Antes de contestar, Penny titubeó largo tiempo. Cuando levantó su suave voz, fue con menos aturdimiento e indignación de lo que él esperaba, pero con una tendencia a tartamudear.
—¿Tú… tú no sabías que yo estaba aquí? ¿No puedes ver esa silla junto a una de las camas?
Sobre el respaldo de la silla a que aludía colgaba una chaqueta de tela de color castaño claro, una falda del mismo material, un jersey de cashmere color naranja y un pantalón de seda blanca. Sobre el asiento de la silla estaban dobladas un par de medias tostadas y un par de ligas, con los zapatos de color tostado en el suelo. Sobre la cama cercana, una pequeña maleta de viaje, de cuero blando, estaba abierta y mostraba más objetos femeninos. Jeff habló hacia la puerta;
—No he tenido tiempo de ver nada, Penny. ¿Puedo ofrecer una sugerencia, sin embargo? Si tienes que tomar una ducha en el cuarto de baño de otra persona, podrías echar él cerrojo a la puerta del baño ó por lo menos cerrar la cortina de la ducha.
—De otra persona… —La estupefacción la ahogó por un momento—. ¡Pero si es mi cuarto! ¡Lo voy a compartir con Serena!
—¿Te ha dicho algo Serena?
—¡No la he vi-visto! Creí que ella me e-encontraría, ¡pero ni siquiera la he visto! Me telefoneó desde larga distancia cuando yo estaba en Louisville…
—¿En Louisville?
—Es mi ciudad natal; yo nací aquí. ¿No lo sabías?
—Sabía que tu familia vino a Nueva Orleáns desde Kentucky, pero no de qué lugar de Kentucky. Entonces, ¿qué te dijo Serena?
—No había hecho la reserva cuando telefoneó. Pero dijo que sería un camarote grande en la popa de la cubierta más alta, algo acerca de un «porche trasero». ¡Es c-caro, dijo ella, y nunca lo t-toman en esta e-época del año!
—Hay dos camarotes en la popa de esta cubierta, frente a frente. Uno es el 340 que es mío…
—T-T-Tú…
—¿Dudas de que es mi camarote? Sobre el estante que está fuera de la ducha verás mi reloj, que es lo que entraba corriendo a buscar. Si Serena ha estado ocupando el 339, al otro lado de la división, no me lo ha dicho.
—¡Y a mí me dijeron que este era el camarote de ella! Un oficial de uniforme me lo ha dicho. Y-yo me preguntaba por qué no habían traído mi baúl grande; la maleta pequeña la traía yo misma. ¡Este puede s-ser tu cuarto, pero…!
—Te pido disculpas una vez más, Penny, por lo que no se ha podido evitar. ¿Quieres terminar de tomar tu ducha?
—¡No; yo… yo no podría! Ya he pasado bastante calor, por un motivo u otro, para querer más agua caliente. ¡Sinceramente, Jeff…!
—Entonces dejo el campo libre para que te vistas en paz.
Retirándose hacia la cubierta al aire libre, cerrando cuidadosamente la puerta de afuera, se encontró cara a cara con Serena Hobart, que daba la vuelta a la cubierta desde el lado de babor. La rubia muchacha mostraba preocupación, pero también un cierto regocijo.
—Serena…
—Ya lo sé, Jeff. De todos modos estaba en camino hacia aquí; las ventanas están cubiertas; sé lo que ha pasado esta vez. Y debo decir…
—Di lo que quieras, Serena, pero por favor no me digas que yo le he quitado la ropa y la he arrojado bajo la ducha. ¿No es tiempo ya de terminar con esta fábula acerca de mi pasión por desvestir a Penny en toda ocasión posible?
Las cejas de Serena se elevaron.
—No tenía intención de hacer semejante observación. Cuando digo que sé lo que ha pasado, significo que puedo decirte exactamente qué es lo que ha pasado y cómo ha sido.
—Entonces podrías decírmelo.
