Epílogo
¿Oculto a la vista de todos?

El conservador y pintor surrealista Jos Trotteyn no lograba apartar la vista del panel. Suponía todo un honor para él ser el encargado, desde hacía veinte años, de limpiar El retablo de Gante cuando llegaba la Semana Santa. Pero ese día de marzo de 1974 había algo distinto. Dio un paso atrás. Los otros once paneles poseían la tonalidad de los viejos óleos, y el craquelado de telaraña sobre la pintura que sólo proporcionaba el paso del tiempo. Pero es que ese otro, el de los Jueces Justos, lo tenía también.

Él sabía que el panel de los Jueces Justos había sido pintado durante la Segunda Guerra Mundial por otro conservador ya fallecido, Jef van der Veken, que había estampado su firma en el reverso, y había añadido su enigmática rima: «Lo hice por amor / y por deber. / Y para resarcirme / tomé prestado / del lado oscuro». Estaban, también, los elementos que Van der Veken había añadido para personalizar su trabajo: el retrato de perfil del monarca belga, Leopoldo III; uno de los jueces que dejaba de aparecer oculto tras su gorro de pelo; un anillo suprimido de un dedo. Aquéllos eran elementos que distinguían su copia del original.

Sin embargo, los estudiosos, los conservadores, con un conocimiento intrínseco del arte que aman, con una especie de sexto sentido que desafía a la ciencia, son capaces de «sentir» la autenticidad, como si les sonara una campanilla cuando se hallan en presencia de una obra de arte original. Y, a Jos Trotteyn, por primera vez en los veinte años que llevaba limpiando los Jueces Justos, acababan de activársele todas las alarmas. De pronto, aquella copia de cuarenta años de antigüedad parecía un original de quinientos.

Meneó la cabeza. Era imposible. Tal vez le hicieran falta unas vacaciones.

Con todo, para cerciorarse, buscó una lupa y la acercó al retrato de Leopoldo III. Y sí, en efecto, allí estaba el rey, pero ¿no aparecía también, muy débilmente, otro rostro fantasmagórico agazapado tras él? ¿Acaso, a través de la superficie de la pintura, afloraba un pentimento?

Llamó a Hugo de Putter, amigo suyo y pintor como él. Juntos compararon los paneles conocidos del original con el de los Jueces Justos. De Putter se mostró de acuerdo con su colega. La pátina de la edad en ese panel parecía idéntica a la del resto. Pero Trotteyn no se había percatado de ella hasta ese día, a pesar de llevar dos décadas dedicado a la conservación de la obra, y de un contacto muy cercano con ella.

Trotteyn informó del descubrimiento al obispado y a los responsables del museo local. Se corrió la voz, y un periodista, Jos Murez, publicó la historia en un periódico el 26 de marzo. El reportaje fue el primero de varios, y atrajo la atención del mundo del arte internacional.

El tema de debate era si Van der Veken había pintado su copia partiendo de cero, usando una madera extraída de un armario de doscientos años de antigüedad, tal como había declarado. ¿Cabía la posibilidad de que hubiera realizado su pintura sobre el panel original desaparecido, haciendo posible, de ese modo, su «restitución» al lugar que le correspondía?

Se trataba de una idea muy aventurada. Implicaba que Van der Veken había sido cómplice del robo, o que al menos había tenido acceso a una información que no había compartido con la policía. ¿Y por qué, después de tantos años, devolver el panel robado? ¿Era ésa la mejor manera de hacerlo, tardando seis años en pintar sobre él, para poder restituirlo disimuladamente? ¿Por qué no se había limitado a abandonarlo en algún lugar y había dado un soplo anónimo que condujera hasta él a la policía? ¿Y qué había de la fecha del último intento de obtener rescate por él? Un año después de que dicho intento fracasara, Van der Veken había iniciado la ejecución de su copia. ¿Coincidencia?

Seguía habiendo más preguntas que respuestas.

