Es diferente por la noche, cuando me despierto muy cerca de ti y estoy solo en la habitación.
Ningún sonido, ninguna palabra que estorbe, ninguna mirada.
Sólo tú, dormida, de un modo anónimo, bajo el edredón, como una despedida del día que fue, o una promesa del día que llega.
Es diferente por la noche.
Me incorporo sin hacer ruido en la cama e intuyo tu cuerpo bajo el edredón, desplegado como una ola, o tensado como un arco… veo lo que es tu ola, tu arco, desde el estuche del alma sobre la almohada, bajando por el cuello, la espalda, las piernas…
Entonces es cuando veo lo imposible, aquello de lo que nunca hablamos. Veo que ahora colgamos de nuestros cuerpos, colgamos de cierto modo en el aire. Como aquella mañana de octubre en que al fin y al cabo no atravesaste el hielo con tu pisada.
¿Quiénes somos?
Hay algo que nos sostiene —¡existimos!
Es diferente cuando duermes. Es diferente cuando cabalgas por la noche sin mí.
Qué cerca estoy de ti entonces. Aquí, en la misma cama, en una habitación en el espacio. ¡Tan cerca… y tan lejos!
¿Qué estamos haciendo los dos con nuestras vidas? ¿No nos corre algo de prisa vivir? ¿No corre algo de prisa existir?
Pues sí, corre prisa. Todo lo demás puede esperar. Mañana, Bella Durmiente, mañana, princesa Aurora, no ahora, cuando el Pegaso de la respiración te lleva por los mares oscuros, sino mañana: ¿podemos entonces dar unos toques de más con las varitas mágicas?