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Lacey miró el reloj al despertarse. Había dormido unas tres horas. Cuando abrió los ojos, se sintió como cuando iba al dentista y le ponían un poco de anestesia: le dolía algo, aunque esta vez era el tobillo en lugar de un diente.

Oyó los conocidos ruidos de las calles de Manhattan que siempre le producían emociones mezcladas: le preocupaba el desamparo pero al mismo tiempo se sentía protegida. Sé que hay alguien dispuesto a acudir si necesito ayuda, solía decirse. Aunque ahora no me siento así, pensó mientras apartaba las mantas y se incorporaba. El detective Sloane estaba furioso porque ella se había llevado el diario de Heather; el fiscal Baldwin seguramente se habrá puesto histérico al enterarse de que le había contado a su madre dónde estaba, y encima había huido.

La había amenazado con ponerla bajo custodia y retenerla como testigo material si no se avenía a las reglas del programa de protección, y estaba segura de que eso era exactamente lo que haría si conseguía encontrarla. Se levantó y cargó el peso sobre el pie izquierdo, al tiempo que se mordía el labio por el dolor terrible que le producía el tobillo hinchado.

Se sostuvo apoyando las manos sobre el escritorio. Las tres páginas lisas seguían allí, ordenándole que les prestara inmediata atención. Leyó una vez más la primera línea de la primera página «Almuerzo con… Max (o Mac). Hufner. Nos lo pasaremos bien. Dice que ha envejecido y que yo he madurado».

Parecía referirse a alguien que conocía de hacía mucho tiempo ¿A quién podía preguntárselo? Había una sola respuesta: a Jimmy Landi. Él es la clave de todo esto, decidió Lacey.

Tenía que vestirse y comer algo. Y también eliminar todo rastro de su presencia en el apartamento.

Era domingo. Tim Powers le había dicho que le avisaría si un agente inmobiliario venía con algún cliente a ver el apartamento, pero aun así a Lacey le preocupaba que apareciera alguien sin avisar. Miró alrededor e hizo un inventario mental. La comida de la nevera, así como la toalla húmeda, sería como anunciar a gritos que alguien había usado el apartamento.

Decidió darse una ducha rápida para terminar de despejarse. Quería vestirse y quitarse ese camisón de Heather Landi. Pero ¿qué me pongo? se preguntó, molesta por el hecho de que una vez más iba a tener que buscar algo en el armario de Heather.

Poco después de llegar al apartamento se había duchado, envuelto en un toallón y obligado a subir a buscar algo para dormir. Se había sentido morbosa al abrir las puertas del armario del dormitorio. Aunque sólo quería algo para dormir, no pudo evitar ver que había dos estilos diferentes de ropa en las perchas. Isabelle se vestía de una manera clásica con un gusto impecable. Era fácil decir cuáles eran sus trajes y vestidos. El resto de los estantes contenía una colección de faldas cortas y largas, camisas informales, vestidos antiguos, trajes de noche, jerséis holgados y al menos una docena de tejanos, todo obviamente de Heather. Lacey había cogido un camisón grande de rayas rojas y blancas que seguramente había pertenecido a ésta.

Si salgo, no puedo ir en chándal, pensó. Ayer iba vestida igual. Sería muy fácil identificarme.

Se preparó un café y un panecillo tostado, y después se duchó. La ropa interior que había lavado ya estaba seca, pero los calcetines gruesos no. Iba a tener que revisar una vez más las pertenencias personales de dos muertas para poder vestirse.

A las ocho, Tim Powers llamó por el Interfono.

—No quería usar el teléfono de casa —le dijo—. Es mejor que ni Carrie ni los niños sepan que estás aquí ¿Puedo subir?

Tomaron el café juntos en la biblioteca.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte, Lacey? —le preguntó Tim.

—Ya lo has hecho —respondió ella con una sonrisa agradecida—. ¿Los Parker todavía se ocupan de la venta del apartamento?

—Que yo sepa, sí ¿Sabes que el hijo ha desaparecido?

—Lo he leído ¿Ha venido algún otro de la inmobiliaria a enseñar el lugar a alguien?

—No, y Jimmy Landi llamó el otro día para preguntármelo. Está bastante disgustado con los Parker. Quiere que vendan el apartamento y rápido. Le dije que francamente pensaba que habría más posibilidades si lo vaciábamos.

—¿Tienes su número particular, Tim?

—El de su oficina. Cuando llamó yo no estaba y dejó el número. Cuando llamé, atendió él mismo.

—¿Puedes dármelo?

—Por supuesto. Este teléfono todavía funciona. No lo han dado de baja. Hablé con Parker un par de veces cuando vi que llegaba la factura, pero creo que prefería tenerlo por si quería hacer una llamada. A veces venía solo.

—Lo que significa que a lo mejor sigue haciéndolo —dijo Lacey. Sabía que si la descubrían allí, Tim perdería el empleo, así que no podía arriesgarse a seguir en el piso mucho más tiempo. Sin embargo, quería pedirle otro favor—. Tim, tengo que decirle a mi madre que estoy bien. Estoy segura de que le han pinchado el teléfono para localizarme si la llamo ¿Podrías llamarla desde una cabina? No digas quién eres, y no hables más de unos pocos segundos, así no podrán localizar la llamada. Pero si la localizan, al menos no vendrá de aquí. Sólo dile que estoy sana y salva y que la llamaré en cuanto pueda.

