1. La conciencia arbitraria
1.1
Una vez, hace muchos, muchísimos años, la vida se desarrollaba al aire libre. Sólo se entraba en las casas cuando se tenía hambre o frío. Si uno quería encontrarse con alguien, tenía que ser un encuentro físico. Pero de eso hace ya mucho tiempo. ¿Para qué salir si el mundo entero se desarrolla de puertas adentro?
El ser humano no vive más que 80 o 90 años. De algún modo vivimos siempre, claro está. No podemos escondernos de nuestros descendientes. Dentro de mil años habrá alguna persona desconcertada que me vea sentado aquí, delante de la pantalla. Pero no experimentamos más que 80 o 90 años. ¿Para qué íbamos a salir? Supongo que todo el mundo quiere aprovechar al máximo. Yo, por mi parte, me he centrado sobre todo en la guerra de Vietnam las últimas semanas. Una historia desagradable. Y unos años después se repitió lo mismo en Afganistán. Pero eso tendrá que esperar hasta el mes que viene.
1.2
Empezó con los aparatos de radio en la primera mitad del siglo XX. Resulta conmovedor pensar en el suplicio que supondría a la gente de aquellos tiempos tener que elegir. De repente era posible captar señales de todos los rincones del mundo y hacerlas llegar hasta el mismísimo salón de tu casa. Menos mal que ignoraban lo que estaba a punto de ocurrir. Pero ya entonces el hogar adquirió una nueva dimensión. ¿Qué eran las noticias oídas en el pub o en la taberna local comparadas con las flamantes noticias llegadas de Nueva York o Tokio?
Todo esto es conocido. No obstante, deben tenerse en cuenta los evidentes parecidos del aparato de radio con el escáner de nuestros días. En teoría, se hizo posible localizar miles de emisoras en cientos de países.
Surgieron los radioaficionados; es decir, personas que se compraban o se construían su propia pequeña emisora para poder llamar la atención del mundo por su cuenta. Una ampliación de esa actividad la constituyeron las muchas emisoras locales que crecieron como hongos a partir de 1980, aproximadamente. Las distancias en el espacio empezaron a perder importancia. Es obvio que la radio estaba bien asistida por los teléfonos y telégrafos, los cuales registraron una fantástica evolución durante todo el siglo XX.
1.3
Antes de que la radio hiciera su aparición en el mercado, ya se había experimentado con imágenes vivas.
Como todo el mundo sabe, el cine representó una forma extrema de comunicación de dirección única. Pagabas unas cuantas coronas y te sentabas en una sala de cine. La única libertad de elección que se dejaba a los espectadores era la de abandonar la sala antes de que la sesión hubiera acabado. (¿Es alguien hoy en día realmente capaz de entender el entusiasmo con el que el mundo acogió el cine?)
Pero entonces llegó la televisión, y hacia 1970 estaba ya bastante implantada en muchas partes del planeta. Y los cines empezaron a cerrar. Cómodamente sentadas en sus propios sofás, las familias podían seguir lo que sucedía en el televisor.
A principios de la década de los setenta empezaron a surgir los aparatos de vídeo. Del mismo modo que antes se podía grabar música en cintas magnetofónicas, fue entonces posible hacer lo mismo con imágenes vivas.
El vídeo conquistó enseguida el mundo. Las habitaciones de hotel fueron inmediatamente equipadas con la nueva máquina milagro. En los hogares, el televisor adquirió nuevas posibilidades. De repente, la familia podía elegir libremente las películas que quería ver. Las cintas de vídeo se alquilaban por casi nada en la tienda de la esquina. Y aún más: al cabo de unas décadas, la mayor parte de las familias modernas poseía su propia cámara de vídeo.
A partir de entonces, la vida y la historia de los seres humanos fue grabada en cintas magnéticas. Incluso los delitos y los crímenes más execrables podían ser grabados por cámaras de vídeo en las calles, las estaciones de metro, los bancos y cualquier lugar por el que la gente transitara. Con el tiempo, lo más seguro era permanecer en casa, en la que también había más cosas con las que distraerse y entretenerse que antes.
Al compás de la difusión de los aparatos de vídeo, se propagó la televisión por cable. Más importante aún fue el cinturón cada vez más denso de satélites de televisión alrededor del mundo. Desde mediados de la década de 1990, cualquier propietario de un televisor podía ya recibir varias decenas de cadenas de televisión —algunos incluso podían elegir entre cientos de programas.
En el transcurso de cincuenta años, la televisión había alcanzado la extensión intercontinental de la onda corta.
Al mismo tiempo, la producción de programas de vídeo y televisión había aumentado considerablemente. En cualquier momento se podía ver un gran número de cadenas en el televisor. Y si a pesar de todo no se encontraba nada de interés —digo a pesar de todo—, siempre se disponía de unos cuantos estantes llenos de programas que uno no había tenido tiempo de ver. Las colecciones individuales de esos programas podían llegar a ser extraordinarias.
Al aplicado coleccionista de fragmentos de la realidad se le abrieron enormes posibilidades. Las personas empezaron a retirarse de calles y plazas. Es natural. ¿Qué tentaciones podían ofrecer las calles? Sin moverse de su propio salón, la gente tenía acceso a toda clase de alicientes.
1.4
Las posibilidades del receptor televisivo se vieron reforzadas con la llegada de la revolución informática, de la que el mundo fue testigo hacia finales del siglo XX.
