13

Min y Helmut mantuvieron la sonrisa hasta que estuvieron en la seguridad de su apartamento. Luego, sin decir nada, se miraron. Helmut rodeó a Min con los brazos y le rozó la mejilla con los labios. Con mucha práctica, le masajeó el cuello.

Liebchen.

—Helmut, ¿fue tan malo como creo?

Él le respondió con voz suave:

—Minna, traté de advertirte que sería un error traer a Elizabeth aquí, ¿no? Tú la entiendes. Ahora, ella está enojada contigo, pero además, algo ha sucedido. Tú le dabas la espalda durante la cena, pero yo pude observar cómo nos miraba desde su mesa. Era como si lo hiciera por primera vez.

—Pensé que si veía a Ted… Sabes cuánto lo quería… Siempre sospeché que ella estaba enamorada de él.

—Sé lo que pensaste. Pero no funcionó. Bueno, por esta noche es suficiente, Minna. Ve a la cama. Te prepararé un vaso de leche caliente y te daré una pastilla para dormir. Mañana serás la misma altiva de siempre.

Min sonrió y permitió que Helmut la condujera hacia el dormitorio. Todavía la rodeaba con sus brazos y ella se apoyaba en él, con la cabeza en su hombro. Después de diez años seguía gustándole su aroma, esa sugestión a colonia costosa, el tacto de la tela de su chaqueta. En sus brazos, podía olvidar a su predecesor, con sus manos frías y su petulancia.

Cuando Helmut regresó con la leche, Min ya estaba acomodada en la cama, con e) cabello suelto sobre las almohadas de seda. Sabía que la pantalla rosada de la lámpara junto a su cama daba un tono de luz especial sobre sus pómulos salientes y ojos oscuros. El aprecio que leyó en los ojos de su marido cuando éste le entregó la delicada taza de Limoges fue gratificante.

Liebchen —le susurró—, quisiera que supieras lo que siento por ti. Después de todo este tiempo, sigues sin confiar en ese sentimiento, ¿no es así?

Aprovechó el momento. Tenía que hacerlo.

—Helmut, hay un grave problema, algo que no me has dicho. ¿Qué es?

Él se encogió de hombros.

—Ya sabes cuál es el problema. Están apareciendo establecimientos similares a éste por todo el país. Los ricos son personas inquietas… El costo del baño romano ha excedido mis expectativas… Lo admito. Sin embargo, estoy seguro de que cuando lo abramos…

—Helmut, prométeme una cosa. No importa lo que suceda, pero no tocaremos la cuenta de Suiza. Preferiría perder este lugar. A mi edad, no puedo volver a quedarme en bancarrota. —Min trataba de no alzar el tono de voz.

—No la tocaremos, Minna, te lo prometo. —Le entregó una pastilla para dormir—. Así que como tu marido y como tu doctor…, te ordeno que bebas esto de inmediato.

—La tomaré con gusto.

Helmut se sentó en el borde de la cama mientras ella bebía la leche.

—¿No te acuestas? —le preguntó ya soñolienta.

—Todavía no. Leeré un rato. Ése es mi somnífero.

Después de que Helmut apagó la luz y la dejó sola, Minna sintió que se dormía profundamente. Su último pensamiento consciente fue un murmullo inaudible:

—Helmut, ¿qué me estás ocultando?