5

En algún momento del amanecer, Lacey cayó en un sueño lleno de pesadillas en las que unas sombras avanzaban despacio por pasillos largos y se oían gritos de terror a través de puertas cerradas.

Fue un alivio despertarse a las siete menos cuarto, a pesar de que sabía y temía lo que le reservaba el día. El detective Sloane le había pedido que fuese a la comisaría para que un dibujante hiciera un retrato robot de Curtis Caldwell.

Pero mientras tomaba café y miraba por la ventana las barcazas que avanzaban por el East River, sabía que antes de nada tenía que tomar una decisión sobre el diario.

¿Qué voy a hacer?, se preguntó. Isabelle pensaba haber encontrado algo escrito que demostraba que la muerte de Heather no había sido un accidente. Curtis Caldwell había robado la carpeta de piel después de matar a Isabelle.

¿La mató porque tenía miedo de lo que había descubierto en ese diario? ¿Robó lo que consideraba el diario para asegurarse de que nadie más lo leería?

Se volvió y miró debajo del sofá. El maletín seguía allí; el maletín donde ella había escondido las hojas manchadas de sangre. Tengo que entregárselas a la policía, pensó. Y creo saber de qué manera puedo hacerlo sin faltar a la promesa que le hice a Isabelle.

*****

A las dos, Lacey estaba en un pequeño despacho de la comisaría, sentada a una mesa de reuniones frente al detective Sloane y su ayudante Nick Mars. Sloane parecía un poco agitado, como si hubiera llegado con prisas. O quizá fumaba demasiado, decidió Lacey. Del bolsillo del pecho asomaba un paquete de cigarrillos.

Nick Mars era otra historia. Le recordaba a un compañero de universidad, jugador de fútbol, con el que había tenido una aventura romántica a los dieciocho años. Era agradable, de veintipocos, con cara de niño de mejillas llenas e inocentes ojos azules. De hecho, estaba segura de que en los típicos interrogatorios «del bueno y el malo», él hacía de «bueno». Sloane tendría de vez en cuando un ataque de ira, mientras Nick Mars, siempre tranquilo y amable, calmaría las cosas.

Hacía tres horas que Lacey estaba en la comisaría, por lo que había tenido suficiente tiempo para darse cuenta de la escena que habían preparado para ella. Mientras trataba de describirle la cara de Curtis Caldwell al dibujante de la policía, Sloane se había mostrado claramente molesto de que no fuera más específica.

—No tenía cicatrices, marcas de nacimiento ni tatuajes —le había explicado al dibujante—. Al menos yo no vi ninguno. Lo único que puedo decirle es que tenía una cara delgada ligeramente bronceada, ojos azul claro y cabello rubio oscuro. No tenía ninguna seña particular. Un rostro proporcionado… salvo los labios, quizá, que eran bastante finos.

Pero cuando vio el bosquejo del dibujante, dijo dubitativa:

—No, no era así exactamente.

—Entonces ¿cómo era? —había soltado Sloane.

—Tranquilo, Ed. Lacey lo ha pasado muy mal. —Nick Mars le había sonreído para calmarla.

Como el dibujante no conseguía hacer un esbozo que satisfaciera a Lacey, le mostraron cientos de fotos de archivo. Sin embargo, en ninguna aparecía el hombre que ella conocía como Curtis Caldwell, otro hecho que fastidiaba a Sloane. Al fin, exasperado, éste sacó un cigarrillo y lo encendió.

—Muy bien, señorita Farrell —dijo bruscamente—. Empecemos de nuevo.

—Lacey, ¿te apetece una taza de café? —preguntó Mars.

—Sí, gracias —sonrió agradecida, y volvió a advertirse: Cuidado. Recuerda que hacen el papel del bueno y el malo.

Era evidente que el detective Sloane se traía algo nuevo entre manos.

—Señorita Farrell, me gustaría repasar algunas cosas sobre este crimen. Anoche, cuando llamó a la policía estaba bastante turbada.

—Y con razón —respondió Lacey levantando las cejas mientras asentía.

—Por supuesto. Y añadiría que, cuando llegamos a la casa, la encontramos prácticamente en estado de shock.

