El detective Sloane no tenía previsto ir a trabajar el domingo. Era su día libre y Betty, su mujer, quería que arreglara el garaje. Pero cuando el sargento de guardia en la comisaría lo llamó para decirle que un amigo de Lacey Farrell había llamado a la madre de ésta desde una cabina de la calle 74 y Madison, supo que su día libre se había esfumado.
Cuando llegó a la comisaría, el sargento le señaló con la cabeza el despacho del capitán.
—El jefe quiere hablar contigo —le dijo.
El capitán Frank Deleo tenía las mejillas rojas, un signo claro de que algo o alguien lo había hecho montar en cólera. Ese día, sin embargo, los ojos de Deleo estaban preocupados y tristes.
Sloane sabía lo que significaba esa combinación. El cebo había funcionado. Había descubierto al poli corrupto.
—Los chicos del laboratorio nos mandaron la cinta anoche a última hora —le dijo Deleo—. No te gustará.
¿Quién sería? se preguntó Sloane mientras las caras de sus viejos compañeros desfilaban por su mente: Tony, Leo, Adam, Jack, Jim W, Jim M… Miró el televisor mientras Deleo encendía el vídeo y apretaba el PLAY. Se acercó a la pantalla. Estaba viendo su propio escritorio, con la cubierta rayada y llena de cosas. La chaqueta estaba en el respaldo de la silla, donde la había dejado con las llaves asomando del bolsillo izquierdo para tentar al ladrón.
En la parte superior de la pantalla, vio la imagen de su propia nuca cuando él estaba sentado en la sala de interrogatorios.
—¡Eso fue anoche! —exclamó.
—Ya lo sé. Mira lo que pasa ahora. Sloane miró fijamente la pantalla mientras Nick Mars salía de la sala de interrogatorios y miraba alrededor. Había sólo otros dos detectives en la sala de guardia. Uno hablaba por teléfono, de espaldas a Nick, y el otro dormitaba.
Mars metía la mano en el bolsillo de la chaqueta de Sloane, sacaba el llavero y lo ocultaba en la palma. Se volvía hacia el armario que contenía las taquillas privadas y cerradas, pero de pronto giraba rápidamente y volvía a dejar las llaves en su sitio y sacaba un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta de Sloane.
—En ese momento entré yo inoportunamente —explicó Deleo— y él volvió a la sala de interrogatorios.
Ed Sloane se quedó atónito.
—Su padre era policía, su abuelo era policía. Ha tenido todas las oportunidades del mundo ¿Por qué?
—¿Por qué se corrompe un policía? —repuso Deleo—. Ed, de momento esto tiene que quedar entre tú y yo. Esta cinta sola no es suficiente para acusarlo. Es tu compañero. Puede alegar que estaba revisando el bolsillo porque te habías descuidado y le preocupaba que desapareciera alguna otra prueba. Y con esos ojos azules de niño bueno seguramente le creerían.
—Tenemos que hacer algo. No quiero sentarme a la misma mesa que él ni que sigamos trabajando juntos en el caso —dijo Sloane con voz cansada.
—Tienes que hacerlo. Baldwin viene hacia aquí otra vez. Cree que Lacey Farrell está cerca de este barrio. Lo que más me gustaría es que resolviéramos este caso y se lo restregáramos a Baldwin por la cara. Tu tarea, como bien sabes, es asegurarte de que Nick no tenga la menor posibilidad de destruir otra prueba.
—De acuerdo, si me prometes diez minutos a solas con ese cabrón una vez lo hayamos pillado.
El capitán se puso de pie.
—Vamos, Ed. Baldwin llegará de un momento a otro.
*****
Parece que es el día de la radio y la televisión, pensó Ed Sloane con amargura mientras un ayudante del fiscal preparaba la grabadora para poner la cinta de la conversación entre la madre de Lacey y el desconocido que la había llamado.
Cuando la máquina se puso en marcha, las cejas levantadas de Sloane fueron el único signo de su asombro. Conocía esa voz por todas las veces que había entrado y salido del número 3 de la calle 70 Este. Era Tim Powers, el portero del edificio.
¡Así que es allí donde tiene escondida a Lacey Farrell! pensó con estupor.
Los otros se quedaron en silencio escuchando con atención. Baldwin tenía cara de gato que se comió al canario. Cree que nos está enseñando en qué consiste un buen trabajo policial, pensó Sloane enfadado. Nick Mars estaba sentado con las manos cruzadas sobre el regazo y el ceño fruncido. La personificación de Dick Tracy, se dijo Sloane. ¿A quién se chivaría si se entera de que Powers es el ángel de la guarda de Lacey Farrell?, se preguntó.
Ed Sloane decidió que por el momento una sola persona, además de Tim Powers, iba a saber dónde estaba Lacey Farrell.
Él mismo.