—Muy bien. Yo pensaba encontrarme con Penny cuando ella subiera a bordo. Pero estaba con el señor Learoyd, el comisario, en su despacho, preguntándole sobre ese hombre del bigote; y he tardado más tiempo del que nadie pudiera suponer.
Serena sacudió la cabeza, meditando.
—¡Hay que ver! Para ser una persona nacida en Louisville, criada aquí y en Nueva Orleáns, Penny sabe menos sobre el río que tú. ¡No sabe nada, absolutamente nada!
—¿Y bien?
—Cuando subió a bordo, en lugar de hacer las preguntas razonables en el despacho del comisario, en la cubierta de camarotes especiales, la pobre chica se ha extraviado por la cubierta principal nuevamente. Ernie Aspem, ayudante del señor Learoyd había ido a hacer una diligencia. Penny le ha encontrado en la entrada entre la Sala Plantación y la Sala del Viejo Sur, y le ha preguntado: «¿La señorita Serena Hobart?». Ernie, que la había visto en la cubierta de camarotes especiales sólo momentos antes (Penny atrae las miradas de un hombre, como tú comprenderás) simplemente ha hecho un gesto y ha contestado: «Allí, señorita». Él quería decir en el despacho del comisario, donde yo estaba realmente. Como ellos estaban parados en la entrada de esté lado de adelante, y ella sabía que mi cuarto estaría en el porche trasero de más arriba, Penny pensó que eso era lo que él quería decir.
»Pero ¿iba a preguntar a nadie para que le indicaran o la llevaran? ¡Oh, no! Ella debía bastarse a sí misma.
»Ernie ha vuelto al despacho y nos ha dicho que una joven estaba buscándome. Entonces es cuando he empezado a darme cuenta de lo que debía estar pasando. Al preguntar por su equipaje, Ernie me ha dicho que ella no traía nada más que una pequeña maleta, que podría haber sido de un visitante. Pero conozco a Penny desde hace bastante tiempo. Sabía que ella llevaba su gran baúl, que está marcado P. L., cuando iba a visitar a sus abuelos. Así que les he dicho que hicieran buscar ese baúl por un mozo de cuerda, dondequiera que estuviera, y que lo hicieran subir al 339 rápidamente. También empezaba a preocuparme.
—¿Sobre un posible error?
—Naturalmente, ¿qué otra cosa? Yo había conseguido el cuarto 339, que era el que yo quería. Aun así, he pensado que era mejor venir. Pero yo no soy una profetisa ni tengo una bola de cristal. Hasta que no os he oído hablar ahí dentro, no se me ha ocurrido en qué estado estaría al tropezarte con ella. En el nombre del cielo, Jeff, ¿qué te pasa? ¿Has perdido la cabeza?
Puede que hubiera perdido él su sentido de la dignidad; puede que estuviese ella perdiendo el equilibrio. El caso es que, sin ceremonias había tomado él a Serena por la muñeca y tiraba de ella, alejándola, por la cubierta.
—Si nos has oído a Penny y a mí allí dentro —dijo—, exactamente igual puede ella oírnos a nosotros ahora. ¡No hay necesidad de divulgar que te has enterado de todo!
—Estabais gritando; tú estabas positivamente gritando. Yo en cambio estaba hablando en un tono bajo y contenido, apenas más que un murmullo; ella no puede haber oído, y no se le diré después. Mi querido y buen idiota, ¡ejercita el autodominio! Nadie piensa realmente que eres un violador vagabundo en busca de presas. Además —y una simpatía súbita e inesperada dio calor a la actitud de Serena—, ella no puede haberse disgustado tan terriblemente, ¿no es cierto?
—Como de cualquier forma que conteste esa pregunta, llevo las de perder, aprovecharé tu alusión y no voy a contestar. ¿Han encontrado el baúl perdido?
—Sí; está en mi cuarto ahora. En cuanto al siniestro personaje de los bigotes…
—¿Te has enterado de algo?
