Fue por sugerencia de Henry Bartlett que salieron a cenar e invitaron a Cheryl y a Syd para que fueran con ellos. Cuando Ted protestó argumentando que no quería verse comprometido con Cheryl, Henry lo interrumpió con dureza.
—Teddy, te guste o no, estás comprometido con Cheryl. Ella y Syd Melnick pueden ser testigos importantes para ti.
—No veo cómo.
—Si no admitimos que pudiste haber regresado al piso de Leila, debemos probar que Elizabeth Lange se confundió con respecto a la hora exacta de la conversación telefónica y tenemos que hacer que el jurado crea que Leila pudo haberse suicidado.
—¿Y qué pasa con la testigo ocular?
—Ella vio que se movía un árbol en la terraza. Su intensa imaginación decidió que eras tú luchando con Leila. Ella está loca.
Fueron al «Cannery». Una multitud alegre y conversadora llenaba el popular restaurante; pero Craig había hecho una reserva por teléfono y tenían una mesa junto a la ventana desde donde se veía todo el puerto de Monterrey. Cheryl se sentó junto a Ted y le apoyó una mano en la rodilla.
—Como en los viejos tiempos —le murmuró a Ted en el oído. Llevaba un sombrero de lamé que hacía juego con los pantalones apretados del mismo material. Un murmullo de excitación la había seguido mientras atravesaba el salón.
Durante todos esos meses en que no se habían visto, Cheryl lo llamó varias veces, pero él jamás contestó a la llamada. Ahora, mientras sus cálidos dedos le acariciaban la rodilla, Ted se preguntó si no era un tonto al no tomar lo que le ofrecían. Cheryl diría cualquier cosa que lo ayudara en su defensa. ¿Pero a qué precio?
Era evidente que Syd, Bartlett y Craig se sentían aliviados de estar allí y no en «Cypress Point».
—Espera sólo unos momentos —le comentó Syd a Henry—. Sabrás qué es comer marisco y pescado.
Llegó el camarero y Bartlett pidió un «Johnnie Walker» etiqueta negra. Su chaqueta de lino color champaña estaba impecable, al igual que la camisa a juego y los pantalones color canela, todo obviamente hecho a medida. El cabello blanco, grueso pero meticulosamente cortado, contrastaba con el rostro bronceado y sin arrugas. Ted lo imaginó hablando con el jurado, explicando, aleccionando. Un personaje que impresionaba al auditorio. Obviamente, le iba bien. ¿Pero durante cuánto tiempo? Comenzó pidiendo un martini con vodka pero luego lo cambió por una cerveza. No era momento de entorpecer sus facultades.
Era temprano para cenar, apenas las siete, pero había insistido en eso. Craig y Syd mantenían una animada conversación. Syd parecía casi alegre. «Testimonio en venta —pensó Ted—. Hacer que Leila pareciera una borracha adicta. Todo podría salir mal, muchachos, y de ser así, seré yo quien pague».
Craig interrogaba a Syd acerca de su agencia y lo compadecía por el dinero perdido en la obra de Leila.
—A nosotros también nos fue mal —dijo. Miró a Cheryl y le sonrió—. Y creemos que fuiste muy buena en querer salvar la nave, Cheryl.
«¡Por amor de Dios, no se lo des todo!», sintió deseos de gritarle a Craig. Pero todos sonreían con satisfacción. Él era el extraño del grupo, el extraterrestre. Podía sentir la mirada de los demás puesta en él. Casi podía sentir los comentarios hechos sotto voce: «Su juicio comienza la semana próxima…». «¿Crees que él lo haya hecho?». «Con el dinero que tiene, es probable que se salve. Siempre se salvan».
No necesariamente.
Impaciente, Ted miró hacia la bahía. El puerto estaba lleno de botes, grandes, pequeños, veleros, yates. De niño, cada vez que su madre podía, lo llevaba a visitar el puerto. Era el único lugar donde ella se sentía feliz.
—La familia de la madre de Ted es de Monterrey —le decía Craig a Henry Bartlett.
Ted volvió a sentir esa salvaje irritación que Craig le provocaba desde hacía un tiempo. ¿Cuándo había comenzado? ¿En Hawai? ¿Antes que eso? «No leas mis pensamientos. No hables por mí. Estoy harto de todo eso». Leila siempre le preguntaba si no estaba cansado de tener al Bulldog pegado a los talones todo el tiempo… Llegaron las bebidas. Bartlett retomó la conversación.
