El detective Ed Sloane y Priscilla Parker se sentaron juntos a esperar a que Rick apareciera. La sala de espera de la mansión Harding era muy cómoda. Se trataba de una casa señorial que había sido donada como centro de rehabilitación por un matrimonio cuyo único hijo había muerto de una sobredosis.
El sofá de terciopelo azul y blanco y las sillas a juego, combinados con las paredes azules Wedgood y una moqueta, le indicaron a Sloane que se trataba de los muebles originales, y que los que podían permitirse ingresar allí para dejar las drogas pagaban una fortuna.
Sin embargo, en el camino desde Greenwich, la señora Parker le había dicho que al menos la mitad de los pacientes no pagaba nada.
—Sé lo que debe pensar de mi hijo —le explicó nerviosa mientras esperaban a Rick Parker—. Pero le aseguro que es un joven bueno y prometedor. Rick aún está a tiempo de hacer algo con su vida. Lo sé. Su padre lo ha malcriado siempre, le ha enseñado a pensar en sí mismo por encima de todo tipo de disciplina e incluso de decencia. Cuando tuvo problemas de drogas en el instituto, le rogué a mi marido que lo obligara a hacer frente a las consecuencias. Pero en lugar de eso sobornó a la gente. Habría podido ser buen estudiante en la universidad, es inteligente, pero nunca se esforzó. Dígame ¿para qué necesita un Mercedes descapotable un chico de diecisiete años? ¿Para qué necesita un chico de esa edad cantidades de dinero ilimitadas? ¿Qué sentido de la decencia puede tener un chico si su padre le pone a la querida de ese mes un uniforme de criada y la lleva a su propia casa?
Sloane admiró la chimenea de mármol italiano con sus delicadas tallas.
—Usted ha aguantado demasiado durante mucho tiempo, señora Parker. Quizá más de lo debido.
—No tenía alternativa. Si me iba, habría perdido a Rick completamente. Creo que quedándome he logrado algo. El hecho de que esté ahora aquí y quiera hablar con usted lo confirma.
—¿Por qué cambió su marido de actitud hacia Rick? Sabemos que hace cinco años le cortó los ingresos de un fondo fiduciario ¿Qué pasó?
—Será mejor que se lo explique Rick —respondió Priscilla Parker. Inclinó la cabeza y escuchó—. Ésa es su voz. Ahí viene. Señor Sloane, Rick está en un aprieto, ¿no?
—Si es inocente no, señora Parker. Y si coopera, tampoco. Depende de él.
*****
Sloane le repitió las mismas palabras a Rick Parker mientras esperaba que firmara el papel donde constaban sus derechos. El aspecto del joven lo impresionó. En aproximadamente diez días, desde que lo había visto por última vez, Rick había cambiado muchísimo. Estaba delgado, pálido y con profundas ojeras. Dejar las drogas no es ningún juego, se recordó Sloane, pero sospecho que tendrá muchas cosas que cambiar una vez acabado el programa de rehabilitación.
Parker le devolvió la orden firmada.
—Muy bien, detective. ¿Qué quiere saber?
Estaba sentado en el sofá junto a su madre, que le cogía la mano.
—¿Por qué mandó a Curtis Caldwell, y lo llamaré así puesto que es el nombre que usaba, al apartamento de Isabelle Waring?
Mientras Parker hablaba, se le cubrió la frente de sudor.
—Nuestra agencia… —Miró a su madre—. Mejor dicho, la agencia de mi padre tiene la política de no enseñar un apartamento sin comprobar las referencias de los interesados. Aun así, aparecen curiosos, pero al menos reúnen las condiciones.
—¿Lo que significa que tienen dinero para comprar la casa que les enseñan?
Rick Parker asintió.
—Usted sabe por qué estoy aquí. Soy adicto a las drogas, un hábito caro. Sencillamente no podía seguir pagándomelo, así que me vi obligado a comprar cada vez más a crédito.
A principios de octubre me llamó el camello al que le debía dinero y me dijo que alguien quería ver el apartamento. Me explicó que posiblemente el individuo no cumpliera nuestros requisitos, pero si le gustaba el lugar se podían arreglar las cosas.
—¿Lo amenazaron en caso de negarse? —preguntó Sloane.
Rick se frotó la frente.
—Lo único que puedo decirle era que sabía lo que me convenía. No me estaban pidiendo un favor, sino dándome una orden. Así que me inventé una historia. Acabábamos de vender varios pisos a unos abogados del bufete Keller, Roland y Smythe que habían sido trasladados a Manhattan. Me inventé el nombre de Curtis Caldwell y dije que trabajaba para ellos. Nadie se lo cuestionó. Eso fue todo lo que hice ¡Nada más! —Estalló de golpe—. Imaginé que el tipo podía ser un poco turbio, pero nada más. Cuando Lacey Farrell me dijo que ese tío era el asesino de la madre de Heather Landi, no supe qué hacer.