—Si se trata del hombre misterioso —intervino Dave Hobart, subiendo a saltos los escalones de la cubierta inferior y reuniéndose con ellos—, yo también quiero estar en la conversación. ¿Y bien, Serena?
—Os puedo decir su nombre, que es Minnoch, y su destino: Nueva Orleáns. Viaja con otro hombre llamado Bull, también para Nueva Orleáns. Eso es todo lo que se puede decir de cualquiera de ellos. El señor Learoyd no ha visto ni ha oído hablar jamás de Minnoch antes de este viaje. Ni el mismo capitán Josh, que habitualmente conoce a todos, puede suministrar ninguna información.
—¡Pero…! —protestó Dave.
—Al fin y al cabo, en el río no tienes que mostrar un pasaporte ni establecer la identidad; es suficiente pagar el pasaje. Learoyd piensa que Minnoch no es más que un comerciante y un entremetido. Cualquiera que pueda ser su juego, ninguno de nosotros tiene por qué molestarse. Puede ser un pesado y un fastidioso; pero no es muy peligroso.
—¿Por qué no, hermanita?
—Mi pobre Dave, ¡ese patán es tan llamativo! No podría haber demostrado menos sutileza de haber empleado un ariete o de haber arrojado un flan.
—¿A quién esperabas, al doctor Fu Manchú? No le hará falta arrojar arañas venenosas por la ventana para que me de un ataque de nervios. ¡Bonita situación!, ¿verdad? No he podido tener un solo lance con Kate sin encontrar al hombre del misterio en el guardarropa…
—¿Es eso lo que ocurrió, Dave? ¿Estabais tú y Kate…?
—¡No, y no voy a estar! Solamente lo decía como tema de discusión…
En ese momento Penny Lynn, completamente serena en su atavío castaño y naranja, que Jeff ya había visto, abrió la puerta del cuarto 340 y les sonrió.
—¡Hola, Serena! ¡Hola, Dave! Qué hermoso día, ¿verdad?
Dave puso cara de estupefacción.
—¡Hola a ti, Penny!, y al fin brilla el sol.
Miró a Serena.
—¿Es ella quién tenía un lugar reservado en tu mesa? Sí, ya lo veo. No me dijiste que Penny nos honraría, Serena.
—No, Dave, y tampoco se lo dije a Jeff. Pensé que sería una, agradable sorpresa para los dos.
—Se han producido varias sorpresas, ¿no? —sonrió Penny—. Pero, antes de que vayamos abajo o que hagamos otra cosa, ¿puedo por favor tener una palabra aparte con Jeff?
Si por un momento él sintió cierta vacilación para acercarse a ella, Penny en cambio no vaciló. Nunca había parecido tan atractiva después de casi trece años. Ella retrocedió para entrar al cuarto; el jersey y la falda definían su silueta, fijos en él los ojos azul-grisáceos, y él la siguió.
—¿Quieres cerrar la puerta, Jeff?
—Espero que no creas, Penny, quiero decir sobre…
—Bueno, yo me voy a referir a eso. No irás a pensar que yo estoy enojada, ¿verdad? Después de reponerme de la sorpresa de verte, que puede haberme durado dos minutos enteros, me he dado cuenta que no sentía ningún enojo. Estaba contenta. —¿Contenta?
Penny sacudió hacia atrás su suave cabello castaño dorado, peinado en un largo bucle, donde brillaba la luz de las ventanas.
—Porque ahora sé lo que debía haber sabido desde siempre. Esas otras veces, cuando perdí mi vestido o cuando perdí vestido y parte de mi ropa interior también, no te parecieron una broma, como algunos dijeron. Eso era lo que yo no podía soportar; que tú pensaras que era divertido. Y nunca pensaste eso, ¿no es cierto? ¿Estás tú enojado conmigo?
—No, por supuesto; ¿por qué tenía que estarlo?