—Creo que sí. —En realidad, casi todo lo que había pasado la noche anterior era como una bruma para ella.

—Yo no la acompañé hasta la puerta cuando se marchó, pero tengo entendido que tuvo suficiente presencia de ánimo como para recordar que había dejado su maletín en el armario del recibidor de la señora Waring.

—Sí, me acordé al pasar por delante.

—¿Recuerda que en ese momento los fotógrafos estaban haciendo fotos? Retrocedió mentalmente. Los polvos sobre los muebles, los flashes de las cámaras…

—Si —respondió.

—¿Tendría la amabilidad de examinar esta foto? —Sloane le tendió por encima del escritorio una foto de veinticinco por veinte—. En realidad es una ampliación de una foto de rutina tomada en el vestíbulo. —Señaló con la cabeza al hombre más joven—. El detective Mars se percató del detalle.

Lacey miró la imagen. La mostraba de perfil con el maletín en la mano apartándolo de Rick Parker mientras éste alargaba la mano para cogerlo.

—Así que no sólo recuerda haber cogido su maletín sino insistir en llevarlo usted misma.

—Bueno, es parte de mi carácter. Y con los compañeros de trabajo me parece especialmente importante ser autosuficiente —repuso Lacey en voz baja y tranquila—. Aunque en realidad creo que actuaba por automatismo. La verdad es que no recuerdo qué pensaba en aquel momento.

—Creo que sí lo recuerda —dijo Sloane—. De hecho, me parece que fue un acto absolutamente deliberado. Vea, señorita Farrell, hay manchas de sangre en ese armario… de sangre de Isabelle Waring. ¿Cómo cree que llegaron allí?

Con el diario de Heather, pensó Lacey. Con las hojas ensangrentadas. Un par de hojas habían caído sobre la alfombra mientras ella las guardaba en el maletín. Además, ella misma tenía las manos manchadas de sangre. Pero no podía decírselo al detective… todavía no. Necesitaba tiempo para estudiar esas hojas. Bajó la cabeza y se miró las manos. Debería decir algo, pensó. Pero ¿qué?

Sloane se inclinó sobre el escritorio con actitud agresiva, incluso acusatoria.

—Señorita Farrell, no sé a qué juega ni qué nos oculta, pero es evidente que éste no es un asesinato corriente. El hombre que dijo llamarse Curtis Caldwell no robó en ese apartamento ni mató a Isabelle Waring por casualidad. Es un crimen planeado y ejecutado cuidadosamente. Su aparición allí probablemente es lo único que no salió según el plan. —Hizo una pausa y luego continuó con tono de irritación—. Nos ha dicho que el individuo se llevó la carpeta de piel de la señora Waring. Descríbamela otra vez.

—La descripción no va a cambiar —replicó Lacey—. Era del tamaño de una carpeta normal de anillas con cremallera alrededor.

—Señorita Farrell ¿la había visto antes? —Sloane le pasó una hoja por encima de la mesa.

Lacey la miró; era una hoja de carpeta escrita.

—No estoy segura —respondió.

—Léala, por favor.

Lacey le echó un vistazo. Tenía fecha de hacía tres años. Empezaba así: «Ayer vino Baba a ver otra vez la función. Nos llevó a todos al restaurante a cenar…».

El diario de Heather, pensó. Debí de perder esta hoja ¿Cuántas más habré perdido?

—¿La había visto antes? —insistió Sloane.

—Cuando llevé al tal Curtis Caldwell a ver el apartamento, Isabelle estaba en la biblioteca, sentada al escritorio. La carpeta de piel estaba abierta y ella leía unas hojas sueltas que había sacado. No estoy segura de si ésta era una de ellas, pero es probable.

Al menos esto es verdad, pensó. De pronto se arrepintió de no haber fotocopiado el diario esa mañana antes de ir a la comisaría. Porque eso era lo que había decidido hacer: entregar el original a la policía, darle una copia a Jimmy Landi y quedarse otra para ella. El deseo de Isabelle era que Jimmy leyera el diario; era evidente que pensaba que él vería algo importante en esas hojas. Por lo tanto podía leer una copia igual que el original, como ella, puesto que, por la razón que fuera, Isabelle le había hecho prometer que ella también leería esas páginas.