—Como sabéis, todos sois testigos potenciales para la defensa de Teddy. Es obvio que podáis testificar por la escena en «Elaine’s». Pero en el estrado, quisiera que me ayudarais a pintar, para el jurado, un cuadro más completo de Leila. Todos conocéis su imagen pública. Pero también sabéis que era una mujer muy insegura, que no tenía fe en sí misma y que la perseguía el fantasma del fracaso.
—Una defensa al estilo de Marilyn Monroe —sugirió Syd—. Con todas las locas historias que se tejieron sobre la muerte de la Monroe, todos terminaron aceptando que pudo haberse suicidado.
—Exacto —afirmó Bartlett con una sonrisa amistosa—. Ahora, la cuestión es saber el motivo. Syd, cuéntame sobre la obra.
Syd se encogió de hombros.
—Era perfecta para ella. Podía haber sido su historia. A ella le encantaba el libreto. Y los ensayos comenzaron muy bien. Solía decirle que podíamos estrenar en una semana. Y luego sucedió algo. Llegó al teatro deshecha a las nueve de la mañana y, a partir de entonces, todo fue cuesta abajo.
—¿Miedo al público?
—Muchos sufren este miedo. Helen Hayes vomitaba antes de cada representación. Cuando Jimmy Stewart terminaba una película, estaba seguro de que nunca le pedirían que actuara en otra. Leila vomitaba y estaba preocupada. Así es el negocio.
—Eso es justo lo que no quiero oír en el estrado —lo interrumpió Henry con desagrado—. Trato de pintar el cuadro de una mujer con un problema de alcoholismo que sufría de una profunda depresión.
Un adolescente estaba de pie detrás de Cheryl.
—¿Podría darme su autógrafo? —Colocó un menú delante de ella.
—Por supuesto —aceptó Cheryl radiante y estampó su firma.
—¿Es verdad que tendrá el papel de Amanda en la nueva serie?
—Eso espero. Mantén los dedos cruzados. —La mirada de Cheryl bebió profundamente la admiración del adolescente.
—Estará fantástica. Gracias.
—Si tan sólo hubiésemos filmado esto para enviárselo a Bob Koening —comentó Syd con sequedad.
—¿Cuándo lo sabrás? —preguntó Craig.
—Tal vez en los próximos días.
Craig alzó su copa.
—Por Amanda.
Cheryl lo ignoró y se volvió hacia Ted.
—¿No piensas brindar?
Ted levantó el vaso.
—Por supuesto. —Y lo decía en serio. La esperanza que se dibujaba en sus ojos era conmovedora. Leila siempre le había hecho sombra a Cheryl. ¿Por qué mantuvieron la farsa de una amistad? ¿Era tal vez que la infatigable búsqueda de Cheryl por superar a Leila era un desafío para Leila, un estímulo constante que le hacía bien y la mantenía en forma?
Cheryl debió de ver algo en el rostro de Ted porque le rozó la mejilla con los labios. Y esta vez, él no se apartó.
Fue después del café que Cheryl apoyó los codos sobre la mesa y reclinó la cabeza en las manos. El champaña que había bebido le nublaba la mirada y ahora sus ojos parecían encendidos con promesas secretas. Tenía la voz un tanto pastosa cuando le dijo a Bartlett:
—Supongamos que Leila creía que Ted quería dejarla por otra mujer. ¿Eso ayudaría en la teoría del suicidio?
—No tuve nada que ver con ninguna otra mujer —respondió Ted con tono rotundo.
—Querido, esto no es Confesiones verdaderas. Tú no tienes que abrir la boca —replicó Cheryl—. Henry, responde a mi pregunta.
—Si tuviéramos una prueba de que Ted estaba interesado en otra persona, y que Leila lo sabía, le daríamos una razón para que estuviera desalentada. Destruiríamos la declaración del fiscal de que Ted mató a Leila porque ella lo rechazó. ¿Me estás diciendo que había algo entre tú y Ted antes de que Leila muriera? —preguntó Bartlett esperanzado.
—Yo responderé a eso —irrumpió Ted—. ¡No!
—No me habéis escuchado —protestó Cheryl—. Dije que podría tener pruebas de que Leila creía que Ted estaba a punto de dejarla por otra mujer.
—Cheryl, sugiero que te calles. No sabes de qué estás hablando —le dijo Syd—. Ahora, vámonos de aquí. Has bebido demasiado.
—Tienes razón —dijo Cheryl en tono amistoso—. No siempre la tienes, Syd, querido, pero esta vez, sí.