Al finalizar el siglo, la gran mayoría de los receptores televisivos eran a la vez terminales informáticos. La ampliación de la red de telecomunicaciones había unido al mundo en una única red de comunicaciones.
Hacia el año 2030, casi todos los pagos por servicios, transferencias y encargos de productos se llevaban a cabo desde el hogar. Uno ya no dependía de aparatos o cintas de vídeo propios. Ya no hacía falta tener libros llenándose de polvo en las casas. Todo lo que se deseaba ver y saber podía extraerse directamente de los bancos de datos a los aparatos en los cuartos de estar o en las cocinas. Si se deseaba una copia en papel de un artículo periodístico, una enciclopedia, un poema o una novela, ésta podía imprimirse en la impresora familiar.
Todo el mundo tenía acceso a emisiones de noticias nuevas o antiguas, películas nuevas y viejas, la historia del arte al completo se encontraba accesible en producciones de vídeo. En resumen: algunas de las prestaciones de nuestra época eran ya habituales en la primera mitad del siglo XXI.
Desde principios del siglo XXI, el viejo teléfono sonoro cedió el lugar al teléfono de imagen. Hablar a un auricular no es lo mismo que hablar cara a cara. La mímica constituye una parte importante del lenguaje. Además, resulta muy agradable poder ver a una persona querida. (Aunque también hay a quien le gusta poder tocar o abrazar a otros. Curiosamente, el teléfono de imagen ha contribuido a alejar a las personas entre ellas.)
También conviene señalar que en unos 45.000 puntos estratégicos del planeta se colocaron vídeos que, sin ninguna clase de subtítulos o comentarios, mostraban lo que ocurría en el exterior. Por ejemplo, en cualquier momento se podía saber el tiempo que hacía en el mundo entero llamando a una emisora. Desde el sofá se podían contemplar los cuatro puntos cardinales del globo.
No obstante, y ahí es donde quiero llegar, iban ocurriendo cada vez menos cosas al aire libre. Salir suponía reducir el horizonte drásticamente.
1.5
Se podrían escribir largas tesis doctorales sobre el desarrollo de los medios de comunicación antes del escáner, y se pueden producir muchas llaves. (Recomendaría en especial «Del tambor al escáner del tiempo».) Aquí nos contentaremos con ofrecer una vista panorámica. Veamos este breve resumen:
Todas las antiguas formas de comunicación, incluidos el ocio y la difusión de toda clase de conocimientos, se concentraron hacia mediados del siglo XXI en torno al televisor. Todo contacto humano —tanto a través de los continentes como a través de las generaciones— se concentraba en la pantalla o el terminal, como solía llamarse.
Todo se concentró en una sola red informática. Los consumidores tenían una o más pantallas en cada habitación. Lo más corriente era una gigante en cada vivienda, con un número variado de pequeñas pantallas en las demás habitaciones. (En torno al año 2080 no era raro ver una pantalla en una de las paredes de cada habitación. Hoy en día, la mayoría opina que tanta pantalla resta intimidad al hogar. Por otro lado, resulta reconfortante tener algo que mirar cuando uno está cortando pan en la cocina o sentado en el servicio. De otro modo sería una pérdida de tiempo, pues todo está al alcance de la mano. El mundo entero se encuentra sobre la encimera de la cocina. El no aprovecharse de esa posibilidad se consideraría apatía.)
Desde principios del siglo XXI se puede ver una auténtica comunicación de dos direcciones. La red no sólo hizo posible disponer de toda clase de información en la pantalla, sino que también brindó la oportunidad de buscar contacto visual con cualquier ser humano. La probabilidad de encontrar a una persona en casa rozaba en el año 2050 el 87 por ciento. (Hoy la cifra es del 97.)
Las personas habían iniciado una auténtica retirada de calles y plazas. El terminal sustituyó a la plaza. Si querías relajarte y dar un paseo por la ciudad para comprar tomates o ver a algún amigo, tenías que ir a casa, como también ocurre hoy.
2. Pleroma
2.1
Lo radicalmente nuevo de la historia de la humanidad empezó alrededor del año 2100, tras una serie de sensacionales descubrimientos en la física cuántica.
Ya en 1900 quedó claro que los átomos no estaban constituidos por esas minúsculas partículas de materia impenetrable que había imaginado Demócrito, sino que podían dividirse en unas partículas elementales aún más pequeñas.
Pero también resultó que las partículas elementales no eran esos cuerpos sólidos y tangibles que habían constituido la base de todo el materialismo. Algunas veces se comportan como bolas compactas o partículas, y otras como ondas o radiación. (La razón es, claro está, que la llamada partícula elemental no es elemental, sino que está compuesta por quarks.)
El principio de complementariedad (Bohr) se conocía ya desde principios del siglo XX como una tendencia posmaterialista en la física moderna. De un modo más panegírico se habló durante un período de la «emancipación de la física de la razón humana». (Véase la llave «Física cuántica», ref. Planck, Einstein, Bohr, Schrödinger, Heisenberg, Dirac, Eddington y Pauli.)
Justo cuando se estaba a punto de captar las fracciones más minúsculas de la materia, éstas desaparecieron. Al menos eran más fantasmales de lo que se había imaginado.
«La corriente de conocimientos se mueve hacia una realidad no mecánica», se decía. «El universo empieza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina.» (Jeans, «Física cuántica», 4.312.) O como lo expresó Eddington: «La materia del mundo es materia del alma».
