CAPÍTULO QUINTO

de cómo se unificarán las religiones y fundirán en un modelo único

Springinsfeld, que también atendía, casi me arruinó el juego diciendo:

—Y entonces Alemania será Jauja, en ella lloverá vino moscatel y los pasteles crecerán como hongos. Deberé comer a dos carrillos, como un hambriento ganapán, y embriagarme con malvasía hasta que los ojos se me salten.

—Ciertamente —le contestó Júpiter—, sobre todo si te cuelgo la plaga del hambre perpetua, para que te atrevas a burlarte de mi célica majestad.

Volviéndoseme a mí, dijo:

—Creí hallarme entre dioses de los bosques solamente y, de pronto, aparece ante mis ojos este solapado burlón. ¡Las decisiones de los dioses olímpicos no deberían ser mentadas ante traidores semejantes, para no arrojar margaritas a los puercos!

«¿Qué es más divertido y cochambroso?», pensé para mí, pues este ídolo mezclaba los temas más elevados con los más vulgares. Pero como viera que no le gustaba ser objeto de burlas, me tragué la risa como supe y dije:

—¡Oh, bondadoso Júpiter! ¿No dejarás a oscuras a tu Ganimedes en lo referente a la suerte que le cabrá a Alemania por una simple impertinencia de este grosero dios del bosque?

—¡Oh, no! Pero antes ordénale que mantenga su boca pecadora cerrada para que no lo convierta en una piedra, como hizo Mercurio con Bato. Y tú mismo reconoce que eres mi Ganimedes, a quien mi impetuosa Juno expulsó en mi ausencia del celestial imperio.

Prometí contárselo todo cuando terminara su relato.

—Así pues, escucha, querido Ganimedes —prosiguió—. La producción del oro será en Alemania una ciencia corriente y cada niño llevará consigo la piedra filosofal.

—¿Y cómo, con sus muchas religiones, podrá disfrutar Alemania de una paz duradera? ¿No tratarán los partidarios de unas de incitar al pueblo contra los seguidores de otras y empezar de nuevo las guerras de la fe?

—No —replicó Júpiter—. Mi héroe unirá todas las religiones cristianas del mundo.

—¡Oh, milagro! ¡Esta sería verdaderamente una gran obra! Pero ¿cómo llevarla a cabo?

Júpiter contestó:

—Esto te lo explicaré con sumo placer: después de que mi héroe haya regalado al mundo la paz universal, hablará a los jefes espirituales y terrenales de todos los pueblos cristianos, para convencerlos de cuán nocivos fueron los cismas de la fe e inducirles con razones convincentes y argumentos irrefutables a que celebren un concilio que él se encargará de convocar. Luego él mismo escogerá los teólogos más inteligentes, cultos y piadosos de cada religión y país y los conducirá a un lugar tranquilo y excelso, como hiciera Ptolomeo Filadelfio con sus setenta y dos intérpretes. Allí tendrán que empezar por desprenderse de las inquinas y rencores que los dividían, para, en medio de un sereno ambiente y después de una libre y sensata discusión, fundar la nueva religión, cristiana, única y verdadera, conforme a las Sagradas Escrituras y a la tradición antiquísima y reputada de los padres de la Iglesia. Cierto es que, entretanto, no cesará Plutón de rascarse tras la oreja, maquinando toda clase de enredos, maldades y astucias a fin de embrollar el asunto por temor a que la solución del mismo constituya un debilitamiento de su reino. Pero mi bravo héroe no se habrá dormido en los laureles: mandará que mientras esté reunido el concilio, no cesen de tocar las campanas de todos los templos cristianos y así orarán los pueblos para pedir que el espíritu de la verdad los ilumine. Si observa que Plutón logra hacer mella en el concilio, torturará a los reunidos con el hambre, los amenazará con la horca y les mostrará la espada milagrosa, obligándolos finalmente a que tomen la cuestión en serio y no burlen al mundo con su pertinencia en mantener falsas creencias. Una vez conseguida la unidad, mandará celebrar una espléndida fiesta para dar a conocer al mundo la nueva y esclarecida religión. El que entonces no quiera convertirse será quemado con azufre y pez, o bien se hará a los herejes un traje de tablones de encina y yo se los regalaré a Plutón por Año Nuevo. Con esto, mi querido Ganimedes, sabes todo lo que querías saber. Ahora cuéntame por qué abandonaste el Olimpo, en el que me has llenado más de una copa del divino néctar.