de cómo Simplicius se convierte después de recibir un aviso del diablo
Así llegamos finalmente a Einsiedeln y entramos en un templo cuando un sacerdote exorcizaba a un poseído por el demonio. Esto era algo nuevo e interesante para mí. Dejé a Herzbruder que se arrodillara y rezara cuanto quisiera, mientras yo iba, por curiosidad, a contemplar el espectáculo. Apenas me había acercado, cuando el espíritu infernal gritó por boca de aquel desdichado sujeto:
—¡Oye, tú, desalmado! ¿Qué mal viento te ha arrastrado hasta aquí? Creía que a mi regreso te encontraría en nuestra morada infernal, junto con Olivier. ¿Crees que escaparás de nuestras garras, tú, adúltero, asesino, cazador de rameras? ¡Eh, vosotros, los curas, no lo acojáis! ¡Es un hipócrita, y más embustero que yo mismo! ¡No trata más que de embaucaros y burlarse así de Dios y de la religión!
El exorcista ordenó al espíritu que se callara, porque nadie le creía por mentiroso.
—¡Oh, sí! —continuó—. ¡Interrogad al compañero de viaje de este monje renegado, él os explicará cómo el muy ateo coció los garbanzos que había prometido llevar en sus zapatos en su viaje hasta aquí!
De momento me quedé de una pieza, sin saber qué hacer ni qué decir. Todo el mundo me miraba. El cura castigó al espíritu y lo hizo callar, pero aquel día no logró ahuyentarle. Entretanto y cuando yo, angustiado, parecía más muerto que vivo, fluctuando entre el miedo y la esperanza sin saber qué hacer, se acercó Herzbruder. Me consoló lo mejor que supo, y aseguró a los que nos rodeaban, y sobre todo a los padres, que en mi vida entera había sido monje y sí un soldado, que seguramente había hecho más mal que bien. Añadió que el demonio era un embustero, que había dado al asunto de los garbanzos más importancia de la que tenía. A pesar de todo, yo estaba tan turbado que los curas tuvieron trabajo más que suficiente en consolarme. Me aconsejaron confesarme y tomar la comunión, pero el espíritu gritó de nuevo por boca del poseído:
—¡Sí, sí, confesar! ¡Si no sabe siquiera lo que es eso! ¿Y qué es lo que en realidad queréis de él? Es un hereje y nos pertenece; sus padres eran anabaptistas, más que calvinistas.
El exorcista volvió a ordenar al espíritu que se callara y dijo:
—Peor para ti, pues, si esta pobre oveja perdida vuelve al redil de Cristo y logramos arrancarla de tus voraces fauces.
El mal espíritu empezó a gritar de manera tan horripilante que daba miedo oírlo. Estos rugidos infernales me dieron gran consuelo; pensé que si no podía esperar la salvación y la gracia de Dios, el diablo no se lamentaría de tal modo.
Cierto que no me creía preparado en aquel entonces para la confesión. Jamás en mi vida se me había ocurrido cumplir con este sacramento; por vergüenza lo había temido siempre como el demonio teme la Santa Cruz. Pero, en aquel momento, sentí un remordimiento tal por todos mis pecados que inmediatamente pedí un confesor. Esta repentina conversión alegró en gran manera a Herzbruder. Bien sabía él que yo no pertenecía a ninguna religión. Y así, profesé públicamente en la Iglesia católica, confesé y recibí la comunión, después de obtener la absolución de todos mis pecados. Sentí el corazón tan ligero y feliz que no es para contarlo, y lo más asombroso fue que, a partir de entonces, el espíritu del poseído me dejó tranquilo, aunque antes de la confesión y de la absolución me había reprochado todas las vilezas que había cometido, como si no hubiera venido para otra cosa que para echarme en cara mis pecados. A pesar de todo, los oyentes no le habían creído en absoluto pues yo, en mi hábito de peregrino, tenía un aspecto que se lo impedía.
Permanecimos aún quince días en aquel santo lugar, donde di gracias al Todopoderoso por mi conversión, y por los milagros que allí habían sucedido, y que habían estimulado mi devoción y beatitud. Sin embargo, no duró mucho tiempo. Como mi conversión no había sido motivada por el amor a Dios, sino por el miedo y el temor a ser condenado, poco a poco se me fue apagando el fervor, hasta que olvidé completamente el espanto que el perverso enemigo me había causado. Después de que hubimos contemplado las santas reliquias, los ornamentos y cuanto hay digno de ser visto en aquella casa de Dios, nos dirigimos a Badem, para pasar allí el invierno.