—De acuerdo —dijo Tim mientras se ponía de pie. Echó una ojeada a las hojas que había sobre el escritorio—. Es una copia del diario de Heather Landi ¿no? —preguntó asombrado.

Lacey lo miró.

—Sí ¿cómo lo sabes, Tim?

—El día antes de la muerte de la señora Waring, subí a cambiar los filtros de los radiadores. Sabes que los cambiamos por octubre, cuando se pasa del aire acondicionado a la calefacción. Ella estaba leyendo el diario. Supongo que acababa de encontrarlo, porque parecía muy emocionada y alterada, especialmente cuando leía las últimas hojas.

Lacey tuvo la sensación de que estaba a punto de enterarse de algo importante.

—¿Te comentó algo, Tim?

—No mucho. Se dirigió al teléfono, pero la persona a la que trataba de llamar no figuraba en la guía.

—¿Y no sabes quién era?

—No, pero creo que subrayó el nombre con un bolígrafo en el diario. Recuerdo que estaba casi al final. Lacey, tengo que irme. Dame el número de tu madre. Llamaré por el Interfono y te daré el de Landi.

Cuando Tim se marchó, Lacey volvió al escritorio, cogió la primera página lisa y se acercó a la ventana. A pesar de las manchas, logró detectar una línea fina alrededor del nombre Hufner.

¿Quién era? ¿Cómo podía averiguarlo? Hablaré con Jimmy Landi, decidió. Era la única manera.

*****

Tim Powers la llamó desde el Interfono del vestíbulo, le dio el número de Landi y se fue a buscar un teléfono público con una buena provisión de monedas. A cinco manzanas de distancia, en la avenida Madison, encontró un teléfono que funcionaba.

A cuarenta y cinco kilómetros de allí, en Wyckoff, Nueva Jersey, Mona Farrell dio un respingo al oír el timbre del teléfono. Que sea Lacey, rogó.

Una voz de hombre sincera y reconfortante, le dijo:

—Señora Farrell, llamo de parte de Lacey. Ella no puede hablar con usted pero quiere que sepa que está bien y se pondrá en contacto con usted en cuanto pueda.

—¿Dónde está? —Preguntó Mona—. ¿Por qué no puede llamarme ella?

Tim sabía que debía colgar, pero la madre de Lacey parecía tan desesperada que se compadeció de ella. Así pues, la dejó desahogar su ansiedad mientras iba diciéndole «Está bien, señora Farrell, confíe en mí, Lacey está bien».

Lacey le había advertido que no hablara demasiado tiempo. Arrepentido, Tim cortó la comunicación con la voz de Mona Farrell que no paraba de implorar que le dijera algo más. Decidió regresar por la Quinta Avenida, y esa decisión le impidió ver el coche de policía camuflado que se acercaba a la cabina que acababa de utilizar. Tampoco vio que sus ocupantes echaban polvos sobre el teléfono para recoger sus huellas dactilares.

*****

Cada hora que estoy aquí sin hacer nada, es una hora menos que le falta a Caldwell para encontrarme o a Baldwin para ponerme bajo custodia, pensó Lacey. Era como estar atrapada en una telaraña.

Ojalá pudiera hablar con Kit. Su hermana era muy sensata. Lacey se acercó a la ventana y corrió las cortinas lo suficiente para espiar la calle.

Central Park estaba lleno de gente que hacía footing, patinaba, paseaba o empujaba cochecitos. Era domingo. Casi las diez de la mañana. Kit y Jay estarían en la iglesia. Siempre iban a la misa de las diez ¡Siempre iban a la misa de las diez!

—¡Puedo hablar con ella! —dijo Lacey en voz alta.

Hacía años que Kit y Jay eran feligreses de la iglesia de Santa Isabelle. Todo el mundo los conocía. Lacey llamó a información de Nueva Jersey y le dieron el número de la parroquia.

Ojalá haya alguien, rogó, pero en ese momento oyó el sonido de un contestador automático. Lo único que podía hacer era dejar un mensaje y esperar que se lo pasaran a Kit antes de que se marchara. Pero dejar su número de teléfono, aunque fuera en la parroquia, era correr un riesgo demasiado grande.

—Necesito hablar urgentemente con Kit Taylor —dijo despacio y con claridad—. Creo que está en la misa de las diez. Volveré a llamar a este número a las once y cuarto. Por favor, traten de localizarla.

Colgó y volvió a sentirse desesperada y atrapada. Tenía que hacer tiempo durante otra hora.

Marcó el número de Jimmy Landi que le había dado Tim. No hubo respuesta, y cuando atendió el contestador, decidió colgar sin dejar mensaje.

Lo que Lacey no sabía era que ya había dejado un mensaje. El identificador de llamadas de Jimmy Landi indicaba el número de teléfono desde el que lo habían llamado, así como el nombre y la dirección del titular de ese teléfono. El mensaje en el identificador indicaba que lo habían llamado del 555-90-93, cuyo titular era Heather Landi, calle 70 Este, número 3.