Los únicos cosméticos que Lacey usaba eran un poco de maquillaje y brillo suave en los labios, pero cuando se vio las ojeras a la luz de la mañana y notó la palidez de su cara, se puso colorete, sombra de ojos y revolvió el cajón en busca de un pintalabios. No obstante, todo eso no iluminó demasiado su aspecto. Tampoco su chaqueta favorita, marrón y dorada, disipó la sensación de oscuridad. Un último vistazo en el espejo le indicó que aún parecía cansada y sin fuerzas.
Se detuvo un momento en la puerta de la oficina para respirar hondo y enderezó los hombros. De pronto tuvo un recuerdo incongruente: a los doce años, cuando repentinamente era más alta que los chicos de su clase, había empezado a caminar encorvada.
Papá me dijo que ser alto era una maravilla y los dos nos pusimos a caminar con libros en la cabeza, recordó. Me explicó que si uno caminaba recto daba sensación de seguridad.
Y necesito esa seguridad, se dijo cuando al cabo de unos minutos la llamaron del despacho de Richard Parker padre.
Rick estaba en la oficina de su padre. El enfado de éste era evidente. Lacey echó una mirada a Rick. Ahí no había nada de comprensión, pensó. Hoy realmente son Parker & Parker.
Parker padre no se anduvo con rodeos.
—Lacey, según el servicio de seguridad anoche vino con un detective ¿Qué pasó?
Le explicó lo mejor que pudo que había decidido entregar el diario de Heather a la policía, pero que primero tenía que hacer una copia para el padre de ésta.
—¿Ha escondido una prueba en esta oficina? —preguntó Parker levantando una ceja.
—Me proponía dársela hoy al detective Sloane —respondió ella. Y les explicó lo que había pasado en su apartamento—. Sólo trataba de hacer lo que Isabelle Waring me había pedido, pero ahora parece que he cometido un delito.
—No hace falta ser un experto en derecho para darse cuenta de eso —intervino Rick—. Lacey, fue una auténtica tontería.
—No me di cuenta —dijo—. En fin, lo lamento, pero…
—Yo también —replicó el señor Parker—. ¿Tiene alguna cita hoy?
—Dos, esta tarde.
—Liz o Andrew pueden atenderlas. Rick, ocúpate de arreglarlo. Lacey, en el futuro inmediato se dedicará sólo a hacer llamadas telefónicas.
La sensación de letargo de Lacey desapareció inmediatamente.
—Eso no es justo —protestó.
—Tampoco es justo que involucre a esta empresa en una investigación por asesinato, señorita Farrell.
—Lo siento, Lacey —dijo Rick.
Pero en esto eres el hijo de papá, pensó ella, y decidió no insistir.
En cuanto llegó a su escritorio, una de las nuevas secretarias, Grace MacMahon, se acercó a ella.
—Toma —le ofreció una taza de café.
Lacey levantó la mirada para agradecérselo y vio que Grace trataba de decirle algo en voz baja.
—Esta mañana llegué temprano y había un detective hablando con el señor Parker. No sé lo que le dijo, pero hablaban de ti.
*****
A Sloane le gustaba decir que el trabajo de un buen detective empezaba con una corazonada. Después de veinticinco años en el cuerpo, tenía sobradas pruebas de ello, porque muchos de sus pálpitos habían resultado correctos. Por eso le expuso su teoría a Nick Mars mientras estudiaban las hojas del diario de Heather Landi.
—Te digo que Lacey Farrell todavía no nos ha dicho toda la verdad —comentó enfadado—. Está más metida en esto de lo que suelta. Sabemos que sacó el diario del apartamento, y que hizo una copia para dársela a Jimmy Landi. —Señaló las páginas manchadas de sangre—. Y te digo algo más, Nick: si no la hubiéramos asustado ayer diciéndole que habíamos encontrado sangre de Isabelle Waring en el suelo del armario, justo donde había dejado el maletín, seguro que ni siquiera lo habríamos visto.
—¿Y has pensado en que estas hojas no están numeradas? —preguntó Mars—. ¿Cómo sabemos que no destruyó las que no quería que viésemos? Estoy de acuerdo contigo. Las huellas de Farrell no sólo están en estas hojas, sino en el caso entero.
Una hora más tarde, Sloane recibió una llamada de Matt Reilly, un especialista de la Unidad de Huellas Dactilares, situada en la oficina 506. Matt había introducido una huella tomada en la parte exterior de la puerta de entrada del apartamento de Lacey en el SIAHDE, el Sistema Automatizado de Huellas Dactilares del Estado, y le informó que coincidía con la de Sandy Savarano, un mafioso de poca monta, sospechoso de una docena de asesinatos relacionados con drogas.
—¡Sandy Savarano! —exclamó Sloane—. Es imposible, Matt. El barco de Savarano estalló hace dos años con él a bordo. Lo enterramos en el cementerio de Woodlawn.
—Enterrasteis a alguien —replicó Reilly—. Los muertos no fuerzan ningún apartamento.
*****
Durante el resto del día, Lacey observó impotente cómo sus clientes eran asignados a otros agentes. Le indignaba tener que sacar las carpetas de notas, hacer las llamadas de seguimiento y después tener que pasarle la información a otros. Así había empezado cuando era una novata, ocho años atrás.
También le incomodaba sentirse observada. Rick entraba y salía de la sección de ventas donde estaba su cubículo, y ella se daba cuenta de que no le quitaba ojo de encima.
Varias veces, en el momento en que sacaba un expediente nuevo, lo sorprendió mirándola. Parecía como si la vigilara constantemente. Tenía el presentimiento de que al final del día le dirían que no fuera a la oficina hasta que concluyera la investigación, así que si quería hacer la copia del diario de Heather tendría que hacerlo sin que Rick lo advirtiera.
La ocasión se presentó a las cinco menos diez, en el momento en que llamaron a Rick del despacho de su padre.
Casi no había terminado de guardar el sobre marrón en el maletín, cuando Richard Parker padre la llamó a su oficina y le comunicó que estaba suspendida.