aquí. Llegó a las dos de la tarde y no la esperaban hasta entrada la noche. Debía de estar bastante cansada, pero ni siquiera se detuvo un momento para deshacer su equipaje. Fue directamente a su oficina. Dijo que no se sentía bien y no se presentó en el comedor, pero la camarera me informó que había una bandeja en la oficina y que ella estaba ocupada revisando bolsas de correspondencia. Luego, vino a verte y se fue alrededor de las nueve y media. Debía de estar exhausta para entonces, sin embargo, regresó a la oficina y encendió la fotocopiadora. ¿Por qué?

Elizabeth se puso de pie y empezó a caminar por el cuarto. Sacó de su maleta la carta que Sammy le había enviado a Nueva York y se la mostró a Scott.

—Cuando me di cuenta de que Ted estaba aquí, quise irme de inmediato, pero tenía que esperar y ver a Sammy para saber de qué se trataba todo esto. —Le contó acerca de la carta que habían robado de la oficina de Sammy y le mostró la transcripción que Sammy había hecho de memoria—. Es bastante parecido a lo que decía.

Cuando vio la escritura de Sammy, a Elizabeth se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Encontró otra de esas cartas anónimas en una de las sacas que revisaba anoche. Iba a hacer una copia para mí, y pensábamos llevarte a ti el original. La he escrito tal como la recuerdo. Esperábamos que se pudiera investigar el original. La letra de las revistas está codificada, ¿no es así?

—Sí. —Scott leyó y releyó las transcripciones de las cartas—. Qué sucio.

—Alguien estaba tratando de destruir a Leila —dijo Elizabeth—. Hay alguien que no quiere que esas cartas se encuentren. Alguien sacó la carta que estaba en el escritorio de Sammy ayer por la tarde y la otra que Sammy llevaba consigo.

—¿Me estás diciendo que pudieron haber asesinado a Sammy?

Elizabeth vaciló y luego lo miró directamente a los ojos.

—No puedo responder a eso. Pero sé que alguien estaba lo suficientemente preocupado por esas cartas como para querer recuperarlas. Sé que esas cartas pueden explicar la conducta de Leila de los últimos días. Precipitaron la pelea con Ted, y están relacionadas con la muerte de Sammy. Te juro, Scott, que voy a encontrar a quien las ha escrito. Tal vez no pueda hacerse un procesamiento criminal, pero tiene que haber alguna manera para que esa persona pague. Es alguien que estaba muy cerca de Leila, y tengo mis sospechas.

Quince minutos después, Scott dejó a Elizabeth con las transcripciones de las dos cartas en el bolsillo. Elizabeth creía que Cheryl había escrito esas cartas. Tenía sentido. Eran los métodos habituales de Cheryl. Antes de dirigirse al comedor, caminó hacia la derecha del edificio principal. Allí arriba estaba la ventana por donde Sammy había mirado al encender la fotocopiadora. Si hubiera habido alguien en las escaleras de entrada a la casa de baños y le hubiera hecho señas para que bajara…

Era posible. Pero Sammy no habría bajado a no ser por alguien que conociera y en quien confiara.

*****

Cuando Scott llegó al comedor, los demás habían comenzado ya el segundo plato. La silla vacía estaba situada entre Min y la mujer que le presentaron como Alvirah Meehan. Scott tomó la iniciativa para saludar a Ted. «Presunción de Inocencia». Ted siempre había tenido esa apariencia tan atractiva. No era de extrañar que una mujer llegara a esos extremos para separarlo de otra mujer. Scott notó también que Cheryl no perdía oportunidad para tocarle la mano o rozarlo con el hombro.

Se sirvieron costillas de cordero de la bandeja de plata que le había acercado el camarero.

—Deliciosas —comentó Alvirah Meehan en tono de susurro—. En este lugar no irán a la bancarrota por el tamaño de las porciones que se sirven, pero les aseguro que cuando termino me siento como si hubiera comido muchísimo.

Alvirah Meehan. Por supuesto. Había leído en el Monterrey Review acerca de la ganadora de cuarenta millones de dólares en la lotería que pensaba hacer realidad su más preciado sueño al visitar «Cypress Point».

—¿Lo está pasando bien, señora Meehan?

Alvirah sonrió radiante.

—Claro que sí. Todos han sido maravillosos conmigo, y tan amables. —Dirigió una sonrisa a toda la mesa. Min y Helmut intentaron devolvérsela—. Los tratamientos me hacen sentir como una princesa. La especialista en nutrición me dijo que en dos semanas podría bajar dos kilos y medio. Mañana, me aplicarán colágeno para librarme de las arrugas que tengo alrededor de la boca. Tengo miedo a las inyecciones, pero el barón Von Schreiber me dará algo para los nervios. Me iré de aquí sintiéndome… como…, como una mariposa volando en una nube. —Alvirah señaló a Helmut—. El barón escribió eso. ¿No es un estupendo escritor?

Alvirah se dio cuenta de que hablaba demasiado. Es que se sentía culpable por ser una periodista encubierta y quería decir algo agradable sobre esas personas. Pero ahora era mejor que se callara y escuchara para saber si el sheriff decía algo acerca de la muerte de Dora Samuels. Pero lamentablemente, nadie sacó el tema. Cuando estaban a punto de terminar la crema de vainilla, el sheriff preguntó, y no fue algo casual:

—¿Seguirán aquí unos días más? ¿Nadie tiene pensado irse?

—No tenemos planes determinados —le respondió Syd—. Puede ser que Cheryl tenga que regresar a Beverly Hills en cualquier momento.

—Será mejor que me avise si se va a Beverly Hills o a cualquier otro lugar —dijo Scott con tono amable—. Y a propósito, barón, me llevaré las sacas de correspondencia de Leila.

Dejó la cuchara que sostenía y comenzó a correr la silla hacia atrás.

—Es gracioso —dijo—, pero tengo la impresión de que una de las personas sentadas a esta mesa, a excepción de la señora Meehan, pudo haber escrito unas cartas bastante sucias a Leila LaSalle. Y estoy ansioso por descubrir quién fue.

Para desaliento de Syd, la mirada fría de Scott se posó deliberadamente en Cheryl.