¡Si hubieran sabido lo que estaban a punto de descubrir…!
Porque se estaban fraguando más cosas: Blumenberg demostró en 2062 que la realidad tiene cinco dimensiones, de las cuales el universo visible constituye sólo las cuatro primeras. El tiempo y el espacio son atributos de una sola sustancia, lo que hoy llamamos Pleroma. (Véase la llave «Física», ref. Blumenberg, Knox y Tangstad.)
Fue el tunecino Labidi quien finalmente pudo probar que los movimientos de los quarks se sedimentan en Pleroma, donde el tiempo y el espacio confluyen en un continuo.
Y con eso estaban colocadas todas las piezas. Las numerosas leyes de la física se habían reunido en una ley universal de la naturaleza.
2.2
Ya en el siglo XVIII, el matemático francés Laplace imaginó una inteligencia que conocía la posición de todas las partículas de material en un momento determinado. Para esa inteligencia «nada sería inseguro, y el futuro, igual que el pasado, se abriría ante sus ojos».
De modo que esa «inteligencia» imaginada por Laplace existe realmente. Es lo que llamamos Pleroma, aunque no es más «inteligente» que un banco de datos.
Abdulah Rushdie demostró en 2105 que todos los acontecimientos del universo «se almacenan» en Pleroma, de donde también pueden recuperarse.
Sólo quince años más tarde —en enero de 2120— se había construido el primer prototipo de un escáner del tiempo.
El mundo estaba paralizado de asombro. Mediante dos buscadores sería ahora posible contestar a todas las preguntas no contestadas de la historia. Todos los sucesos de la historia universal podían recuperarse en la pantalla. No a través de vídeos, libros de historia o informes de investigación, sino directamente desde el escenario de la historia.
Fue entonces cuando todo empezó. Pero a la vez acabó todo lo antiguo.
2.3
El nuevo invento se mantuvo al principio en secreto. ¿Cómo reaccionarían los seres humanos cuando tuvieran al alcance de la mano esa nueva herramienta?
El escáner del tiempo —el prototipo fue desarrollado en el laboratorio del CERN de Ginebra— representó algo completamente nuevo. Pero no debemos olvidar la evolución anterior a él. Ya entonces cualquier persona tenía acceso a cualquier forma de vivencia humana. En el año 2120 no había ningún tipo de dato que no pudiera ser descargado en los miles de hogares mediante un par de pulsaciones. Todas las películas, todas las obras de arte, todo texto escrito y todos los datos existentes sobre las personas eran bienes culturales comunes.
Lo nuevo era todo aquello que no había formado parte de las vivencias de la humanidad. Ahora podía verse en la pantalla la historia completa del planeta. Un espectáculo de ese tipo habría durado casi 5.000 millones de años, pero el escáner del tiempo hizo posible que largos períodos de la historia pasaran velozmente por la pantalla en muy poco tiempo. Si se encontraba algo de interés, lo único que había que hacer era reducir la velocidad o detenerse en una determinada escena.
Ya no se trataba de buscar una película o un artículo enciclopédico sobre la Segunda Guerra Mundial. Ahora, ese triste capítulo de la historia de la humanidad se podía vivir directamente en la pantalla. Un determinado suceso, por ejemplo una ejecución o un encuentro entre Hitler y Goebbels, podía fácilmente acercar o alejar la imagen mediante los dos buscadores —el buscador del tiempo y el buscador del espacio—, con los que hoy en día estamos tan familiarizados.
Decir que los pioneros de Ginebra se lanzaron con entusiasmo sobre el escáner sería poco. Hay que tener en cuenta que tenían en sus manos la historia mundial al completo.
Ahora bien, ¿ese nuevo invento sería un bien para la humanidad? ¿O se encontraban ante un peligroso juguete?
2.4
Como ya sabemos, no pasaron muchas décadas hasta que las pantallas domésticas estuvieron conectadas al escáner del tiempo. A partir de 2150 eran ya muy pocos los que no habían aprovechado la ocasión para adquirir esos modestos accesorios necesarios para sacar partido de la nueva oferta.
La reacción espontánea del público fue de gran entusiasmo. La base existía ya en la antigua tecnología, y para muchos la diferencia no fue muy drástica, sino más bien gradual.
El manejo de los dos buscadores del escáner del tiempo no era más complicado que el de los joysticks de los antiguos videojuegos. Cualquiera que supiera manejar un buscador podía manejar el escáner del tiempo. (Esto no quiere decir que todo el mundo sea igualmente capaz de utilizar la cultura. Sobre este tema se hablará más adelante.)
Ya hemos hecho referencia a los antiguos aparatos de radio. Al buscar una emisora determinada en la onda corta había que andarse con cuidado, pues con un giro de un milímetro podía uno pasarse diez emisoras.
