Me hierve la cabeza. Estoy preñado de cientos de ideas nuevas que emergen a la superficie sin cesar.

Tal vez sea posible, en cierta medida, controlar los pensamientos, pero difícilmente se podrá dejar de pensar. Mi alma rebosa de formulaciones divertidas, soy incapaz de conservarlas antes de que nuevas ocurrencias las repriman. No logro distinguir un pensamiento de otro.

Rara vez consigo recordar lo que he pensado. Antes de que me dé tiempo a reflexionar sobre una idea, suele fundirse, transformándose en una idea aún mejor, pero también es ésta tan fugaz en su naturaleza que tengo que esforzarme por salvarla de la erupción volcánica de nuevas ocurrencias…

Una vez más mi cabeza está saturada de voces. Me persigue un iracundo enjambre de almas que utilizan las células de mi cerebro para charlar entre ellas. No dispongo de la serenidad suficiente para alojarlo todo, de modo que me veo obligado a vaciarme de algo. Tengo un considerable excedente espiritual, y por ello he de vaciarme una y otra vez. Cada cierto tiempo me veo obligado a sentarme con lápiz y papel para evacuarme de pensamientos…

Al despertarme hace unas horas, estaba seguro de haber formulado la frase más adecuada de la existencia. Ya no estoy tan seguro, pero al menos he otorgado a ese aforismo virgen un lugar destacado en la libreta de notas. Estoy convencido de que se podrá vender por una buena cena. Si logro vendérselo a una persona que ya tiene un nombre, tal vez entre directo en la próxima edición de Frases inspiradas.

Por fin he decidido lo que quiero ser. Seguiré haciendo lo que he hecho siempre, pero a partir de ahora voy a vivir de ello. No siento la necesidad de hacerme famoso, lo cual es una premisa importante, pero podré llegar a ser muy rico.