Jimmy Landi no salió de su despacho en toda la tarde. Steve Abbott asomó la cabeza varias veces.
—¿Jimmy, estás bien? —le preguntó.
—Perfecto, Steve —le contestó cortante.
—No lo parece. Me gustaría que dejaras de leer el diario de Heather. Te deprime.
—Y a mí que dejaras de decirme que deje de leerlo.
—Touché. Bien, no volveré a molestarle. Pero, Jimmy, recuerda que si necesitas algo, estoy aquí.
—Sí, Steve, lo sé.
A las cinco lo llamó el detective Sloane.
—Señor Landi —le dijo—. Estoy en la comisaría. Tenemos al asesino de su ex mujer. La señorita Farrell lo ha identificado. También ha sido acusado de la muerte de Max Hoffman. Y tal vez también podamos demostrar que fue quien hizo que el coche de su hija derrapara y se saliera de la carretera.
—¿Quién es? —Jimmy Landi de repente no sentía nada: ni sorpresa, ni ira, ni siquiera dolor.
—Sandy Savarano. Es un asesino a sueldo. Esperamos que coopere ampliamente en la investigación. No quiere ir a la cárcel de por vida.
—Ninguno de ellos quiere —replicó Jimmy—. ¿Quién lo contrató?
—Esperamos saberlo pronto gracias a Sandy. A propósito, también tenemos a un sospechoso del robo del diario de su hija.
—¿Sospechoso?
—Sí, hablando en términos legales, aunque lo ha reconocido. Pero jura que no se llevó las tres páginas lisas que usted pensaba que habíamos perdido. Supongo que su socio tenía razón. Nunca las tuvimos.
—Usted no las tuvo nunca —coincidió Jimmy—. Ahora me doy cuenta. Parece que mi socio tiene muchas respuestas.
—La señorita Farrell está aquí haciendo una declaración. Quiere hablar con usted.
—Pásemela.
—Señor Landi —dijo Lacey—, me alegro de que esto haya acabado. Para mí ha sido terrible, y sé que para usted también. La esposa de Max Hoffman está conmigo, tiene algo que decirle.
—Póngame con ella.
—Vi a Heather en Mohonk —empezó Lottie Hoffman—. Estaba con un hombre, y cuando se lo describí a Max se quedó muy preocupado. Dijo que ese sujeto era un mafioso, un traficante de drogas, que nadie sospechaba de él y Heather menos que nadie. Que ella no tenía idea de que…
Aunque Lacey ya había oído la historia, era espantoso pensar en los crímenes terribles que se habían cometido después de que Max Hoffman hablara con Heather para que se alejara del hombre con el que salía.
Escuchó a la señora Hoffman describir al hombre que vio ese día. No era nadie que ella conociera, pensó Lacey con alivio.
Sloane cogió el teléfono después de la señora Hoffman.
—Por la descripción de la señora Hoffman ¿sabe de quién se trata, señor Landi?
El detective escuchó la respuesta y se volvió hacia Lacey y la señora Hoffman.
—El señor Landi les agradecería mucho que pasaran un momento por su despacho.
Lo único que Lacey quería era irse a su casa, meterse en su jacuzzi, ponerse su ropa e ir a casa de Kit a ver a su familia. Iban a cenar tarde y Bonnie la esperaba levantada.
—Si sólo se trata de unos minutos… —dijo.
—Prometido —respondió Sloane—. Después llevaré a la señora Hoffman a su casa.
En el momento en que se marchaban de la comisaría, llamaron al detective por teléfono.
—Tendremos compañía —les dijo al volver—. Baldwin va camino de la oficina de Landi.
*****
La recepcionista los llevó arriba, donde los esperaba Landi.
—El restaurante era la mitad de grande que ahora —le explicó Jimmy a Lottie Hoffman mientras ésta admiraba el bonito mobiliario—. Ésta era la habitación de Heather cuando era pequeña.
Lacey pensó que había algo en el tono monocorde y casi indiferente de Landi que le recordaba a un océano anormalmente tranquilo en cuyas profundidades se gestaba un maremoto.
—Por favor, señora Hoffman, descríbame exactamente al hombre que vio con mi hija.
—Era muy guapo; tenía…
—Espere, me gustaría que mi socio lo escuchara. —Se inclinó sobre el intercomunicador—. Steve ¿tienes un minuto?