Tener maña es un principio importante para manejar el escáner del tiempo, tanto en lo que se refiere al buscador del espacio como al del tiempo. Pondré un ejemplo:
Supongamos que buscamos al filósofo francés Jean-Paul Sartre. Tal vez sepamos que vivió en París. Y tal vez sepamos también que vivió a mediados del siglo XX. Obviamente, no basta con ajustar el escáner del tiempo a París, a mediados del siglo XX. ¡París! Pero ¿en qué parte de París? ¿Y cuándo? Tal vez elijamos para empezar una vista panorámica de París a las 11:30 el 7 de abril de 1952. Aunque sabemos que el hombre se encuentra en la ciudad en ese momento, es como buscar una aguja en un pajar (como reza una antigua metáfora agraria). ¿En qué café estará sentado Monsieur Sartre? Había miles de cafés en París en aquella época. Por supuesto, podemos buscarlo barrio por barrio, pues a menudo hay que buscar a las personas de esa forma. Pero en ese caso es muy fácil descarrilar por el camino. Tal vez desvíe nuestra atención una lucha callejera, un robo, una violación o una cena oficial del Gobierno. Debemos tener un punto de referencia. Si sabemos, por ejemplo, que Sartre cenó con Simone de Beauvoir en Montparnasse el 11 de noviembre de 1956, el asunto se presenta mucho más simple. En ese caso, sólo necesitamos conocer el aspecto exterior del hombre. Nos «paseamos» por Montparnasse y ¡zas!: ahí está. Lo hemos capturado. A partir de ese momento, jamás se nos escapará. Podemos seguir la vida de Sartre hacia delante y hacia atrás hasta que muera, nazca o deje de interesarnos y lo apartemos de nuestra vista. (Creo que muchos hemos tenido cierta sensación de… indiscreción en esas situaciones. ¿Es del todo correcto hurgar en la vida privada de personas ya muertas? Sé que hay gente que busca con avidez precisamente las escenas más privadas de la vida de una persona. Yo no apruebo esa clase de voyerismo.)
2.5
Como ya se ha dicho, no es difícil manejar un escáner del tiempo. Cualquiera puede fácilmente llegar a saberlo todo, y digo todo, pero ¿por dónde se debe empezar? El verdadero arte de vivir sólo se le exige a aquel que vive sin límites. ¿En qué hay que fijarse cuando uno tiene todo, absolutamente todo, a su alcance? El primer encuentro de la humanidad con el escáner fue sobrecogedor.
Si se colocaba uno de los buscadores en las 14:30 horas del día 25 de mayo del año 963 d. C. (143000.25.05.0963), y el otro en un lugar de Noruega, por ejemplo en la latitud 60, longitud este 10 (600000. E 100000), uno se encontraba de repente en un profundo bosque de coníferas. Si uno se quedaba en ese lugar podía pasarse horas sin encontrarse con ningún ser vivo de cierto tamaño. Al cabo de un rato, a lo mejor aparecía un oso o un alce. Pero podían pasar días y semanas hasta que apareciera algún vikingo. Luego tal vez se intentara salir de aquel bosque para llegar a las orillas de algún fiordo deshabitado. Al cabo de varias horas de búsqueda, a lo mejor se llegaba a un puerto vikingo, si ése era el objetivo de los esfuerzos del buscador.
Cuando en 2148 muchos millones de pantallas domésticas fueron conectadas al escáner, surgió enseguida la necesidad de información y asesoramiento. De repente, la gente estaba recibiendo directamente en sus manos la historia mundial al completo. (Muchos fueron los que se perdieron en aquellos días, tanto en el tiempo como en el espacio.)
Se sigue buscando al azar en la historia, pero la inmensa mayoría se centra hoy en día en las muchas miles de llaves que se han elaborado. (Yo, por mi parte, tengo setecientas u ochocientas, lo que quizá sea un poco más de lo normal.)
Las primeras llaves fueron desarrolladas por la Oficina, y muchas de ellas se siguen usando hoy en día. Pondré algunos ejemplos:
Un recurso importante es la llave «Ciudades y lugares de hoy y ayer», lo que en realidad es una lista de 360 lugares del planeta, limitada a un determinado período de tiempo (Babilonia 2000-1700 a. C., Atenas 400-300 a. C., Roma 200 a. C. hasta 350 d. C., etc.). Mediante esta llave podemos localizar un determinado lugar, y a partir de ahí, ajustar el tiempo y el espacio en busca de lo que deseamos vivir. Se puede decir que «Ciudades y lugares» es la llave más general de todas, tan general que hoy en día es usada sobre todo por los pioneros, es decir, los que desean investigar y descubrir el mundo por su cuenta, sin la ayuda de programas prefabricados. (Se pierde el placer de vivir una aventura a solas cuando el camino que lleva a esa vivencia ya está trazado por llaves que se distribuyen en muchos millones de ejemplares.)
Entre las más antiguas se pueden mencionar «Grandes pintores y sus obras maestras», «La muralla china», «Visiones de la Segunda Guerra Mundial», «Las pirámides», «Platón y Sócrates», «La evolución y destrucción de las armas nucleares», «Los orígenes del hombre» y «De planeta a galaxia».
Esas llaves te podían llevar de un momento álgido a otro dentro de un determinado ámbito. Obviamente, no renunciabas a tu propia libertad de acción, como en los programas de vídeo de los tiempos antiguos. En cualquier punto podías abandonar el asesinato de César y ponerte a pasear por Roma.
Además de esas llaves pedagógicas, que en su mayoría eran elaboradas bajo tutoría estatal, se iban fabricando, poco a poco y comercialmente, una serie de llaves más o menos oscuras para las diferentes necesidades e intereses. Como ya sabemos, el florecimiento de esas llaves se ha convertido en una jungla. Al final, hay tal cantidad de llaves que ya no sirven, y nos las apañamos mejor sin ellas. (Se ha dicho que las llaves constituyen un obstáculo para el auténtico conocimiento en lugar de facilitarlo, pues representan una duplicidad de la realidad.)
