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En su «Crónica de un acto criminal cometido por una persona débil», nuestra madre escribió como si Berner y yo estuviéramos presentes y pudiéramos leer sus pensamientos en el instante mismo en que los iba registrando, y fuéramos sus confidentes y nos beneficiáramos de tales pensamientos. Su crónica representa para mí su voz más verdadera, la que nosotros sus hijos nunca oímos y sin embargo la voz con la que se hubiera expresado si alguna vez hubiera podido hacerlo cabalmente, sin los límites que le había impuesto la vida. Esto mismo sin duda es cierto con todos los padres y los hijos. Uno no conoce más que una parte del otro. Nuestra madre no viviría mucho tiempo en la cárcel de Dakota del Norte. Y cualquiera puede ver —suene o no a verdad lo que lee en ella— que cuando escribía esto estaba empezando a derrumbarse.

Queridos míos:

Los dos habréis cruzado ya una frontera nacional, lo cual no es lo mismo que recorrer una calle, ¿no es cierto? Es un comienzo nuevo, aunque por supuesto no existe tal cosa como un comienzo nuevo por completo. [Era obvio que ella y Mildred habían hablado de ello con detenimiento.] Se trata del mismo comienzo, pero emprendido bajo una luz nueva. Yo lo sé todo acerca de esto. Pero vosotros dispondréis de una nueva oportunidad allí en Canadá, y no se os mancillará más por culpa de vuestro padre y mía. A nadie le importará de dónde venís ni lo que habéis hecho. No llamaréis la atención en absoluto. Yo nunca he estado allí, pero es un país que se parece mucho a los Estados Unidos. Lo cual es bueno.

Recuerdo las cataratas del Niágara: cómo las contemplaba desde el otro lado cuando era una chica de viaje con sus padres. Habéis visto esa foto. Sea lo que sea lo que separa a la gente, las cataratas siguen allí (para mí, al menos). No sabemos distinguir con la suficiente claridad, ¿sabéis?, entre cosas que parecen iguales pero son distintas. Vosotros deberíais saber distinguirlas siempre. Oh, bueno. Vais a disponer de montones de mañanas para pensar en todo esto. Nadie os dirá cómo sentiros. Tú ya imaginas el mundo como su contrario, Dell. Me lo dijiste. Ésa es tu fuerza. Y tú, Berner, tú tienes un sentido de lo extraordinario, así que te las arreglarás bien. Mi padre cruzó muchas fronteras después de Polonia, antes de llegar a Tacoma, en Washington. Siempre supo extraer autoridad de su presente. Sin la menor duda.

He descubierto dentro de mí una frialdad completamente nueva. No es malo encontrarte un lugar frío en el corazón. Los artistas lo hacen. Puede que lo llamen de otra forma… ¿Fuerza? ¿Inteligencia? Antes rechazaba esa frialdad, por vuestro padre. O intentaba rechazarla. No hago sino intentar seros de ayuda desde aquí, pero no estoy en una situación muy favorable. Estoy segura de que lo comprenderéis

He leído esta «carta» muchas veces. Y cada vez que lo hago vuelvo a caer en la cuenta de que nunca esperó volver a vernos a Berner o a mí. Sabía muy bien que aquél era, para todos nosotros, el fin de la familia. Y eso es algo más que triste.