—Un momento —interrumpió Bartlett—. Cheryl, a menos que esto sea una especie de juego, será mejor que pongas tus cartas sobre la mesa. Cualquier cosa que nos aclare el estado mental de Leila es vital para la defensa de Ted. ¿A qué llamas «prueba»?
—Quizás algo que ni siquiera le interese —respondió Cheryl—. Lo consultaré con la almohada.
Craig hizo señas para que le llevaran la cuenta.
—Tengo la sensación de que esta conversación es una pérdida de tiempo.
*****
Eran las nueve y media cuando la limusina los dejó en «Cypress Point».
—Quiero que Ted me acompañe a mi bungalow —dijo Cheryl.
—Yo te acompañaré —se ofreció Syd.
—Ted me acompañará —insistió ella.
Cheryl se reclinó contra él mientras se dirigían a su bungalow. Los invitados comenzaban a salir del edificio principal.
—¿No fue divertido salir juntos? —murmuró Cheryl.
—Cheryl, ¿lo que dijiste sobre la «prueba» es otro de tus juegos? —le preguntó Ted mientras le apartaba un mechón de cabello negro del rostro.
—Me gusta cuando me tocas el cabello. —Habían llegado a su bungalow—. Entra, querido.
—No. Te saludaré aquí.
Ella inclinó la cabeza hasta que estuvo casi a la altura de sus labios. Bajo la luz de las estrellas, Cheryl lo miró con ojos radiantes. «¿Habría simulado estar bebida?», se preguntó Ted.
—Querido —le susurró al oído—, ¿no te das cuenta de que soy la única que puede ayudarte a salir libre del juicio?
*****
Craig y Bartlett se despidieron de Syd y se dirigieron a sus bungalows. Era obvio que Henry Bartlett estaba satisfecho.
—Parece como si Teddy hubiera por fin captado el mensaje. Tener a esa damita de su lado en el juicio será importante. ¿Qué habrá querido decir con eso de que Ted estuviera complicado con otra mujer?
—Es un deseo. Seguramente querrá ofrecerse para desempeñar el papel.
—Entiendo. Si es inteligente, aceptará.
Llegaron al bungalow de Craig.
—Me gustaría entrar un momento —le dijo Bartlett—. Es una buena oportunidad para que conversemos. —Cuando estuvieron dentro, miró alrededor—. La decoración es diferente.
—Es el efecto rústico, masculino, de Min —le explicó Craig—. No se ha olvidado de ningún detalle: mesas de pino, tablas anchas en el suelo. Ella me pone automáticamente aquí. Creo que en su inconsciente me ve como un tipo simple.
—¿Y lo eres?
—No lo creo. Y a pesar de que me inclino por las camas king size, es un gran salto desde la Avenida B y la Calle 8, donde mi padre tenía una salchichería.
Bartlett estudió a Craig con atención. Decidió que «bulldog» era una descripción acertada de él. Cabello color arena, rasgos impersonales. Un ciudadano sólido. Una buena persona para tener al lado.
—Ted es afortunado al tenerte —le dijo—. No creo que lo aprecie.
—Te equivocas. Ted tiene que confiar en mí para seguir adelante con el negocio y eso lo resiente. Y él piensa que soy yo el resentido. El problema es que mi sola presencia en este lugar es un símbolo del problema en que está metido.
Craig caminó hasta el armario y extrajo un maletín.
—Al igual que tú, yo también traigo mis provisiones. —Sirvió dos vasos de «Courvoisier», le entregó uno a Bartlett y se acomodó en el sofá, inclinado hacia delante, con el vaso entre las manos—. Te daré el mejor ejemplo que pueda. Mi prima sufrió un accidente y estuvo postrada en un hospital durante casi un año. Su madre se mató cuidando a los niños. ¿Quieres saber algo? Mi prima estaba celosa de su madre. Dijo que su madre disfrutaba de sus hijos mientras que era ella quien tenía que estar con los niños. Sucede lo mismo con Ted y conmigo. En cuanto mi prima salió del hospital, llenó a su madre de elogios por el gran trabajo que había hecho. Cuando Ted sea absuelto, todo volverá a ser normal entre nosotros. Y déjame decirte algo, prefiero soportar sus arranques a estar en sus zapatos.
Bartlett se dio cuenta de que se había apresurado en hacer a un lado a Craig Babcock como un lacayo adulador.
«El problema por ser demasiado engreído», se dijo. Eligió la respuesta con cuidado.
—Entiendo, y creo que eres bastante perceptivo.