No es éste el lugar para enumerar las mejores o últimas ofertas de llaves para el escáner del tiempo. (¡Catálogos de ésos abundan por todas partes!) Pero quiero hacer hincapié en algunas de las llaves que empezaron a usarse ya en el siglo XXIII. Puede resultarnos útil —quizá sobre todo a los jóvenes— conocer la historia de las llaves.
Entre las primeras de todas ellas está la de «Titanic». Ya en los tiempos antiguos se escribieron muchos libros y filmaron muchas películas sobre este tema, por lo que había un gran interés por vivir el nefasto naufragio de verdad. De pronto, era posible vivir en cualquier momento aquel desgraciado viaje. Lo único que hacía falta era meter la llave en la caja de llaves, y al instante se encontraba uno a bordo, unos minutos antes del choque de la nave con el iceberg. (Obviamente no se ve todo, pues el Titanic naufragó por la noche. Cuando se apaga la última luz del barco, la sesión ha terminado. Aunque, bueno, todavía se ve alguna que otra luz en los botes salvavidas…)
Otras llaves de la primera época fueron también «Hiroshima», «Accidentes de automóvil variados», «Métodos de tortura a través de los tiempos», «999 sacrificios humanos», «1.001 asesinatos con hacha», «La vida sexual de hombres famosos», «Violación e incesto desde Cro-Magnon hasta hoy», «Mujeres en el baño», «Amores prohibidos» y «Monjes lascivos».
En suma: violencia y sexo. Ya desde el principio, la industria de llaves fue en esa dirección. (No es verdad que la gente tuviera menos interés por esas cosas en los viejos tiempos. Al menos, no en los tiempos muy antiguos, pues fue en esa época en la que se cometieron los asesinatos y violaciones.)
Durante un par de siglos, la humanidad se había alimentado de cintas de vídeo del mismo tipo, de modo que podría pensarse que el mercado estaba saturado. (Cabe preguntar aquí si realmente existe un punto de saturación.) La única diferencia con las cintas de vídeo era que las llaves representaban hechos históricos y no una diversión fabricada. Al menos se puede constatar que en este sector la realidad de ninguna manera se queda corta frente a la ficción. Eso depende, claro está, de los ojos con que se mire. Si uno se toma el tiempo de mirar, todo se encuentra en la propia historia de la realidad. (Se dice que al productor le costó cuatro años fabricar la llave prohibida «Crimen bestialis». Es natural: si te pasas cuatro años sentado delante de la pantalla, puedes hacer las elecciones más insólitas. ¿Por qué nadie ha fabricado la llave «El juego de los niños en doce culturas» o «De las pinturas rupestres al bloque de garabatos»? Regalo una flor al que lo intente. La historia también está repleta de esas cosas.)
2.6
En los primeros años, hubo mucho debate en torno al acceso o no de los niños al escáner. ¿Podía permitirse que los niños exploraran la historia por su cuenta?
Como ya se ha dicho, la historia de la humanidad ha sido en ciertas épocas violenta y de gran brutalidad. ¿No se debería censurar la realidad antes de dejar a los niños acercarse a ella? ¿No era la historia perjudicial para los niños? Precisamente por esa razón hubo una gran oposición a que el escáner del tiempo se conectara a la red pública.
No se trataba únicamente de un problema práctico o técnico. En realidad, se trataba de un problema metafísico, pues Pleroma no se deja fragmentar. De nada sirve introducir una censura en el propio escáner del tiempo, pues ¿cómo iba a distinguir el escáner —o Pleroma— entre los eventos constructivos o destructivos?
Permítanme un ejemplo: todo el mundo sabe lo violenta que era la situación en ciudades como Nueva York, Londres, Roma y México D. F. a finales de la década de 1990, antes de la Gran Debacle. Si se permitía a los niños sentarse ante la pantalla, sería imposible protegerlos contra esas cosas. Los niños han oído hablar de Nueva York, y si ajustan el escáner del tiempo en Nueva York en la década de 1990, no darán muchas vueltas por las calles antes de presenciar las escenas más abominables, tales como atracos, asesinatos, violaciones y actos terroristas.
Como sabemos, la discusión acabó con una solución salomónica: el escáner fue conectado a la red, lo que significó que sería prácticamente imposible negar a los niños el acceso a él, pero, por otra parte, se aprobó una férrea censura de las llaves. Como ya he dicho, la historia está llena de atrocidades, pero también de mucha belleza. No será necesario ofrecer a un niño un refrito de lo más abominable. (Para ser exactos, debería ser innecesario también para los adultos. Parece que por falta de problemas sociales, una característica de nuestra cultura es el disfrute de las vergüenzas y desgracias de antaño.)
En este punto, conviene recordar lo que precedió al escáner del tiempo. Ya en la primera mitad del siglo XXI, cualquier niño con sólo pulsar una tecla podía conseguir cualquier vídeo, cualquier cadena de televisión y cualquier página de libro conectada a la red, lo que no era poco. Pero no se le soplaba a un niño la manera de encontrar las peores cintas de vídeo.
