Sandy Savarano se sentó en el coche de alquiler con el mapa de la ciudad desplegado delante; la emoción de la cacería empezaba a animarlo. Sintió que se le aceleraba el pulso. Le faltaba poco para alcanzar su objetivo. Encontró el 520 de la avenida Hennepin; estaba a diez minutos del Radisson Plaza, donde él se alojaba. Puso primera y pisó el acelerador.
Sacudió la cabeza, seguía irritado por haber estado tan cerca de pillarla en el gimnasio. Si no se hubiera caído en la pista, aún estaría dentro, un blanco perfecto. Sintió que la adrenalina le aceleraba el corazón y le agitaba la respiración. Estaba cerca. Era la parte que más le gustaba.
El guardia le había dicho que Farrell cojeaba al salir del gimnasio. Si se había lastimado, lo más probable era que se hubiera marchado a casa.
Ya sabía que usaba el nombre de Alice Carroll. No sería difícil averiguar el número de apartamento… probablemente figuraría en el buzón del vestíbulo.
La última vez ella le había cerrado la puerta en las narices, recordó con fastidio. En esta ocasión no le daría oportunidad.
Cada vez nevaba más. Savarano frunció el entrecejo. No quería problemas meteorológicos. Tenía la maleta abierta en la habitación del hotel. Cuando acabara con Farrell, la cerraría y se marcharía al cabo de diez minutos. Un huésped que se marchaba sin avisar y dejaba el equipaje en la habitación despertaba sospechas. Pero si cerraban el aeropuerto y las carreteras se ponían intransitables, quedaría atrapado. Y eso no le gustaba nada.
—Todo saldrá bien —se dijo.
Echó un vistazo al letrero de la calle. Estaba en la avenida Hennepin, en el número 400. El otro extremo de Hennepin estaba cerca del centro comercial Nicollet, con sus tiendas elegantes, hoteles y edificios de oficinas. Notó que no era una zona muy residencial.
Encontró el 520. Un edificio anodino en una esquina, de siete pisos de altura. No muy grande; mejor para él. Savarano estaba seguro de que no habría grandes medidas de seguridad en el inmueble.
Pasó por delante y entró en el aparcamiento. Había muchas plazas para los vecinos, y unas cuantas para visitantes que estaban ocupadas. Como no quería llamar la atención ocupando una plaza de un vecino, volvió a salir, aparcó enfrente y cruzó hasta la entrada del edificio. La puerta del vestíbulo pequeño estaba abierta. Los datos de los vecinos estaban en los buzones. El de Alice Carroll era el 4 F. Para entrar en el vestíbulo propiamente dicho, como era habitual en esos edificios, había que tener llave o alguien tenía que abrir por el Interfono.
Savarano esperó con impaciencia hasta que vio a alguien acercarse por el sendero, una mujer mayor. Mientras ésta abría la puerta exterior, él tiró un llavero al suelo y se agachó a recogerlo. Cuando la mujer abrió la cerradura de la puerta del vestíbulo, él se enderezó, se la sostuvo para que pasara y entró detrás de ella. La mujer le dio las gracias con una sonrisa y entraron juntos en el ascensor. Sandy esperó a que la mujer apretara el botón del séptimo piso antes de marcar el cuarto.
Una precaución necesaria, el tipo de meticulosidad que lo hacía tan bueno e impecable. No quería verse en la situación de tener que salir del ascensor con la vecina de al lado de Farrell. Cuanto menos lo vieran, mejor.
En el cuarto piso, avanzó por el pasillo, silencioso y mal iluminado. Mucho mejor, pensó. El F era el último apartamento de la izquierda. Sandy pulsó el timbre con la mano izquierda, mientras la derecha, en el bolsillo, sostenía la pistola. Estaba preparado por si Farrell preguntaba quién era «Servicio de emergencia. Estamos comprobando una fuga de gas». Siempre funcionaba.
No hubo respuesta. Volvió a pulsar el timbre.
La cerradura era nueva, pero jamás se había encontrado con una cerradura que no se pudiera forzar. Llevaba las herramientas necesarias en un cinturón de los que se utilizan para guardar dinero. Siempre le había hecho gracia que hubiera podido abrir la puerta del apartamento de Isabelle Waring con la llave que ella misma guardaba en la mesa del recibidor.
