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Alvirah se dejó caer sobre la cama con un suspiro de alivio. Se moría por dormir un rato, pero sabía que era importante grabar sus impresiones mientras estaban frescas en su memoria. Se acomodó sobre las almohadas, tomó el cassette y comenzó a hablar.

—Son las cuatro de la tarde y estoy descansando en mi bungalow. Acabo de terminar mi primer día completo de actividades y debo reconocer que estoy agotada. Prosigamos. Comenzamos con una caminata, luego regresé aquí y la camarera me trajo el programa del día con la bandeja del desayuno, que consistió en un huevo escalfado, un par de tostadas de pan negro y café. Mi programa, que figura en una tarjeta que uno se prende a la bata, me incluía en dos clases de gimnasia acuática, una clase de yoga, un masaje facial, uno corporal, dos clases de baile, un tratamiento con chorros de agua tibia, quince minutos en la sauna y jacuzzi.

»Las clases de gimnasia acuática son muy interesantes. Hay que empujar una pelota de playa por el agua, lo que parece ser fácil, pero ahora me duelen los hombros y los músculos de las piernas que ni siquiera sabía que existían. La clase de yoga no estuvo mal, pero no pude poner mis rodillas en la posición del loto. La clase de baile fue divertida. Tengo que confesar que siempre fui buena bailarina, y a pesar de que esto es saltar de un pie al otro y patear en el aire, dejo atrás a muchas mujeres jóvenes. Tal vez tendría que haber sido bailarina de rock.

»El tratamiento con los chorros de agua es algo que sirve para el control de la obesidad. Encienden las poderosas mangueras sobre el cuerpo desnudo y hay que agarrarse a una barra de metal, rezando para no ser barrido por el agua. Se supone que esto rompe las células grasas y si es verdad, estoy dispuesta a soportar tratamientos diarios.

»La clínica es un edificio muy interesante. Desde fuera parece la casa principal, pero dentro es muy diferente. Todas las salas de tratamiento tienen entradas individuales y los senderos que conducen a ellas están disimulados por arbustos. La idea es que la gente no se cruce cuando se dirigen a sus citas o salen de ellas. A mí no me importa si todo el mundo se entera de que van a aplicarme inyecciones de colágeno para suavizar las líneas alrededor de la boca, pero entiendo que alguien como Cheryl Manning se molestase si fuera de conocimiento público.

»Tuve una entrevista con el barón Von Schreiber esta mañana acerca de las inyecciones de colágeno. El barón es un hombre apuesto y encantador. Me halaga la forma como se inclina para saludarme. Si fuera su esposa, temería poder perderlo, en especial si fuera quince años mayor que él. Creo que son quince años, pero lo verificaré cuando escriba mi artículo.

»El barón me examinó el rostro bajo una luz muy fuerte y me dijo que tenía la piel bastante tersa y que el único tratamiento que sugería, además de los masajes faciales y las máscaras de belleza, eran las inyecciones de colágeno. Le expliqué que cuando hice la reserva, la recepcionista. Dora Samuels, me sugirió que me hiciera una prueba para ver si era alérgica al colágeno y lo hice. No soy alérgica, pero le dije al barón que las agujas me asustan y le pregunté cuántas aplicaciones serían necesarias.

»Fue muy amable. Me dijo que a muchas personas les asustan las agujas, por esa razón, cuando reciba el tratamiento, la enfermera me dará un «Valium» doble y cuando comience con las inyecciones sólo sentiré como si fueran picaduras de mosquitos.

»Ah, una cosa más. La oficina del barón tiene hermosas pinturas, pero quedé realmente fascinada por la publicidad para «Cypress Point» que apareció en revistas tales como Architectural Digest, Town and Country y Vogue. Me dijo que había una copia en cada bungalow. ¡Está tan bien redactado!

»El barón parecía complacido de que lo hubiera notado. Y me dijo que él mismo había participado en su creación.