La conclusión ha de ser que los padres tienen una responsabilidad incondicional sobre sus hijos. En el transcurso de los últimos años se ha producido una serie de buenas llaves infantiles («Animales raros», «Cuando los pájaros cantaban en los bosques», «111 especies animales extinguidas», y, en particular, la magnífica serie «Yo participo…»).
También se ha señalado un aspecto más teórico: los seres humanos se acostumbran a todo. En particular, los niños. Hoy en día se crían con el escáner de un modo tan natural como los niños de los tiempos antiguos crecieron sin él. O, como lo expresó Ibn al-Avicena casi cien años antes del escáner del tiempo: «Nada está en el consciente que no haya estado antes en la televisión».
Los niños entienden que aquello que ven en la pantalla no es real. No es más que historia.
3. La muerte de la ciencia
3.1
Ya nos hemos referido a la presentación del escáner en Ginebra. Antes de que fuera conectado a la red pública, los historiadores del mundo entero viajaron a Suiza, donde se lanzaron ávidos sobre la nueva herramienta —o el nuevo método, como ellos lo llamaron.
Vislumbraron una nueva era para la ciencia de la historia. A partir de entonces, la historia se consideraría una ciencia exacta. De repente, la disciplina había alcanzado la fase positiva (véase Auguste Comte, la clave «Filosofía de la historia», ref. 2.738).
Este gran florecimiento de la disciplina de la historia supuso una convulsión, porque la llegada del escáner del tiempo significó la muerte de la ciencia de la historia. O al menos que ésta fuera ya superflua.
¡Claro que sí! ¿Qué falta nos hacen los «historiadores» teniendo el escáner del tiempo? Cuando ya no cabe la conjetura, tampoco hay espacio para una ciencia de la historia.
En la medida en que hoy se puede hablar de la historia como una disciplina propia, nos referimos al trabajo que consiste en desarrollar nuevas llaves para el escáner. (En los viejos libros de historia, las notas a pie de página eran cada vez más largas. Hoy en día, toda la disciplina de la historia ha sido degradada a una asignatura de notas a pie de página.) Ahora bien, el olfato histórico —algunos lo llaman intuición— no ha quedado invalidado. Pero no nos hacen falta los libros de historia cuando podemos paseamos libremente y por nuestra cuenta por la historia mundial.
Se ha eliminado toda inseguridad histórica. Se pueden contestar todas las preguntas (6.138.432 judíos fueron enviados a la cámara de gas por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Mona Lisa fue la amante secreta de Leonardo. Los orígenes del hombre pueden encontrarse en una serie de extrañas mutaciones hace 211 millones de años, etc. Hay de sobra donde escoger).
Muchas otras disciplinas corrieron la misma suerte que la ciencia de la historia. Las primeras en desaparecer fueron disciplinas como la geología, la paleontología, la biología y la astronomía. En realidad, todas las disciplinas están muertas. Lo que no se puede observar en el escáner no merece llamarse ciencia. Las ideas que no puedan probarse mediante la propia experiencia habrán de denominarse especulación y superstición. La vieja expresión «si no lo veo, no lo creo» ha vivido un renacimiento. Representa un principio sano.
La evolución geológica de la Tierra, así como la biológica y la cultural, podrán leerse ya directamente de la historia de la realidad. Podemos recorrer la evolución entera en el transcurso de unas horas, o podemos reservar más tiempo para ciertas épocas o un determinado fenómeno que nos interese especialmente. Aquí nos encontramos con una serie de llaves instructivas. (La única época de la que puedo presumir de haberla recorrido en su totalidad son los últimos años de vida de Sócrates. Permanecí sentado delante de la pantalla durante quince meses, sólo interrumpido por el sueño. Pero entonces era más joven que ahora.)
La historia del universo se puede seguir —segundo a segundo— desde el Big Bang, hace 16.000 millones de años. Antes de eso no conocemos nada, simplemente porque no hay nada que conocer. De niños, todos hemos intentado mirar antes de los 16.400 millones de años. Eso es algo que sólo haces una vez. Se funde el fusible y te quedas con la pantalla en negro.
¡Claro! Quiero decir: no existe ningún «antes del Big Bang». El tiempo empezó entonces. En ese instante se crearon el tiempo y el espacio.
Pero ¿qué fue lo que produjo el Big Bang? ¿Cómo —o por qué— se creó el universo? ¡Ja, ja! Un idiota pregunta más de lo que puede contestar el escáner del tiempo.
3.2
Hasta ahora hemos hablado de la historia, como es natural. Lo que más sorprendió al mundo cuando se construyó el escáner del tiempo fue su capacidad para desvelar todos los enigmas de la historia. No provocó tanta conmoción el hecho de que el escáner también fuera capaz de reflejar todos los sucesos contemporáneos.
De nuevo debemos tener en cuenta la tecnología que precedió al escáner. Ya hemos mencionado las videocámaras que desde principios del siglo XXI fueron colocadas en una serie de puntos neurálgicos del globo. Además, todos los bancos y oficinas de correos, todas las paradas de autobús y estaciones de metro estaban ya bajo vigilancia constante. Todo esto se reproducía en las pantallas domésticas. Si no se tenía otra cosa mejor que hacer, se podía «hojear» un lugar tras otro en el globo. Con suerte, se podía presenciar un atraco, un asesinato o un asalto a un banco en el mismo instante en que sucedía. (Las tiradas de los periódicos cayeron en picado hasta 2060. En 2084 se dejó de publicar el último periódico importante.)