—¡Por actuar como la pequeña bestia tonta y rabiosa que debo haberte parecido! Cuando pienso en las cosas insultantes que dije e hice o me obligaron a hacer…
—A propósito, Penny, ¿cómo están tu madre y tu padre?
—En la actualidad, sumisos; muy sumisos. Ya no rigen mi vida como si estuvieran dirigiendo un riguroso pensionado; me alegra decir que ni siquiera lo intentan. Estos hechos del pasado, que yo distorsioné tanto, fueron simples accidentes que nos persiguieron y todavía nos persiguen. ¡Si al menos pudiera hacerte comprender cuánto he pensado en eso, con cuánta frecuencia pensé en eso…!
Penny juntó firmemente las manos. En sus oscuras pestañas brillaron lágrimas repentinas que acentuaron los ojos azul-grisáceos y el blanco luminoso. El tuvo que contener un impulso casi avasallante de cogerla en sus brazos.
—¡Lo siento! —dijo Penny, retrocediendo—. Es solamente mi manera igualmente tonta de mostrar que soy feliz. Pero no debo comenzar a gimotear en tu hombro, ¿verdad? O esa gente de ahí fuera puede oírme y entender mal.
—Ciertamente, eres imprevisible, jovencita. ¡No importa! Elige tu estado de ánimo o cámbialo; llora, ríe, haz lo que te plazca. Para mí, es suficiente estar contigo de nuevo.
—¿Lo dices de veras?
—Tú sabes que digo la verdad, ¿no?
—Bueno, y-yo esperaba que fuera cierto. Tu vida por lo menos ha sido un éxito por tu propio esfuerzo. Elegiste el camino que querías; no te dejaste detener o desviar por los consejos demasiado «sensatos»; y ahora te has convertido en el distinguido escritor que siempre quisiste ser.
—No muy distinguido, Penny. Pero puedo vivir de eso si sigo trabajando.
—¿Y no ha sido una gran satisfacción el trabajo en sí? Todos esos libros son buenos, Jeff; dos o tres de ellos son terriblemente buenos.
—¡Tonterías románticas, en su mayor parte!
—¿Qué hay de malo en las tonterías románticas, si está bien hecho o es realista en su propia especie?
Penny levantó los ojos.
—De La Posada de las Siete Espadas, jamás olvidaré esa lucha en las murallas almenadas de Falworth Morat House. Y la escena de amor con Lady Phillida en el jardín, podría haber sido en el jardín que está detrás de la Mansión Delys. Hablando de la Mansión Delys…
Él no le dijo que el personaje de Lady Phillida Falworth se lo había sugerido Penny Lynn. Penny se acercó a la ventana que daba a la cubierta y miró hacia afuera.
—Se han ido —informó, volviéndose hacia él—. Serena y Dave se han ido. Hablando de la Mansión Delys, decía, ¿te parecerá demasiado fuera de lugar que mi alborozo contenga una pizca de depresión o tristeza?
—¿Tristeza?
—Estoy preocupada —confesó Penny—. Estoy preocupada por Serena, porque Serena misma está tan preocupada y aturdida que a veces apenas sabe dónde se encuentra y qué está haciendo.
—¿Es que alguna vez ha preocupado algo a Serena?
—No te dejes engañar por su modo de ser. Ella trata de impresionar mucho; siempre lo ha hecho. Por debajo de sus afectados bla-bla, es distinta.
—Bien, ¿y qué la preocupa?
—No lo sé, aunque podría tratar de adivinar. Ella no me lo ha confiado, por favor ¡compréndeme! Serena no haría confidencias a nadie acerca de algo que tuviera realmente importancia para ella, y a mí ni se me ocurriría mencionarlas, si me las hubiera hecho. Pero…
—¿Pero…?
—Ella habla conmigo un poco más que con otras personas. En las cosas que conciernen a sus asuntos propios, Serena es tan reticente que…
—Serena (y Dave también, por su parte) no solamente tienen reticencias acerca de sus propios asuntos. Son también misteriosamente reservados acerca de lo que no les concierne para nada, sino que afecta a otra persona.
