—Para una cena de novecientas calorías no estuvo mal —comentó Henry Bartlett al salir de su bungalow con un elegante maletín de cuero. Lo apoyó sobre la mesa de la sala de Ted y lo abrió. Dentro había un bar portátil. Sacó el «Courvoisier» y las cepitas de licor—. ¿Caballeros?
Craig hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Ted se negó.
—Creo que debería saber que una de las reglas de la casa es nada de alcohol.
—Cuando yo, o mejor dicho tú, pagas más de setecientos dólares por día por estar en este lugar, yo decido lo que tomo.
Sirvió una medida generosa en ambas copas, le entregó una a Craig y caminó hasta los ventanales corredizos. Una luna llena y cremosa y una constelación de brillantes estrellas plateadas iluminaban la oscuridad del océano, que por el sonido que llegaba desde él parecía embravecido.
—Nunca sabré por qué Balboa lo denominó océano Pacífico —comentó Bartlett—. No cuando se oye el sonido que proviene de él. —Se volvió hacia Ted—. Tener a Elizabeth Lange aquí podría ser la gran oportunidad del siglo para ti. Es una muchacha interesante.
Ted aguardó. Craig hizo girar la copa entre las manos. Bartlett parecía reflexionar.
—Es interesante en muchos aspectos y en particular por algo que ninguno de ustedes debe de haber notado. Cuando te vio, cada una de las cosas que sintió se reflejó en su rostro, Teddy. Tristeza. Incertidumbre. Odio. Ha estado pensando mucho y algo me dice que en su interior hay algo que no encaja bien.
—No sabes de qué estás hablando —dijo Craig en tono cortante.
Henry abrió la puerta de vidrio. El rumor del océano se había convertido en un rugido.
—¿Lo oís? —preguntó—. Hace difícil poder concentrarse, ¿no? Me pagan mucho dinero por sacar a Ted de este embrollo. Una de las mejores formas de hacerlo es saber qué es lo que tengo en contra y qué a favor.
Una ola de aire frío lo interrumpió. Bartlett cerró la puerta de golpe y regresó a la mesa.
—Tuvimos suerte en la distribución de lugares durante la cena. Pasé buena parte del tiempo estudiando a Elizabeth Lange. Las expresiones del rostro y el lenguaje corporal dicen muchas cosas. Nunca apartó la mirada de ti, Teddy. Si alguna vez una mujer se sintió atrapada en una situación de amor y odio, ésa es ella. Ahora, mi trabajo es idear cómo volcarlo a tu favor.