Tim Powers llamó a la puerta a las diez y media, y a continuación entró con la llave maestra.
—Misión cumplida —le dijo a Lacey con una sonrisa, pero ésta se dio cuenta de que algo no iba bien.
—¿Qué pasa, Tim?
—Acaba de llamarme un agente de la inmobiliaria Douglaston y Minor. Jimmy les ha dado el apartamento para que lo vendan, y la mujer me ha dicho que quiere retirar los muebles y los efectos personales lo antes posible. A las once y media estará aquí con alguien para ver el lugar.
—¡Sólo falta una hora!
—Lacey, siento mucho…
—No puedo quedarme aquí. Trae una caja y limpiaremos la nevera. Pondré las toallas que he usado en una cesta y llévatela a tu casa ¿Las cortinas tienen que estar cerradas o abiertas?
—Abiertas.
—Yo me ocupo de eso. Tim ¿cómo estaba mi madre?
—Bastante preocupada. Intenté hacerle entender que estabas bien.
Lacey sintió que volvía a hundirse, de la misma manera que cuando le había contado a su madre que estaba en Mineápolis.
—¿No habrás hablado demasiado tiempo? —preguntó.
A pesar de su negativa, Lacey estaba segura de que la policía ya estaba en el barrio buscándola.
Cuando Tim se marchó llevándose las pruebas más visibles de que alguien había usado el apartamento, Lacey apiló las hojas del diario y las guardó en la bolsa. Haría un último intento de localizar a Kit en la parroquia, y después tenía que salir de allí. Consultó su reloj. Tenía tiempo suficiente para probar una vez más el número de Jimmy Landi.
Esta vez respondió a la cuarta llamada. Lacey sabía que no podía perder tiempo.
—Señor Landi, soy Lacey Farrell. Me alegro de encontrarlo. Lo he llamado antes.
—Estaba abajo —respondió Jimmy.
—Hay mucho que explicar, señor Landi, pero no tengo tiempo, así que déjeme hablar. Sé que quería hablar conmigo y la respuesta a su pregunta es sí, había tres páginas sin rayas al final del diario de Heather. En esas páginas se ve que está muy preocupada por no hacerle daño a usted. Repite varias veces que se encuentra «entre la espada y la pared». La única referencia alegre está al principio, donde señala que va a almorzar con un hombre que al parecer era un viejo amigo. Heather menciona que él dice algo como que está envejeciendo y ella madurando.
—¿Cómo se llama? —preguntó Jimmy.
—Mac o Max Hufner.
—No sé quién es. Quizá algún conocido de su madre. El segundo marido de Isabelle era bastante mayor. —Hizo una pausa—. Está en apuros ¿verdad, señorita Farrell?
—Sí.
—¿Y qué va a hacer?
—No lo sé.
—¿Dónde está ahora?
—No puedo decírselo.
—¿Está segura de que había tres páginas lisas al final del diario? Creí haberlas visto en la copia que me dio, pero…
—Sí, estaban en la copia, estoy segura. También me hice una copia para mí, y esas páginas están. Señor Landi, estoy convencida de que Isabelle tenía alguna pista y que por eso la mataron. Lo siento; tengo que colgar.
Jimmy Landi oyó el clic. Colgó el auricular en el momento en que Steve Abbott entraba en el despacho.
—¿Qué pasa? ¿Han cerrado Atlantic City? Has vuelto temprano.
—Acabo de llegar —respondió Abbott—. Estaba todo muy tranquilo ¿Quién era?
—Lacey Farrell. Supongo que su madre le pasó mi mensaje.
—¡Lacey Farrell! Creía que estaba en el programa de protección a testigos.
—Estaba, pero ya no.
—¿Y dónde está?
Jimmy miró su identificador de llamadas.
—No me lo dijo y no tengo el identificador encendido. Steve ¿hemos tenido alguna vez un empleado llamado Hufner?
Abbott reflexionó un momento y luego negó con la cabeza.
—Creo que no, Jimmy, a menos que fuera algún pinche de cocina. Ya sabes que cambian mucho.
—Sí, lo sé. —Echó una mirada a la puerta abierta que daba a la pequeña sala de espera, donde había alguien que caminaba—. ¿Quién está allí?
—Carlos. Quiere volver a trabajar aquí. Dice que con Alex se aburre.
—Echa a ese vago de aquí. No quiero serpientes a mi alrededor.
Jimmy se puso de pie y se acercó a la ventana con los ojos perdidos en la distancia, como si Abbott no estuviera allí.
—Entre la espada y la pared ¿eh? ¿Y no podías acudir a tu Baba para que te ayudara?
Abbott sabía que Jimmy hablaba solo.