—¿A otra persona?
—A mí.
Por algún tiempo había oído el revuelo que precede a la partida. Con órdenes lejanas, confusas, con un gran batir de espuma en la rueda de paletas. Él se estremeció, se movió y se apartó del muelle.
Mientras se dirigían una vez más corriente abajo por el Ohio, con My Old Kentucky Home en las notas del órgano del vapor, Jeff le contó a Penny lo de la carta de Ira Rutledge y la de Dave.
—Lo que este superlativo de los abogados familiares tiene que comunicarme, y a quién más lo debe comunicar, queda en un profundo, inexplicable secreto.
—Realmente parece extraño, ¿no? —Penny frunció el ceño—. ¿Has oído decir, Jeff, que probablemente van a vender la Mansión?
—Sí; no es nada secreto: me lo han contado. El posible comprador es un tal Earl George Merriman de Saint Louis; la decisión le será comunicada el 1º de mayo.
—A Serena no le gusta eso; no le gusta nada. Bueno, por lo menos ya estamos en camino. ¿En qué hora estamos viviendo?
Jeff entró al baño, recuperó su reloj, y se lo puso en la muñeca.
—Son las once pasadas —dijo—, ¿te importa?
—No, desde luego. Pero no debemos quedamos aquí de pie chismorreando. Será mejor que nos reunamos con los demás, o van a pensar que te quiero monopolizar.
—Yo soy quien te quiero monopolizar a ti, Penny; un día no muy lejano te diré cómo y cuánto quiero monopolizarte. En esta amplia y mundanal luz de casi mediodía, sin embargo, será mejor presentamos para inspección. ¿Has viajado en este barco antes?
—No, en ningún barco a vapor.
—Antes que nos reunamos con los demás, ¿te interesaría hacerle una visita con acompañante? Por lo menos puedo mostrarte lo poco que he conocido de nuestro transitorio hogar flotante. ¿Te gustaría?
—¡Jeff, me encantaría! Ya he cerrado la maleta, déjame ponerla en el cuarto de Serena, y me gustará muchísimo ir contigo. ¿Conforme?
—Excelente, mi Circe de bolsillo. El enviarte al cuarto equivocado solamente fue un malentendido del ayudante del comisario: tu baúl te ha sido devuelto. Por aquí, entonces, y en pocos momentos más…
Inmediatamente, con una Penny muy atenta a su lado, rodearon la cubierta de deportes («Esos son los cuartos delanteros de los oficiales; no debemos pasar por ahí»), descendieron a la Texas y miraron en la sala de esa cubierta sin siquiera encontrar al por demás curioso señor Minnoch. Una vez en la cubierta de camarotes especiales, donde los pasajeros todavía permanecían acodados en las barandillas, Jeff la condujo adentro y bajaron por la gran escalera.
—Yo he estado aquí antes —le dijo Penny—. Esta es la Sala Plantación, donde comemos. Por allí más allá de esa entrada, está la Sala del Viejo Sur.
La Sala del Viejo Sur —con paneles color gris Confederado, con un gran escudo de estrellas y barras sobre un falso hogar, así como un mobiliario muy tapizado y una gran cantidad de mesas redondas a lo largo— parecía oscura a pesar de la luz que venía de afuera. En una mesa cerca del centro encontraron a Serena, Dave y Charles Saylor, estos dos últimos en un estado algo emocional. Serena y Dave estaban sentados; Saylor, de pie, mirándoles, como en mitad de su vuelo narrativo.
—¿Continúo? —preguntó.
—Mi querido amigo —dijo Serena, que parecía estar reprimiendo un bostezo—, no puedo pensar en nada que me interese menos. Sin embargo, si eso te causa placer…
¡Yo no digo que me produzca ningún placer! Pero tú no estás ofendida, ¿verdad? Quiero decir, ¿no creés que es divertido?
