52

Querido Dell:

Te mando esta carta a Great Falls porque aunque no creo que estés allí no sé a qué otro sitio podría mandártela. Puede que alguien te la entregue. Quizá esa amiga de mamá rara, la tal Mildred. Espero que no estés leyendo esto en una cárcel de menores de alguna parte; sería terrible que hubieras ido a parar a un sitio así. Me pregunto si has visto a nuestros patéticos padres, y qué es lo que les ha pasado últimamente. Me pregunto qué habrá sido de mi pez. Te quiero muchísimo, ¿sabes? A pesar de todo. Sigo guardándote la mitad de tu dinero, tu parte. Te imaginé yendo a la cárcel solo, a visitarlos en sus celdas, después de haberme ido de casa. Lo siento, lo siento, lo siento.

¿Dónde estás? Yo estoy viviendo en una casa, con otra gente. Una chica que también se ha fugado y que es muy simpática. Un chico guapo que ha dejado la Marina de los Estados Unidos sin permiso porque no le gusta pelear. Y dos hombres y una mujer que no están siempre aquí pero que nos cuidan muy bien y no piden mucha atención a cambio. La casa está en una calle larga llamada California Street (muy lógico). Porque estoy en San Francisco, se me había olvidado decírtelo. No he vuelto a ver a ese granuja infiel de Rudy Papá-Rojo. Quedamos en reunirnos en San Francisco un sábado, en un parque llamado Washington Square. No he vuelto a verle ni a él ni a su madre. Si le ves tú dile que se cuide. No le quiero. Si quiere puede escribirme.

Es extraño escribirnos cartas como si fuéramos adultos, ¿no crees? Me gustaría que vinieras aquí, si es que puedes. Te seguiría mangoneando. Pero podrías jugar al ajedrez. La gente juega al ajedrez en Washington Park Square. Podrías aprender mucho y convertirte en campeón. Aquí he sabido que otra gente (chicos y chicas) también tiene problemas con sus padres. No porque sus padres hayan robado un banco —nada tan malo—, pero quizá sí porque alguno de ellos se haya suicidado. Más cosas. ¿Has recibido alguna carta de ellos? Yo no, por supuesto. Me pregunto qué es lo que piensan de mí a estas alturas. ¿Saben que me fui de casa? Aquí hace muy buen tiempo, aún no ha llegado el frío, y se siente que las cosas están sucediendo. Me gusta estar sola. A la gente le he contado lo de nuestros padres, pero nadie me cree. Puede que yo también deje de creérmelo, o deje de contarlo. Me encantaría verte, aunque al irme pensé que no te vería nunca más. Ahora pienso que sí. Sigo estando en el mismo planeta que tú, aunque estoy muy contenta de no estar en Great Falls, que es una ciudad de mierda y siempre lo será.

Algún día te contaré cómo llegué aquí. Lo logré sin acabar muerta y sin que se aprovecharan demasiado de mí y sin morirme de hambre. Ahora tengo que irme.

Con cariño,

Berner Parsons

P. D. He pensado en algunas cosas nuevas. Puedes escribirme a esta dirección; deberías hacerlo. A mí me alegra el paso del tiempo, así que no tienes que darte ninguna prisa.

Si me vieras no me reconocerías. Me he hecho agujeros en las orejas. Me he afeitado las piernas y las axilas, y me he cortado aquella maraña de pelo tieso y lo llevo corto y precioso. Y no me importan mis pecas. Y ahora tengo algo de pecho. El hombre, al que llamamos Tío Bob, me preguntó si era judía. Y le dije que por supuesto. El cutis, por desgracia, me ha «brotado». He trabajado dos veces de canguro, si te lo puedes creer de mí. Yo misma soy capaz de recordar cuando era una niña pequeña. Para mí tú sigues siendo un niño pequeño. Te daré el dinero del robo que me diste cuando volvamos a vernos.

Es horrible que tengamos los padres que tenemos y que no hayamos tenido más suerte. Ahora nuestra vida es una ruina, aunque todavía nos queda mucha por delante. A veces los echo de menos. Tuve —tengo— un sueño. En él mato a alguien, no sé a quién, pero luego se me olvida lo que he hecho. Y de pronto vuelvo a acordarme —del asesinato que he cometido— y sé que lo hice y otra gente lo sabe también. Es horrible, porque no he hecho nada parecido y sin embargo sigo teniendo ese sueño. Luego me despierto y siento que he estado llorando y corriendo una carrera. ¿Te pasa a ti también? Somos gemelos, y creo que sentimos lo mismo y vemos las cosas de la misma manera (¿el mundo?). Espero que sea verdad. Recuerdo una de las poesías preferidas de nuestra madre. Se la recito en alto al chico de la Marina. «Una vez tuve una juventud maravillosa, heroica, fabulosa, digna de escribirse en hojas de oro, colmada de buena suerte. ¿Por qué crimen…?». Ahora no la recuerdo entera. Lo siento. Era en francés. Ella siempre pensó que hablaba de ella, me parece.

Otra vez con cariño,

Berner Rachel Parsons, tu gemela