En menos de cuatro minutos de trabajo, ya había entrado al cuarto F y vuelto a montar la cerradura. La esperaría allí, era lo mejor. Algo le decía que no tardaría en llegar ¡Y menuda sorpresa se llevaría!
Quizá ha ido a que le saquen una radiografía del tobillo, pensó. Flexionó los dedos; llevaba guantes de látex. En su anterior incursión en el apartamento de Farrell había tenido un descuido imperdonable y había dejado una huella en la puerta, pues se le había roto la punta del índice del guante derecho. No volvería a cometer el mismo error.
Ahora, le habían pedido que registrara el apartamento en busca de una copia del diario de Heather Landi. Se dirigió hacia el escritorio para empezar la búsqueda. En ese momento sonó el teléfono. Cruzó la habitación con pasos rápidos y felinos y se quedó al lado, satisfecho de ver que el contestador estaba encendido.
La voz de Farrell era grave y reservada, y lo único que decía era «Ha llamado al 555 12 47. Deje un mensaje y lo llamaré lo antes posible».
El que llamaba era un hombre con voz apremiante y autoritaria.
«Alice, soy George Svenson. Vamos para allá. Su madre acaba de llamar al número de emergencia de Nueva York para informar de que está usted en apuros. Quédese dentro. Cierre con llave y no deje entrar a nadie hasta que yo llegue».
Savarano se quedó helado. ¡Vienen hacia aquí! Si no se largaba inmediatamente, sería él quien terminaría atrapado. Cruzó el pasillo en estampida y bajó por la escalera de incendios.
Una vez en el coche, se detuvo en el semáforo de la esquina de la avenida Hennepin mientras los coches de policía con las luces encendidas pasaban rugiendo a su lado.
Se había salvado por muy poco, nunca había estado tan cerca. Durante un rato condujo sin rumbo fijo tratando de calmarse y pensar cuidadosamente ¿Adónde habría ido Lacey Farrell? se preguntó ¿Estaría escondida en casa de algún amigo? ¿Se metería en algún motel? En todo caso, no podía estar a más de treinta minutos de él.
Debía intentar imaginarse lo que estaría pensando Lacey Farrell. ¿Qué haría él si estuviese en el programa de protección a testigos y lo localizaran? No volvería a confiar en la policía, se contestó. No dejaría que me cambiaran a otra ciudad sólo para preguntarme cuánto tardarían esta vez en encontrarme.
Por lo general, quienes dejaban voluntariamente el programa de protección lo hacían porque echaban de menos a su familia y amigos. Y casi siempre volvían a casa.
Farrell no había llamado a los federales cuando se enteró de que la habían encontrado. Había llamado a su madre Iba hacia allí, decidió Sandy, y se encaminó al aeropuerto para coger un vuelo a Nueva York.
Esa mujer tenía que estar muerta de miedo. Seguramente ya no confiaba en que la bofia la protegería. Todavía tenía un apartamento en Nueva York. La madre y la hermana vivían en Nueva Jersey. No le costaría encontrarla.
No era el primero que se le escurría por unos días, pero a la larga no se escapaba ninguno. Al final siempre atrapaba a su presa. La cacería en sí era divertida, pero lo mejor era el momento de disparar.
*****
Primero fue al mostrador de Northwest Airlines. Por el número de empleados era evidente que se trataba de la compañía más importante de Mineápolis. Le dijeron que todos los vuelos estaban suspendidos momentáneamente por la nieve.
—Entonces a lo mejor encuentro a mi mujer —dijo—. Se marchó hace unos cuarenta minutos. Su madre ha tenido un accidente en Nueva York, y supongo que habrá cogido el primer vuelo que salía. Se llama Alice Carroll.
—No ha salido ningún avión directo a Nueva York durante la última hora, señor Carroll. Lo más probable es que cogiera una conexión vía Chicago. Veamos en el ordenador. —Tecleó con dedos ágiles—. Efectivamente, su mujer está a bordo del vuelo 62 con destino a Chicago que salió a las once cuarenta y ocho. Bueno —suspiró— en realidad llegó hasta la pista, y allí sigue. Me temo que no puedo hacerlo subir en ese vuelo. Pero puede encontrarse con ella en Chicago. Hay otro vuelo para el que están embarcando ahora y es muy posible que lleguen casi a la misma hora.