—No teniendo embotado el sentido del humor.
No quiero decir divertido ja-ja, ¡maldición! Quiero decir…
Si, Chuck no necesita interpretar.
—Comprendemos muy bien tus buenas intenciones; ya lo has explicado suficientes veces. Nos ha estado contando cosas sobre G-l-a-m-i-s, que ha tenido buen cuidado de pronunciar Glams de la manera más precisa.
—Por supuesto que lo pronuncia Glams —gritó Dave, si ha hecho algo parecido a una buena investigación. Adelante, Chuck. Nadie te detiene.
—Yo no sé si es un hecho o sólo parte de la leyenda —continuó Saylor—, pero está mencionado en todos los relatos sobre el castillo de Glams que se hayan escrito. Buscaban el cuarto secreto, ¿os dais cuenta? —continuó, incluyendo a los dos recién llegados—. Fuera de cada ventana del castillo colgaron algo de color blanco bien visible, como una toalla o una funda de almohada. Es un edificio grande, por supuesto…
—¿Grande? —repitió Serena como un eco—. Debe ser positivamente enorme, si pudieron encontrar tanta ropa blanca.
—Por el bien del debate —pidió Dave—, ¿no podríamos dejar a un lado las argucias el tiempo suficiente como para oír esto? Saylor señalaba a ventanas invisibles.
—Cuando hubieron hecho esto, según la historia, quedó una ventana solitaria sin marca. Buscaron y buscaron; siguieron buscando hasta el día de hoy. Pero no pudieron encontrar la ventana del cuarto perdido. Es toda una historia, ¿eh?
—Sí, es toda una historia —convino Dave—, sólo que tales tácticas tampoco valdrían para la Mansión Delys.
—¿Por qué no?
—En primer lugar, no tenemos motivos para suponer que sea un cuarto en ninguno de los sentidos convencionales, o que exista ninguna ventana. Lo que necesitamos es un lugar que sirva de escondrijo secreto de alguna clase, que no está realmente escondido si se sabe mirar.
—En ese caso, Dave —el índice de Saylor se irguió—, debe haber un camino hacia eso desde el interior de la casa.
—Bien, ¿dónde se empieza a buscar un camino?
—Si me dejaran dirigir a mí, empezaría a mirar por las proximidades de esa escalera asesina.
—¿Escalera asesina? —repitió Penny, con la voz tartamudeante—. Creo que he estado en la Mansión como cualquiera, pero ¿qué quiere decir con eso de escalera asesina?
—No quiere decir nada —estalló Jeff—, salvo que nunca piensa en hada de lo que dice.
Saylor había retrocedido, con el brazo izquierdo levantado como para atajar un golpe.
—¡Está bien! ¡Está bien! Dije que no hablaría de eso y no hubiera hablado, pero Dave no hace más que charlar y charlar hasta que me lo ha sonsacado. Esa es la verdad: ¡pregúntale a Serena! Y no es más que una fantasía mía, nada para alarmar o inquietar a tan bellas damas como estas dos.
—A mí no me inquieta, muchísimas gracias —le aseguró Serena—. Estoy hecha a prueba de golpes y libre de fantasías, al menos de fantasías supersticiosas. ¿Tú tienes alguna sugerencia sensata?
—Sí, la tengo. Le decía a Jeff en el desayuno que yo podría escribir a alguien; puede ser la determinación más sensata que pueden seguir ustedes.
—¿Qué?
—Existe un hombre en Estados Unidos que es la autoridad máxima sobre escondrijos secretos, pasajes ocultos y cosas así. Los ha estudiado por todas las Islas Británicas y en el continente europeo; en este país también. Hay más fuera que aquí, aunque tenemos algunos buenos en nuestro propio suelo. Así que este tipo es el hombre que ustedes necesitan.
—¿Por alguna casualidad se trata de Malcolm Townsend? —preguntó Dave.
