que trata del regreso de Olivier a casa, de su marcha y de cómo intentó hacer carrera en el ejército
Después de que me hubo devuelto al hogar, mi padre pudo comprobar lo pervertido que estaba. No me había convertido en un domine, como esperaba, sino en un polemista y fanfarrón infatuado. Y, apenas instalado en casa, me dijo: «Oye, Olivier, tus orejas de asno son cada vez más largas y prominentes. ¡Eres un lastre inútil en la tierra, un pillastre que ya no sirve para nada! Para aprender ahora un oficio eres demasiado grandullón; para servir a un señor cualquiera te faltan modales, y para comprender mi negocio y llevarlo en tus manos eres totalmente incapaz. Yo había esperado que te hicieras un hombre y en mi vejez fueras la alegría de mis ojos, pero, por el contrario, he tenido que poner buen precio a tu rescate para librarte del verdugo. ¡Maldito sinvergüenza! Lo mejor sería arrojarte a un molino de cáñamo y ablandar tu miseria con vinagre, hasta que mejore tu suerte cuando hayas purgado tu mal comportamiento».
»Sesiones de esta clase tuve que oírlas cada día, hasta que finalmente se agotó mi paciencia y le dije que de todo ello no tenía yo la culpa, sino él mismo y el preceptor que él me había elegido, y que el hecho de que yo no pudiera proporcionarle ninguna alegría era una justa recompensa del cielo por haber dejado que sus propios padres se murieran de hambre. Echó entonces mano del bastón para premiarme por mis declaraciones, jurando y perjurando que me encerraría en la cárcel de Amsterdam. Aquella misma noche me escapé a una granja que mi padre había comprado hacía poco y, aprovechando la ocasión, le cogí el mejor caballo que tenía el granjero y me fui a Colonia.
»Allí vendí mi bruto y me uní a una partida de bandidos similar a la que había dejado en Lieja. Nos compenetramos muy rápido porque todos dominábamos el oficio; entré enseguida en su gremio y les ayudaba en sus correrías nocturnas lo que podía. Cuando vi cómo atrapaban a uno de los nuestros que había intentado robar la repleta bolsa de una dama en el mercado y lo esposaban a la picota con una argolla de hierro al cuello durante medio día, le cortaban una oreja y le azotaban, decidí retirarme del negocio. Como por aquel tiempo el coronel de Magdeburgo necesitaba hombres, me alisté como soldado. Mi padre, que entretanto había logrado averiguar mi paradero, escribió a su representante para que intentara localizarme, algo que consiguió cuando acababa de recibir la paga. El representante informó a mi padre, quien le pidió que intentara liberarme costara lo que costase. Pero cuando me enteré de todo esto, temí acabar en prisión y no quise licenciarme. Sin embargo, al enterarse mi coronel de que yo era hijo de un rico comerciante, empezó a ser tan exigente conmigo que mi padre insistió en que me quedara, pensando que un poco de guerra mejoraría mi carácter.
»Al poco tiempo murió el escribiente del coronel, y yo pasé a ocupar su puesto, como ya sabes. Entonces empecé a tener ambiciones y a pensar que podría ascender hasta convertirme en general. Del secretario aprendí buenas maneras. Y como mi propósito era alcanzar algún puesto importante, empecé a actuar como una persona honrada y de buena reputación y abandoné a la chusma. A pesar de todo, no conseguí prosperar hasta que el secretario falleció. Entonces pensé: “Tienes que ver de conseguir el puesto”. Unté de lo lindo, porque cuando mi madre se enteró de cómo intentaba rehabilitarme me mandó dinero con regularidad.
»Pero como el joven Herzbruder era el preferido por el coronel, intenté apartarlo de mi camino, y más cuando me di cuenta de que el coronel estaba decidido a darle el cargo. Me entró tal impaciencia por obtener el codiciado puesto que me hice endurecer como el acero por un oficial para batirme en duelo con Herzbruder y eliminarlo con la espada. Pero no encontraba la manera de provocarlo, y el oficial me disuadió también de llevar adelante mis planes, diciéndome: “Si lo matas enseguida, perderás el favor del coronel, puesto que habrás asesinado su mejor y más querido servidor”.
»Me aconsejó que robara algo en presencia de Herzbruder y se la entregara a él, que se encargaría de hacer que perdiera el favor del coronel. Seguí su consejo. Durante el bautizo del niño del coronel le robé la copa dorada y se la di al oficial, quien se cuidó de eliminar entonces al joven Herzbruder como recordarás muy bien, pues también a ti te la jugó en la gran tienda del coronel.