En 2120 —cuando se construyó el escáner del tiempo en Ginebra— el mundo estaba ya bastante bien vigilado. Como sabemos, la política era proteger la vida privada ante lo público. Pero también sabemos que todas las personas proyectaban una sombra electrónica que iba siendo cada vez más rica en detalles. En 2120 era ya posible en la práctica recabar de la red una información bastante extensa sobre el vecino (o algún miembro más distante de la humanidad, pues la red era intercontinental).
El escáner del tiempo llegó más como la culminación de una evolución de muchos años que como algo auténticamente nuevo. (Siempre he pretendido mostrar cómo la tecnología de la comunicación fue anticipando gradualmente —o a saltos— las posibilidades del escáner.)
Como bien sabemos, el escáner es capaz de localizar todos los lugares del planeta. Todo está bajo constante vigilancia. Ya no se cometen delitos. Si te rascas la nariz, es muy posible que lo registre alguien al otro lado del globo. No es seguro, ni siquiera probable, pero es posible. (Sin duda, tendría que tratarse de una persona confundida que perdiera su tiempo en la Tierra en tales quehaceres. Quiero decir: en este momento se arroja una bomba atómica sobre Hiroshima. O un ser humano aterriza en Marte. En ocasiones así no te paseas por el mundo en busca de una persona que está en su cocina cortando pan. Es posible contar los árboles del bosque, pero ¿quién perdería el tiempo en cosas como ésa?)
Ahora bien, el hecho de que todo el mundo pueda ver todo lo que hacemos seguramente ha tenido mucha más influencia en nuestra vida de lo que creemos. De nada sirve intentar esconderse del escáner. En ese sentido, cada hormiguero está vigilado. La infidelidad en el matrimonio ya no existe, lo que no significa que la promiscuidad haya desaparecido. Pero todos los matrimonios son «abiertos» en más de un sentido: el vecino siempre podrá vigilar la felicidad, o la ausencia de ella. (¡Como ya he dicho, estoy en total desacuerdo con eso! Y afortunadamente se trata de algo que se puede descubrir. Si yo sospecho que acompañas a mi mujer al baño, debes saber que puedo verte allí donde estás sentado delante de la pantalla con una lasciva sonrisa en los labios.)
3.3
Vivimos en una sociedad abierta. Sé que esta tolerancia ha sido criticada, pero sin ella habríamos tenido que desechar el escáner del tiempo. Pleroma no está dividido en sectores. No conoce las esferas «privadas».
La humanidad ha firmado un contrato con Pleroma. Naturalmente, podríamos revocarlo. Podríamos volver a proteger nuestras vidas y a recuperar la paz de lo privado. ¡Pero cuánto perderíamos! Todo tiene un precio (como reza una vieja expresión mercantil). No deja uno escapar la omnisciencia a cambio de poder rascarse la nariz en paz.
También tiene que ser posible apagar la luz. El escáner del tiempo no se pasea velozmente por el espacio oscuro con una linterna. Es evidente que después de que yo haya apagado la luz, el vecino no puede ver de mi dormitorio más de lo que yo mismo pueda ver. (Muchos asesinatos históricos siguen sin resolverse precisamente porque fueron cometidos en la oscuridad.)
Por lo tanto, no estaremos obligados a vivir totalmente despojados de esferas privadas. Me parece importante hacer hincapié en esta cuestión, pues puede parecer que muchas personas no han reparado en ello. O es así, o andan sueltos entre nosotros muchos exhibicionistas.
4. El final de la historia
4.1
Cuando se presentó en Ginebra el escáner del tiempo, se especuló —entre legos, se entiende; sólo ellos podían tener unas ideas tan simplistas y retorcidas— con la posibilidad de que también fuera capaz de reflejar el futuro. ¿Cómo iba a saber Pleroma algo sobre lo que aún no había sido creado? Es tan imposible saber algo del futuro como salir a gatas del Universo. Como sabemos, el universo se expande, y del mismo modo se expande constantemente el tiempo. Nos encontramos ante dos aspectos del mismo asunto.
Y sin embargo, podemos constatar que el futuro ya no es lo que era. En realidad, la historia acabó alrededor de 2170. Desde mediados del siglo XXII no ha sucedido nada realmente importante. (Ninguna de las llaves va más lejos. ¿Y para qué iba a hacerlo?)
Han nacido nuevos seres humanos, se ha comido y se ha visitado el cuarto de baño, uno ha estado sentado delante de la pantalla observando el paso del tiempo. Actividades de ese tipo no crean historia. Se exige constantemente que se concluya la cronología. Hoy en día resulta tan absurdo contar los años como contar las cuentas de un rosario.
Con la llegada del escáner del tiempo, la historia se acabó. O tal vez la vida como tal. Las calles están vacías. El motor del mundo anda sin moverse. No vivimos. Estamos sentados sobre nuestros traseros extrayendo la flor y nata de la historia.
4.2
Este «dilema cultural» lo esbozó por primera vez Nietzsche en el escrito «Vom Nutzen und Nachteil der Historie für das Leben». (1874, «Filosofía de la Historia», ref. 2.916. Más tarde, Nietzsche le pondría un título más crudo, «Die historische Krankheit». Véase 2.968.)
En el prólogo, Nietzsche hace referencia a Goethe, quien dice que odia «todo aquello que sólo me enseña sin aumentar o estimular inmediatamente mi energía». Y añade por su cuenta: «Todos sufrimos una fiebre histórica que nos corroe».
