Sandy Savarano, alias Curtis Caldwell, no iba a arriesgarse a que lo reconocieran mientras hablaba desde una cabina de la esquina del apartamento de Lacey Farrell. Llevaba un sombrero de ala ancha gris sobre el cabello rubio oscuro, una barba canosa de varios días le cubría las mejillas y el mentón, y había reemplazado su traje de abogado por un jersey amplio y unos vaqueros desteñidos.
—Farrell salió de la comisaría y fue a pie hasta su casa —dijo mientras miraba hacia la calle—. No pienso pasearme por aquí. Hay un coche de policía aparcado enfrente del edificio. Es posible que no quieran perderla de vista.
Tras colgar, echó a andar hacia el oeste, cambió de idea y dio la vuelta. Decidió vigilar el coche patrulla durante un rato para confirmar su teoría de que la policía estaba allí para proteger a Lacey Farrell. No tuvo que esperar mucho. Vio desde la mitad de la manzana cómo la familiar figura de la joven salía del edificio con traje negro y una bolsa bajo el brazo y paraba un taxi.
Mientras el vehículo se ponía en marcha, esperó para ver qué hacían los polis. Al cabo de un instante, un coche se saltó el semáforo en rojo de la esquina y el coche patrulla arrancó en su persecución con las luces del techo encendidas.
Muy bien, pensó Savarano. Un problema menos en mi camino.