27

Walter Cole me llevó al aeropuerto para coger el puente aéreo de Delta a Boston. Había estado relativamente callado desde que nos marchamos de Nicola’s. A Walter se le daban bien las cavilaciones.

—¿Hay algo que quieras comentarme? —pregunté.

—Es sólo que me había olvidado de lo interesante que es la vida que llevas —dijo cuando vislumbramos LaGuardia.

—¿En el buen sentido o en el sentido chino?

—Los dos, supongo. Me gusta estar jubilado, pero a veces siento cierta inquietud, ¿entiendes? Leo sobre un caso en el periódico, o lo veo en las noticias, y me acuerdo de lo que se sentía al formar parte de eso, la intensidad de todo aquello, la sensación de… no sé…

—¿De finalidad?

—Sí, de finalidad. Pero entonces Lee entra en la habitación y tiene una cerveza para mí en la mano, y una copa de vino para ella. Charlamos, y yo la ayudo a preparar la cena…

—¿Ahora cocinas?

—No, por Dios. Una vez hice un estofado y hasta el perro se puso enfermo, y mira que ese perro come cagadas de ciervo sin pestañear. Ayudo a Lee absteniéndome de cocinar, y asegurándome de que tiene la copa llena. A veces nos acompaña alguno de nuestros hijos, y la velada se alarga, y eso está bien. Sólo bien. ¿Sabes cuántas veces me perdí la cena cuando era policía? Demasiadas; demasiadas, y unas cuantas más. Ahora tengo ocasión de recuperar el tiempo perdido. La satisfacción es un sentimiento muy subestimado, pero eso sólo lo descubres cuando envejeces, y con ello llega el pesar por haber tardado tanto en tomar conciencia de lo que uno se perdía.

—¿Intentas decirme, pues, que no quieres cambiar tu vida por la mía? Perdona si no me sorprendo.

—Sí, más o menos a eso se reduce todo. Hoy he oído lo que se decía en la parte de atrás de Nicola’s y me ha picado otra vez el gusanillo, pero también he sentido el miedo. Estoy demasiado viejo, demasiado débil, demasiado lento. Estoy mejor donde estoy. No puedo hacer lo que tú haces. No querría hacerlo. Pero tengo miedo por ti, Charlie. Y tengo más miedo a medida que pasan los años. Antes pensaba que tal vez pudieras poner fin a esto, que te marcharías a Maine y serías un hombre normal haciendo cosas normales, pero ahora sé que no es eso lo que te han deparado los astros. Sólo me pregunto cómo va a terminar, nada más, pero te haces viejo, tú y esos dos chiflados que te siguen los pasos. Y esa gente a la que te enfrentas parece cada vez peor. ¿Oyes lo que te digo?

—Sí. —Y era verdad.

Llegábamos ya a la terminal de Delta. Los taxis se amontonaban y la gente se despedía. Ahora que tenía que marcharme, quería quedarme. Walter paró junto al bordillo y apoyó una mano en mi hombro.

—Al final se te llevarán, Charlie. Un día de estos uno será más fuerte que tú y más rápido, y más implacable, o sencillamente serán demasiados incluso si Angel y Louis te ayudan. Entonces morirás, Charlie: morirás y dejarás a tu hija sin nada más que el recuerdo de un padre. Y lo grave es que no puedes hacer nada para remediarlo, ¿verdad que no? Es como si lo viera escrito.

También yo apoyé la mano en su hombro izquierdo.

—¿Me permites que te diga una cosa? —pregunté.

—Claro.

—Puede que no quieras oírla.

—No pasa nada. Sea lo que sea, escucharé.

—Estás convirtiéndote en un viejo patético.

—Sal de mi ciudad —contestó—. Espero que te maten lentamente.