Nietzsche ya reparó en que la historia puede constituir una amenaza contra la vida pulsante. «Existe un grado de insomnio, de rumia, de sentido histórico, que daña lo vivo y acaba por matarlo, trátese de un individuo, un pueblo o una cultura.» Ante un exceso de historia, la vida se pulveriza y se degenera, y al final también la propia historia.
Lo que Nietzsche quería combatir era el hegelianismo. Pero como crítica cultural sus palabras están mucho más vigentes hoy de lo que estuvieron en su propia época. Hoy somos pobres en lo que Nietzsche llamaba «la fuerza plástica de una cultura».
La vida necesita olvido. La salud de un pueblo depende de su capacidad para olvidar. A toda acción —y a toda felicidad— corresponde el olvido. El conocimiento nunca debe reinar sobre la vida.
En algún lugar, Nietzsche compara al ser humano que se ha atiborrado de historia con una serpiente que se da un banquete comiéndose una liebre y luego se queda adormilada al sol, incapaz de moverse.
El hombre moderno, dice Nietzsche, sufre de una personalidad mermada. Se ha convertido en un espectador errante que goza.
Hace mención a Hesíodo (700 a. C., «Filosofía de la historia», ref. 0.017), quien opinaba que la edad de oro ya había pasado. La humanidad pierde constantemente fuerza. Y un día los seres humanos nacerán ya canosos. (Cuando esto ocurra, Zeus borrará instantáneamente la estirpe humana.)
De hecho, Nietzsche consideraba «la educación histórica» como una especie de «canosidad congénita». Para nosotros, la humanidad es vieja, a la vez que estamos llevando a cabo una actividad de viejo, es decir, un mirar hacia atrás. Estamos llevando a cabo «una consentida ociosidad en el jardín del conocimiento».
No cabe duda de que la crítica cultural del viejo cascarrabias era previsora. Muchas cosas han cambiado desde su época. Nietzsche vivió antes de la evolución de las tecnologías de la comunicación aquí descritas. Murió en el año 1900, justo cuando todo empezó. Y sin embargo, intuyó lo que estaba a punto de ocurrir.
En el siglo XIX, aún era normal que las personas hicieran algo. Unos cuantos —según Nietzsche cada vez más— ya habían empezado a subirse a las tribunas. Pero la inmensa mayoría estaba en activo. Hoy en día la humanidad entera está sentada en los bancos de la tribuna. Todos somos espectadores. Ni siquiera somos «errantes». (No necesitamos movernos físicamente con el fin de vagabundear.) Y de hecho, no estamos contemplando nuestra propia época contemporánea. Lo que se mira en las pantallas de todos los hogares ocurrió fuera, al aire libre, hace muchos miles de años.
4.3
Fue, pues, la visión de Hegel sobre el Espíritu absoluto la futurista. Ocurrió lo que Zaratustra temió: Apolo venció a Dioniso. (Hoy en día tenemos que visitar las tiendas de antigüedades para comprar tiritas y vendas.)
Para Hegel, la historia de la estirpe humana era la historia de cómo el Espíritu universal se despierta a la consciencia de sí mismo. Una vez el Espíritu fue entero e indivisible. Y la meta de la historia es la vuelta del Espíritu a sí mismo.
Este evento podría fecharse en el año 2120, es decir, el año en el que se construyó el escáner del tiempo. Hegel se habría retorcido de regocijo.
5. El Espíritu absoluto
5.1
Ya es hora de que diga mi opinión. Obviamente, no soy un ser humano. Nadie lo es hoy en día. Soy el Espíritu universal de Hegel. Soy Dios. Soy Pleroma.
No somos ya individuos, pues no hacemos nada. Un individuo es una personalidad que actúa. Un individuo es por definición algo limitado. Cuando todos están en todas partes y todos saben todo, entonces todo es uno.
La historia ha llegado a puerto. Se ha interrumpido el circuito. Todos los arroyos han confluido en un solo océano.
Esto ocurrió ya hace miles de años. Debe de hacer diez o veinte mil años de la construcción del escáner del tiempo. Aunque eso no importa. He dejado ya de contar los años. Pero me he paseado por la historia mundial desde todos los ángulos y por todas partes.
5.2
El ser omnisciente proporciona al alma un sosiego indescriptible. Lo único que me molesta en mi omnisciencia y omnipresencia es la soledad.
Resulta solitario estar en todas partes. No tengo a nadie con quien compartir mi omnisciencia. No tengo a nadie a quien enseñar. Porque todo el mundo sabe todo. Todo el mundo es congruente conmigo mismo. Esto quiere decir que yo soy todos.
Lo otro no existe, no existe ninguna ignorancia juguetona en la que poder meter un jirón de mí mismo con la esperanza de conseguir una especie de confirmación de que existo.
5.3
Me duele mucho la cabeza. Creo que estoy dormido. Al menos no he escrito nada de todo esto. Tal vez lo haya soñado. Pero creo que lo he visto en la pantalla. O que ello me ha visto a mí.
No sé si soy yo el que sueña o si yo mismo soy un sueño. No puedo afirmar que vivo. Ahora bien, me siento bastante seguro de que al menos he vivido. Bueno… eso no importa mucho.
¿Por qué a toda costa hay que poner un límite en algún lugar en medio del gran infinito?