Sloane notó la familiaridad con que se refería a Heather.
—Muy bien. Veamos ¿qué había entre usted y Heather Landi?
Priscilla Parker apretó suavemente la mano de su hijo.
—Vamos, Rick, tienes que contárselo —le dijo en voz baja.
Parker miró a Sloane, a quien la tristeza de su mirada le pareció auténtica.
—Conocí a Heather hace casi cinco años, cuando vino a nuestra oficina a buscar un apartamento en el West Side —dijo—. Empecé a llevarla a ver diferentes apartamentos. Era guapa, simpática, divertida.
—¿Sabía que su padre era Jimmy Landi?
—Sí, y en parte era lo que más me gustaba de la situación. Jimmy me había prohibido la entrada a su restaurante una noche que me emborraché. No estaba acostumbrado a que me negaran nada y me enfadé. Así que cuando Heather quiso rescindir el contrato de compra de un apartamento en la calle 77 Oeste, vi una oportunidad de divertirme, al menos indirectamente, a costa de Jimmy Landi.
—¿Ella había firmado el contrato?
—Sí, con todas las de la ley. Entonces vino a verme aterrorizada. Se había enterado de que su padre ya le había comprado el apartamento de la calle 70 Este y me pidió que rompiera el contrato.
—¿Y qué pasó?
Rick se miró las manos.
—Le dije que lo rompería si me daba algo a cambio.
Menudo cabrón, pensó Sloane. Era una niña, acababa de llegar a Nueva York y tú le haces eso.
—Ya ve —le dijo Rick a Sloane, pero parecía hablar consigo mismo— no tenía conciencia de lo que sentía realmente por Heather. Con sólo mover un dedo, montones de chicas acudían a mí corriendo. Pero Heather siempre había ignorado mis avances para seducirla. Así que en el trato que hicimos por el apartamento, vi mi oportunidad de conseguir lo que quería e incluso saldar la cuenta pendiente con su padre. Pero la noche que fue a mi casa, era evidente que estaba aterrada, así que me eché atrás. De verdad era una chica dulce, habría podido enamorarme de ella. En realidad quizá me enamoré. Lo que sé es que de pronto me sentí muy incómodo de tenerla allí. Le hice unas bromas y se echó a llorar. Entonces le dije que creciera de una vez, que se largara porque estaba un poco mayor para criaturas. Supongo que conseguí humillarla lo suficiente para alejarla de mí para siempre. Después de eso traté de llamarla, de verla, pero no quiso saber nada de mí.
Rick se puso de pie y se acercó a la chimenea, como si necesitara el calor de las llamas.
—Esa noche, cuando ella se marchó de mi casa, fui a tomar unas copas. Cuando salí de un bar de la calle 10 del Village, dos tipos me metieron en un coche y me dieron una buena paliza. Me dijeron que si no rompía ese contrato y me mantenía alejado de Heather, no viviría hasta mi siguiente cumpleaños. Me fracturaron tres costillas.
—¿Y rompió el contrato?
—Por supuesto, claro que lo rompí. Pero no sin que mi padre se enterara y me obligara a contarle lo que había pasado. Nuestra oficina central había vendido el apartamento del East Side que Jimmy Landi le había comprado a Heather, pero ese negocio no era nada comparado con otro que estaba en marcha. En aquel momento mi padre era el intermediario de la operación de Jimmy Landi en Atlantic City. Si Landi se hubiera enterado de lo que le había hecho a Heather, mi padre habría perdido millones. Fue en ese momento cuando papá me dijo que me pusiera las pilas o me marchara. No olvide que para mi padre es más importante un negocio que su hijo. Si interfiero, me castiga.
—Tenemos un testigo que afirma que Heather huyó del bar de la pista de esquí de Stowe, la tarde anterior a su muerte, después de haberlo visto allí —dijo Sloane.
—Yo no la vi aquel día —repuso Rick sacudiendo la cabeza. Parecía sincero—. Las pocas veces que nos encontrábamos por casualidad siempre le faltaba tiempo para alejarse de mí. Desgraciadamente, yo no podía hacer nada para cambiarlo.
—Es evidente que Heather se lo contó a alguien y esa persona ordenó que le dieran una paliza ¿A Jimmy Landi?
—¡Imposible! —Exclamó Rick casi con una carcajada—. ¿Contarle que había firmado ese contrato? ¿Está bromeando? No se hubiera atrevido.
—¿A quién, pues?
Rick intercambió una mirada con su madre.
—Está bien, cariño —dijo ella palmeándole la mano.
—Mi padre era cliente de Landi desde hacía treinta años —dijo él—. Siempre había tenido especial debilidad por Heather. Creo que fue mi padre el que me mandó a los matones.