—Encontramos esa hoja en el dormitorio, debajo del sillón —le dijo Sloane—. A lo mejor había otras páginas sueltas ¿Lo cree posible? —No esperó respuesta—. Volvamos a la mancha de sangre encontrada en el armario de abajo ¿Tiene idea de cómo llegó allí?

—Yo tenía las manos manchadas de sangre de Isabelle —respondió Lacey— y usted lo sabe.

—Lo sé, pero anoche, cuando cogió ese maletín para marcharse, no iba chorreando sangre ¿Qué pasó entonces? ¿Guardó algo en ese maletín antes de que llegáramos, algo que cogió del dormitorio de Isabelle Waring? Creo que sí ¿Por qué no nos dice qué es? ¿Había más hojas como ésta desparramadas por el cuarto? Es una buena suposición, ¿no cree?

—Tranquilo, Eddie. Deja que Lacey conteste —pidió Mars.

—La señorita puede tomarse todo el tiempo que quiera, Nick —replicó Sloane— pero la verdad será la misma. Se llevó algo de esa habitación, estoy seguro ¿Y no te intriga por qué una persona inocente iba a querer llevarse algo de la casa de la víctima? ¿Puede usted adivinar por qué? —le preguntó a Lacey.

Quería desesperadamente decirles que tenía el diario y por qué lo tenía. Pero si lo hago, pensó, me pedirán que se lo dé de inmediato. No me dejarán hacer una copia para el padre de Heather. Tampoco puedo decirles que quiero hacer otra para mí; me tratan como si tuviera algo que ver con la muerte de Isabelle… Mañana les daré el original.

—No, no puedo —respondió Lacey poniéndose de pie—. ¿Ha terminado conmigo, detective Sloane?

—Por hoy sí, señorita Farrell. Pero, por favor, tenga en cuenta que ser encubridor de un asesinato es un delito grave. Un delito muy grave —añadió poniendo énfasis en sus palabras—. Y otra cosa: si se llevó alguna de esas hojas, debo preguntarme hasta qué punto es usted una víctima de las circunstancias. Después de todo, da la casualidad que es la responsable de haber llevado al asesino a la casa de Isabelle Waring.

Lacey se marchó sin responder. Tenía que ir a la oficina, pero primero pasaría por su casa a recoger el diario de Heather Landi. Esa tarde se quedaría en la oficina hasta que se marcharan todos y haría las fotocopias. Y mañana le daría el original a Sloane. Trataré de hacerle entender por qué me lo llevé, pensó nerviosa.

Empezó a hacerle señas a un taxi, pero después decidió ir andando. El sol de media tarde era agradable. Tenía un frío en los huesos que no acababa de desaparecer. Mientras cruzaba la Segunda Avenida, tuvo la sensación de que la seguían. Se volvió bruscamente y se encontró con la asombrada mirada de un anciano.

—Perdone —murmuró mientras se daba prisa hacia el bordillo.

Esperaba encontrarme con Curtis Caldwell, pensó, alterada al advertir que temblaba. Si lo que buscaba era el diario, no lo había conseguido. ¿Volvería a buscarlo? Sabe que lo vi y que puedo identificarlo, se dijo. Hasta que la policía lo atrapara, si lo conseguían, ella corría peligro. Trató de obligarse a pensar en otra cosa.

El vestíbulo de su edificio daba la sensación de un refugio seguro, pero cuando salió del ascensor en su piso, el largo pasillo le dio miedo y, llave en mano, corrió hasta el apartamento y entró precipitadamente.

Jamás volveré a usar este maletín, se prometió mientras lo sacaba de debajo del sofá. Lo llevó a su habitación y lo depositó encima del escritorio evitando tocar el asa ensangrentada.

Sacó las hojas del diario e hizo una mueca de asco al ver las manchas de sangre. Por último, las metió en un sobre marrón y revolvió el armario en busca de una bolsa.

Al cabo de diez minutos, salió a la calle con la bolsa debajo del brazo. Mientras le hacía señas nerviosas a un taxi, trató de convencerse de que quienquiera que fuese Caldwell y cualesquiera fuesen sus razones para matar a Isabelle, seguramente estaría a kilómetros de distancia, huyendo.