—¿Inesperadamente perceptivo? —preguntó Craig con una semi-sonrisa.
Bartlett prefirió ignorar el golpe.
—Yo también comienzo a sentirme mejor acerca de este caso. Podríamos llegar a organizar una defensa que por lo menos creará una duda razonable en la mente del jurado. ¿Te ocupaste de la agencia de investigaciones?
—Sí, hay dos detectives buscando todo lo que haya acerca de esa mujer Ross. Y otro la está siguiendo. Tal vez sea demasiado, pero nunca se sabe.
—Nada que pueda ayudamos es demasiado. —Bartlett se acercó a la puerta—. Como verás, Ted Winters tiene el mismo resentimiento hacia mí y tal vez por las mismas razones que lo hacen sentirse así contigo. Ambos queremos que salga libre del juicio. Una línea de defensa que no había considerado hasta hoy es convencer al jurado de que poco antes de que Leila LaSalle muriera, él y Cheryl habían vuelto a salir juntos y que el dinero invertido en la obra era la despedida para Leila.
Bartlett abrió la puerta y se volvió para agregar:
—Piensa en ello y te espero mañana con algún plan de acción.
Hizo una pausa.
—Pero tenemos que convencer a Teddy para que esté de acuerdo con nosotros.
*****
Cuando Syd llegó a su bungalow vio que estaba encendida la luz de mensajes en el contestador. De inmediato presintió que se trataba de Bob Koening. El presidente de la «World Motion Pictures» tenía fama de hacer llamadas telefónicas a cualquier hora. Sólo podía significar que se había llegado a una decisión en cuanto a Cheryl y el papel de Amanda. Sintió un sudor frío.
Con una mano sacó un cigarrillo y con la otra tomó el teléfono. Mientras pronunciaba su nombre, sostuvo el auricular con el hombro y encendió el cigarrillo.
—Me alegro de que me hayas llamado esta noche, Syd. Tenía pedida una llamada para ti a las seis de la mañana.
—Habría estado despierto. ¿Quién puede dormir en este negocio?
—Yo duermo. Syd, tengo que hacerte un par de preguntas.
Estaba seguro de que Cheryl había perdido el papel. La luz del teléfono había sido como la señal del desastre. Sin embargo, Bob tenía que hacerle preguntas. No se había tomado ninguna decisión.
Podía visualizar a Bob en el otro extremo de la línea, recostado sobre su sillón de cuero en la biblioteca de su casa. No había llegado a ser director del estudio dejándose llevar por los sentimientos. «La prueba de Cheryl fue excelente —se dijo esperanzado Syd—. ¿Y entonces qué?».
—Adelante —dijo tratando de parecer relajado.
—Seguimos estudiando a quién darle el papel, si a Cheryl o a Margo Dresher. Sabes lo difícil que es lanzar una serie. Margo es más conocida que Cheryl. Pero Cheryl estuvo muy bien, excelente en la prueba, tal vez mejor que Margo, aunque negaré haberlo dicho. Cheryl no ha hecho nada grande en años, y ese fiasco en Broadway aparecía una y otra vez en la reunión.
La obra. Otra vez la obra. El rostro de Leila cruzó por la mente de Syd. La forma en que le había gritado en «Elaine’s». En ese momento hubiera querido aporrearla, ahogar esa voz cínica y burlona para siempre…
—Esa obra fue un medio para Leila. Yo tengo la culpa de haber forzado a Cheryl a hacerla.
—Syd, ya hemos hablado de todo eso. Seré franco contigo. El año pasado, tal como salió publicado en todos los periódicos. Margo tuvo un problemita por drogas. El público se está cansando de las estrellas que se pasan la mitad de sus vidas en centros de rehabilitación. Te lo diré bien claro: ¿Cheryl tiene algo que pudiera comprometernos si la elegimos?
Syd se aferró al teléfono. Cheryl estaba en el buen camino. Un golpe de esperanza le aceleró el pulso. Le sudaban las manos.
—Bob, te juro que…
—Todo el mundo me jura. Trata de decirme la verdad. Si me la juego y elijo a Cheryl, ¿no se volverá en mi contra? Si llegara a suceder, Syd, sería tu fin.
—Te lo juro. Lo juro por la tumba de mi madre…
Syd colgó el auricular, se inclinó hacia delante y hundió la cara en las manos. Estaba empapado en sudor. Una vez más, la sortija dorada estaba a su alcance.
Sólo que esta vez era Cheryl, y no Leila, quien podía arruinarlo todo…