¿De dónde ha sacado la idea para el libro? me pregunta a menudo la gente.
En este caso la respuesta es muy específica. Estaba considerando las posibilidades de varios argumentos, sin que ninguno de ellos me despertara la imaginación. Hasta que una noche fui a cenar al Bar y Grill Rao's, un legendario restaurante de Nueva York.
Al final de la velada, Frank Pellegrino, uno de los dueños, además de cantante profesional, cogió el micrófono y empezó a cantar un tema que Jerry Vale hizo famoso hace muchos años, Haz como si no la vieras. Mientras escuchaba la letra, cuajó una idea que me había estado rondando: una mujer joven es testigo de un asesinato y, para salvar la vida, se ve obligada a entrar en el Programa de Protección a Testigos.
¡Grazie, Frank!
Felicitaciones y sinceras gracias a mis editores Michael Korda y Chuck Adama. En mi época de estudiante solía trabajar mejor cuando las fechas de entrega se me venían encima. No ha cambiado nada. Michael y Chuck, la correctora Gypsy da Silva, las ayudantes Rebecca Head y Carol Bovie… sois todos fabulosos, los mejores. Que vuestros nombres queden grabados en el Libro de los Santos.
Flores para Lisl Cade, mi agente publicitaria, y para Gene Winick, mi agente literario, queridos y valiosos amigos míos.
La investigación de un escritor se refuerza notablemente mediante las conversaciones con expertos. Le estoy muy agradecida al jefe retirado del FBI, y también escritor, Robert Ressler, que habló conmigo sobre el Programa de Protección a Testigos; al abogado Alan Lippel, que me aclaró las repercusiones legales de algunas cuestiones del argumento; al detective retirado Jack Rafferty, que respondió a mis preguntas sobre procedimientos policiales, y a Jeffrey Snyder que vive en la actualidad como testigo protegido. Muchas gracias a todos por haber compartido conmigo sus conocimientos y experiencia.
Chapeau para el experto en ordenadores Nelson Kina del hotel Four Seasons de Maui, que recuperó importantes capítulos que yo creía perdidos.
Gracias otra vez a Carol Higgins Clark, mi hija y colega escritora, que es una espléndida caja de resonancia que siempre da en el blanco.
Mis mejores deseos para mi buen amigo Jim Smith de Minneapolis, que me mandó la información que necesitaba sobre la ciudad de los lagos.
Un profundo agradecimiento a mis animadores, mis hijos y nietos. Hasta los más pequeños me preguntaban: ¿Ya has terminado el libro, abue?
Y por último, un premio especial para mi marido, John Conheeny, que se casó con una escritora y, con infinita paciencia y buen humor, sobrevivió a la experiencia.
Una bendición para todos. Y, citando a un monje del siglo XV, «el libro está terminado; oigamos al escritor».