—Sí, me refiero a Malcolm Townsend; él escribió un libro que es clásico. ¿Habéis oído hablar de él?
—Sí, he oído hablar. Hace un par de años escribió a mi padre y le pidió permiso para hacer un ensayo en la Mansión. Nuestro padre, recuerdas —Dave miró a Serena—, no quería que nadie se entremetiera en esos tiempos. Le escribió una respuesta cortés y le dijo que consideraba que era imposible. Pero la carta del señor Townsend todavía está allí, con su dirección de Washington. ¿Para qué piensas que he hecho un viaje especial a Washington ahora, sino para verle por el mismo asunto?
—¿Y le has visto, Dave? —preguntó Serena.
—¿Viajaría yo toda esa distancia para que no me atendiera? Bueno, echarme, no me echaron. Pero Townsend tiene que dar una conferencia, y también tiene una reunión con cierta sociedad de anticuarios. Pero todo va bien. Viene en tren; estará en Nueva Orleáns el sábado por la mañana, sólo un día después que nosotros. Entonces tendremos algo de acción. Todavía pienso que el secreto está en ese cuaderno de bitácora que dejó el abuelo, si es que alguien puede hallar la clave.
En la entrada de la sala apareció la silueta corpulenta, uniformada en azul, y la faz colorada del capitán Joshua Galway, con Kate Keith solícitamente adherida a su brazo. Kate dijo algo al oído a su acompañante. Sólo habían dado uno o dos pasos más acá de la puerta; instantáneamente dieron la vuelta los dos y volvieron a salir.
Hubo un corto silencio.
—Los Galway —observó Dave— han sido yanquis por cerca de cien años. Naturalmente, tenían que decorar esta sala como para alegrar los corazones de Jefferson Davis y de Robert E. Lee —[Presidente y general en jefe de los confederados respectivamente]—. ¿Qué piensas, Serena? Nuestra Kate también está conquistando al capitán Josh.
—Mejor que no lo haga —dijo Serena—, o la esposa del capitán Josh blandirá un hacha sobre alguna cabeza. ¿No estás celoso, Dave? ¿No estás…?
Y entonces, el modo lánguido de Serena sufrió un cambio completo.
—Realmente, Penny —exclamó, levantándose de pronto—, hay algo que tengo que decirte. Debo decírtelo en seguida, y lejos de esta buena pero obtusa gente. Has querido tener unas palabras en privado con Jeff; ahora por favor debes permitirme una palabra en privado contigo. ¡Sin esperar; no puedo esperar! ¡No discutas, querida; ven conmigo!
Penny, con cara de protesta, pero con el mismo buen carácter de siempre, se dejó arrastrar fuera del salón.
Dave habló restándole importancia.
—Bueno, ¿os ha gustado eso? —dijo—. Allá va la chica sin ideas raras ni fantasías. Pero a la hora de la verdad: son todas iguales, Serena; Penny; ¡todas las hijas de Eva desde el comienzo de los tiempos!
—Sí, ha sido muy súbito —concedió Saylor— y es para pensarlo bien. Aunque en verdad, es difícil en este momento.
—No, no viene al caso; veamos dónde estábamos. El próximo sábado será 23 de abril. Eso nos da toda una semana para la búsqueda. Si el experto puede aparecerse con algo bueno de veras no podríamos hasta…
Pero Chuck Saylor no iba a permitir que Dave terminara. Saylor, claramente, ya se consideraba como uno de los buscadores.
—Si encontramos el cuarto secreto, Dave…
—¿Qué te pasa? ¡Eeehh!
Los ojos del otro, muy juntos sobre una larga nariz, habían vagado hacia el infinito. Ahora su mirada retomaba, vacilante pero determinada.
—Sólo estaba pensando…
—¡A ver!
—Si encontramos un cuarto secreto, y está en algún lugar de esa escalera…
—¿Qué?
—Sería el colmo de no sé qué, ¿verdad?, si encontráramos otro hombre muerto dentro.