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Con cuidado, cerró las celosías y apagó las luces. Quería apresurarse. Podría ser demasiado tarde, pero de ninguna manera se hubiera aventurado a salir antes. Cuando abrió la puerta exterior, sintió un escalofrío. Corría un aire fresco y sólo llevaba una bata de baño y una camiseta de algodón oscura.

Los jardines estaban tranquilos, iluminados apenas por la tenue luz de los faroles a lo largo de los senderos y en los árboles. Era fácil mantenerse oculto entre las sombras y corrió hasta la piscina olímpica. ¿Ella seguiría allí?

El cambio de viento había cubierto el ambiente con una niebla marina. En minutos, las estrellas habían quedado ocultas tras las nubes y la luna había desaparecido. Aun si había alguien asomado a una ventana, no podría verlo.

Elizabeth pensaba quedarse en «Cypress Point» hasta que viera a Sammy a la noche siguiente. Eso le dejaba sólo un día y medio, hasta el martes a la mañana, para arreglar su muerte.

Se detuvo junto a los arbustos que rodeaban el patio junto a la piscina olímpica. En la oscuridad, apenas podía ver la figura de Elizabeth deslizándose con brazadas seguras de un extremo a otro de la piscina. Con cuidado, calculó sus probabilidades de éxito. Se le había ocurrido la idea cuando Min dijo que Elizabeth siempre nadaba a las diez de la noche. Hasta los buenos nadadores sufren accidentes. Un calambre repentino, nadie alrededor para oír sus gritos de auxilio, ninguna marca, ningún signo de lucha… Suplan era deslizarse dentro de la piscina cuando Elizabeth estuviera en el extremo opuesto, aguardar y abalanzarse sobre ella cuando pasara a su lado. Luego, la mantendría bajo el agua hasta que dejara de luchar. Salió de su escondite. La oscuridad le permitía estudiar el lugar más de cerca.

Había olvidado lo rápido que nadaba. A pesar de ser delgada, los músculos de sus brazos eran como el acero. ¿Y si lograba luchar y aguantar lo suficiente como para llamar la atención de alguien? Seguramente llevaba uno de esos malditos silbatos que Min insistía que usaran todos los nadadores solitarios

Entrecerró los ojos con furia y frustración al agacharse junto al borde de la piscina, sin estar seguro de si era el momento adecuado. En el agua, ella podría aventajarlo

No podía permitirse un segundo error.

*****

IN AQUA SANITAS. Los romanos habían tallado ese lema en las paredes de sus casas de baños. «Si creyera en la reencarnación, pensaría que he vivido en aquellos tiempos», se dijo Elizabeth mientras se deslizaba en la oscuridad de la piscina. Cuando comenzó a nadar, no sólo podía ver el perímetro de la piscina sino también los alrededores; con las hamacas, las mesas con sus sombrillas y los setos con flores. Ahora, sólo eran oscuras siluetas.

La jaqueca que había tenido toda la noche comenzó a disiparse, así como también la sensación de encierro; una vez más comenzaba a sentir la tranquilidad que le proporcionaba el agua. «¿Crees que comenzó en el vientre materno? —le había preguntado una vez a Leila—. Me refiero a esta sensación de libertad que siento cuando estoy en el agua».

La respuesta de Leila la había sorprendido: «Tal vez, mamá era feliz cuando te tenía en el vientre, Sparrow. Siempre pensé que tu padre era el senador Lange. Él y mamá tuvieron una seria relación después de que mi querido papá abandonó el escenario. Supongo que cuando yo estaba en su vientre me llamaban: “la equivocación”».

Fue Leila quien le sugirió que utilizara el nombre artístico Lange. «Tal vez sea tu verdadero nombre, Sparrow —le había dicho—. ¿Por qué no?».

En cuanto Leila comenzó a ganar dinero, le envió un cheque a su madre cada mes. Un día, el último de sus novios le devolvió el cheque sin cobrar. Ella había muerto por alcoholismo agudo.

Elizabeth tocó el extremo de la piscina, alzó las rodillas contra el pecho y cambió del estilo espalda al estilo braza, en un solo movimiento. ¿Era posible que el temor de Leila a las relaciones personales hubiera comenzado en el momento de su concepción? ¿Una partícula de protoplasma podía sentir que el ambiente era hostil y afectar así toda su vida? ¿No era acaso gracias a Leila que ella nunca había sentido el rechazo paterno? Recordó la descripción de su madre al llevarla a casa a la salida del hospital: «Leila me la sacó de los brazos. Llevó la cuna a su habitación. Sólo tenía once años pero se convirtió en la madre de esa criatura. Yo quería llamarla Láveme, pero Leila dio una patada en el suelo y dijo que su nombre era Elizabeth». «Una razón más para estarle agradecida», pensó Elizabeth.

El leve chapoteo que producía su cuerpo en el agua ocultó el ruido de los pasos que descendían por el otro sector de la piscina. Había llegado al extremo norte y comenzaba en dirección al otro lado. Por alguna razón, se puso a nadar con furia, como si presintiera el peligro.

*****

La oscura figura caminó a lo largo de la pared. Con frialdad, calculó la velocidad con que avanzaba Elizabeth. El tiempo era esencial. La sorprendería desde atrás cuando pasara, se quedaría encima de ella hasta que dejara de luchar. ¿Cuánto tardaría? ¿Un minuto? ¿Dos? ¿Y si no era tan fácil de someter? Tenía que parecer ahogada por accidente.

Luego, se le ocurrió una idea y en la oscuridad, sus labios dibujaron una sonrisa. ¿Por qué no había pensado antes en el equipo de buceo? Al llevar la botella de oxígeno, le resultaría más fácil mantenerla en el fondo de la piscina hasta que estuviera muerta. El traje mojado, los guantes, la máscara, las gafas protectoras eran el disfraz perfecto si es que alguien llegaba a verlo.

Observó mientras Elizabeth nadaba hacia los escalones. El impulso de librarse de ella era casi irresistible. «Mañana a la noche», se prometió. Con cuidado se acercó a ella mientras colocaba el pie sobre el escalón inferior de la escalerilla y comenzaba a subir. Entrecerró los ojos para poder observarla bien mientras se colocaba la bata y emprendía el camino a su bungalow.

Mañana por la noche estaría esperándola. Y a la mañana siguiente, alguien hallaría su cuerpo en el fondo de la piscina, tal como el portero había descubierto el cuerpo de Leila en el patio.Y ya no tendría nada que temer.