Elizabeth nadaba de un extremo a otro de la piscina a un ritmo furioso. La niebla comenzaba a cubrir, por momentos, los alrededores de la piscina, pero era un vapor oscuro que aparecía y volvía a desaparecer. Ella prefería la plena oscuridad. Podía forzar cada centímetro de su cuerpo sabiendo que el esfuerzo físico borraría, de alguna manera, la ansiedad emocional.
Llegó al extremo norte de la piscina, tocó la pared, inhaló, giró, rebotó y con una furiosa brazada, comenzó a correr hacia el extremo contrario. Le latía el corazón con fuerza por el ritmo que se había impuesto. Era una locura. No estaba en condiciones para ese tipo de esfuerzo. Sin embargo, siguió nadando a ese ritmo, con la esperanza de que ese gasto de energía física borrara sus pensamientos.
Por fin sintió que empezaba a calmarse entonces, se volvió de espaldas y comenzó a flotar impulsada por leves movimientos de los brazos.
Las cartas. La que tenían; la otra que alguien había robado; las demás que podían encontrar en la saca de correspondencia que aún quedaba por abrir. Aquellas que Leila seguramente había visto y destruido. «¿Por qué Leila no me habló de ellas? ¿Por qué no confió en mí? Siempre me utilizaba como tabla de salvación. Decía que yo podría convencerla de que no tomara las críticas demasiado en serio».
Leila no se lo había dicho porque creía que Ted salía con otra mujer, y no había nada que pudiera hacerse. Pero Sammy tenía razón: si Ted salía con otra, no tenía motivos para matar a Leila.
Pero no me equivoqué con respecto a la hora de la llamada.
¿Y si Leila había caído, se le había resbalado de los brazos, y él había perdido la memoria? ¿Y si esas cartas la habían llevado al suicidio? «Tengo que encontrar a quien las haya enviado», pensó Elizabeth.
Era hora de regresar. Estaba muerta de cansancio y por fin, más calmada. Por la mañana, revisaría el resto de la correspondencia con Sammy. Le mostraría la carta que encontraron a Scott Alshorne. Tal vez, él le aconsejaría que la llevara directamente al fiscal de distrito de Nueva York. ¿Le daría así una coartada a Ted? ¿Y con quién habría estado saliendo?
Mientras subía por la escalerilla de la piscina, comenzó a temblar. El aire que soplaba era helado y había permanecido en el agua más de lo que había pensado. Se puso la bata y buscó el reloj que había dejado en el bolsillo. La esfera luminosa le indicó que eran las diez y media.
Creyó oír algún ruido proveniente de los cipreses que bordeaban la terraza.
—¿Quién está ahí? —preguntó con voz nerviosa.
No hubo respuesta. Caminó entonces hasta el extremo del patio para tratar de divisar algo por entre los setos y los árboles. Las siluetas de los cipreses se veían grotescas en la oscuridad, pero no había otro movimiento que el suave balanceo de las hojas. La brisa fría del mar era cada vez más fuerte. Era eso, claro.
Hizo un gesto con la mano como si desechara las malas ideas, se envolvió en la bata y se colocó la capucha.
Sin embargo, la sensación de incomodidad persistía y aceleró la marcha a lo largo del sendero que iba hasta su bungalow.
*****
Él no había tocado a Sammy pero se harían preguntas. ¿Qué hacía ella en la casa de baños? Maldijo el hecho de que la puerta estuviera entreabierta y de haber entrado allí. Si hubiera rodeado el edificio, ella nunca lo habría encontrado.
Algo tan simple podía traicionarlo.
Pero el hecho de que tuviera la carta con ella, que se le hubiera caído del bolsillo, había sido sólo buena suerte. ¿Debía destruirla? Era un arma de doble filo.
En ese momento, la carta estaba contra su piel, dentro del traje húmedo. Oyó que cerraban la puerta de la casa de baños con llave. El guardia había hecho su ronda habitual y ya por esa noche no regresaría. Lentamente, con infinito cuidado, regresó a la piscina. ¿Estaría ella allí? Era probable. ¿Debía arriesgarse esa noche? Dos accidentes. ¿Era más arriesgado que dejarla con vida? Elizabeth exigiría respuestas cuando hallaran el cuerpo de Sammy. ¿Elizabeth había visto la carta?
*****
Sintió el chapoteo en el agua. Con precaución, se separó unos pasos del árbol para observar el cuerpo en movimiento. Tendría que esperar a que disminuyera la velocidad. Para entonces, ya estaría cansada. Podría ser el momento de hacerlo. Dos accidentes no relacionados entre sien una sola noche. ¿La confusión subsiguiente mantendría a la gente fuera de la pista? Dio un paso en dirección a la piscina.
Y lo vio. De pie detrás de un arbusto. Estaba observando a Elizabeth. ¿Qué hacía él allí? ¿Sospechaba acaso que ella estaba en peligro? ¿O también él había decidido que era un riesgo inaceptable?El traje húmedo se reflejó en la noche cuando la figura se escondió detrás de las ramas protectoras de los cipreses y desapareció.