Steve Abbott entró en el despacho con una sonrisa.
—Bueno, al fin has salido de tu mundo, Jimmy. Ah, lo siento, no sabía que tenías compañía.
—Una compañía muy interesante, Steve. Señora Hoffman ¿qué le pasa?
Lottie Hoffman señalaba a Abbott con el semblante pálido.
—Usted es el hombre que vi con Heather… el que Max me dijo que era un mafioso, un traficante y un ladrón. El culpable de que yo esté sola…
—¿De qué está hablando? —repuso Abbott con el entrecejo fruncido y una expresión feroz mientras la máscara de la simpatía desaparecía de su rostro.
Lacey, de repente, vio que ese hombre amable y bien plantado podía muy bien ser un asesino.
El fiscal Baldwin entró en ese momento acompañado de un grupo de agentes.
—Lo que está diciendo, señor Abbott, es que usted es un asesino, que ordenó que mataran a su marido porque sabía demasiado. Dejó de trabajar aquí porque había visto lo que usted estaba haciendo y sabía que su vida no valdría nada si usted lo descubría. Prescindía de los viejos proveedores, como Jay Taylor, y compraba todo el material a la mafia, la mayoría robado. También lo ha hecho en el casino. Y eso es sólo una parte de sus actividades. Seguramente Max le dijo a Heather quién era usted. Y se vio en la disyuntiva de dejar que siguiera engañando a su padre o decirle cómo se había enterado de todo. Y no corrió el riesgo, señor Abbott. Savarano nos contó que usted llamó a Heather y le dijo que su padre había tenido un infarto, que volviera inmediatamente. Savarano la estaba esperando. Después, como Isabelle Waring no dejaba de buscar pruebas que demostraran que la muerte de su hija no había sido un accidente, se convirtió también en alguien demasiado peligroso.
—¡Es mentira! —gritó Abbott—. Jimmy, yo nunca…
—Sí, fuiste tú —dijo Landi sin perder la calma—. Mataste a Max Hoffman y también a la madre de mi hija. Y a Heather. La mataste ¿Por qué te metiste con ella si tenías todas las mujeres que querías? —Los ojos de Jimmy se encendieron de ira, apretó los puños y un grito de agonía resonó en la habitación—. ¡Dejaste a mi pequeña morir quemada! —Aulló—. ¡Tú, maldito asesino… tú…!
Se abalanzó por encima del escritorio y cogió a Abbott por el cuello con sus fuertes manos. Sloane y los agentes tuvieron que intervenir para separarle las manos de la garganta de Abbott.
Los espantosos sollozos de Jimmy Landi resonaron por todo el edificio mientras Baldwin se llevaba detenido a Steve Abbott.
Sandy Savarano había hecho el trato con el fiscal desde la cama de un hospital. A las ocho, el chofer que Jay había mandado a recoger a Lacey en su apartamento, llamó para decir que esperaba abajo. Lacey estaba deseosa de ver a su familia, pero antes debía hacer una llamada. Tenía tantas cosas que decirle a Tom, tanto que explicarle… Baldwin, que de pronto se había convertido en su amigo y aliado, le había dicho: «Ahora ya no está en el ojo del huracán. Hemos llegado a un acuerdo con Savarano, por lo tanto no necesitamos su testimonio para encarcelar a Abbott. O sea, que ya no tendrá problemas. De cualquier forma, sería conveniente que durante un tiempo no se hiciera notar mucho ¿Por qué no se toma unas vacaciones hasta que se tranquilicen las cosas?». «Ya sabe que tengo un apartamento y trabajo en Minnesota —le había respondido Lacey medio en broma—. Quizá deba volver».
Marcó el número de Tom. La atendió una voz familiar pero tensa y ansiosa.
—¿Sí?
—¿Tom?
Lacey oyó una exclamación de alegría.
—¡Alice! ¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien?
—Estupendamente, Tom ¿Y tú?
—¡Muy preocupado! Desde que desapareciste no consigo calmarme.
—Es una larga historia y te la contaré poco a poco. —Hizo una pausa—. Pero quiero decirte algo. Alice ya no existe ¿Crees que podrás acostumbrarte a llamarme Lacey? Mi nombre es Lacey Farrell.