Alex Carbine llamó al restaurante de Landi y pidió por Jimmy. Esperó hasta que oyó la voz de Steve Abbott.
—Alex ¿necesitas algo? No quiero molestar a Jimmy; hoy está muy mal.
—Lo siento pero tengo que hablar con él —dijo Carbine—. A propósito, Steve ¿Carlos ha ido a pediros trabajo?
—Así es ¿Por qué?
—Porque si todavía está allí, dile que el de aquí ya no lo tiene. Y ahora pásame a Jimmy.
Volvió a esperar, y cuando Jimmy atendió el teléfono, advirtió que estaba bajo una gran tensión.
—Jimmy, veo que no estás bien ¿Puedo ayudarte?
—No, pero gracias de todas formas.
—Bueno, lamento molestarte, pero he averiguado algo. Creo que Carlos quiere ir a trabajar contigo. Escucha ¡no se te ocurra volver a emplearlo!
—No pienso hacerlo, pero ¿por qué? —preguntó Jimmy.
—Creo que alguien lo tiene comprado. Me ha estado volviendo loco el hecho de que el asesino hubiera dado con Lacey Farrell en el lugar donde la tenían escondida en Mineápolis.
—Ah, ¿así que estaba allí? —comentó Jimmy Landi—. No lo sabía.
—Sí, la única que lo sabía era su madre. Logró que Lacey se lo dijera. Y como yo le había sugerido que le preguntara dónde vivía, me sentí responsable.
—No fue muy brillante de tu parte.
—No pretendía ser brillante. Lo único que veía era que Mona Farrell estaba destrozada. En fin… Cuando se enteró de dónde estaba Lacey, compró un ejemplar del Minneapolis Star Tribune y lo trajo a la cena. Cuando me acerqué a la mesa, vi que lo metía en la bolsa, pero no le pregunté nada y no volví a ver el periódico. En un momento dado, cuando Mona fue al lavabo y yo saludaba un cliente, me di cuenta de que Carlos estaba en nuestra mesa aparentemente acomodando las servilletas. Vi que removía la bolsa, así que es muy posible que husmeara dentro.
—Es el tipo de cosa que haría Carlos —comentó Jimmy—. A mí nunca me ha gustado.
—Y también fue el camarero que nos atendió el viernes por la noche, cuando Mona mencionó que Lacey se había apuntado a un gimnasio nuevo con pista de squash. Me parece más que una coincidencia que alguien apareciera en ese club al cabo de unas horas buscándola. Es cuestión de sumar dos más dos ¿no?
—Hummm —murmuró Jimmy— me parece que Carlos trabajaba más que para ganar una propina de viernes por la noche. Tengo que colgar, Alex. Te llamaré pronto.