El obispado y varios expertos universitarios sometieron al panel a diversas pruebas. Y en una irregularidad final que sugería intento de encubrimiento, los resultados de dichas pruebas no se hicieron públicos, sino que fueron anunciados por un empleado de la catedral, monseñor Van Kesel. El religioso declaró que aunque el panel había envejecido notablemente, no se había detectado ninguna pintura irregular bajo la superficie. La mezcla específica de estuco y cola que Van Eyck usaba para crear la capa preparatoria no coincidía con la que había aparecido en la copia de los Jueces Justos. Se habían analizado partículas de madera y de pigmento. Desgraciadamente —anunció Van Kesel—, aquélla era la copia de Van der Veken, y no el original desaparecido.

Pero son muchos los que siguen sin estar convencidos. Con los años han ido proliferando distintas teorías. El panel fue cortado en pedazos y escondido en San Bavón. El panel fue enterrado en una tumba de la cripta de la catedral. Estaba oculto bajo un bloque de piedra, en la fachada. Estaba enterrado en el ataúd de Goedertier. Köhn, el agente de Hitler, lo había encontrado, y se lo había llevado en secreto. O tal vez Van der Veken había pintado su copia sobre él y lo había devuelto a su lugar en El retablo de Gante, pero tras treinta años las capas de pintura se habían difuminado, y las figuras originales y el craquelado había aflorado, haciéndolos visibles a simple vista. ¿Tal vez el obispado sí estuviera implicado en el robo, o en su encubrimiento, después de todo? ¿Había usado alguien a Van der Veken para devolver el panel de manera encubierta, para no revelar su complicidad? Esta última hipótesis explicaría por qué los resultados de los análisis no se habían hecho públicos.

La teoría del grupo de inversores, que sigue siendo la explicación más convincente del robo de los Jueces Justos, sugiere una solución al misterio de la posible sustitución de la copia de Van der Veken. Si el grupo de inversores intentó sin éxito cobrar un rescate, y sus deudas e incumplimientos de contrato quedaron sin efecto, u olvidados, durante la Segunda Guerra Mundial, entonces ya no habría motivo para retener el panel. ¿A quién le interesaría más que a la propia diócesis el retorno de los Jueces Justos? De ese modo dejaría de estar en manos de los delincuentes. ¿Podía ser considerada culpable de robo si lo que había hecho era sustraer una de sus propiedades, ocultarla en un lugar que era suyo, y después solicitarse a sí misma un rescate para su devolución? No cuesta comprender que las personas implicadas hubieran pensado que de ese modo «nadie salía perjudicado». Pero el panel de san Juan Bautista sí salió de la catedral y se usó como moneda de cambio. Y se dio por sentado que el gobierno belga acabaría pagando el rescate, como en realidad habría podido suceder si el fiscal De Heem no hubiera objetado. Así pues, el delito era un intento de extorsión al gobierno belga. El trabajo chapucero tanto de Luysterborgh como de Patjin, el jefe de policía que optó por centrarse en el ladrón de queso, podría explicarse por una de las dos posibilidades siguientes, que en ningún caso los dejarían bien parados: o eran unos ineptos, o también eran cómplices.

¿Tal vez Van der Veken hubiera pintado sobre el original robado para devolver el panel una vez que el plan de obtener rescate falló, y para evitar más investigaciones? La complicidad de Van der Veken daría razón de los enigmáticos versos que añadió en el reverso de su panel, aunque aportar una pista semejante era jugar con fuego. El conocimiento de la verdad, al menos entre ciertos miembros del clero de Gante, explicaría la negativa de la diócesis a hacer públicos los resultados de los análisis que habrían demostrado que Trotteyn se equivocaba, e indicado que aquellos Jueces Justos no eran el original robado. Las pruebas circunstanciales conducen a esa conclusión, pero sigue habiendo sombras y silencios.

Es posible que la verdad aflore en un futuro inmediato. En 2010, la Fundación Getty, en colaboración con el gobierno belga, anunció sus planes para financiar una restauración exhaustiva de El retablo de Gante. El mundo no apartará los ojos del proceso, y aguardará impaciente todo lo que se diga sobre lo que se encuentra bajo la superficie de los Jueces Justos.

Parte del placer de este misterio duradero es, precisamente, que sigue sin resolverse. Tal vez algún día la verdad salga a la luz, el panel de los Jueces Justos aparezca y El retablo de Gante vuelva a mostrarse completo, si es que no lo está ya.