4

Sandy Savarano, el hombre que Lacey conocía como Curtis Caldwell, había huido del apartamento de Isabelle Waring bajando por la escalera de incendios hasta el sótano y luego saliendo por la puerta de servicio. Era algo arriesgado, pero a veces había que correr riesgos.

Se dirigió a paso largo hasta la avenida Madison con la carpeta de piel bajo el brazo. Cogió un taxi hasta el pequeño hotel de la calle 39, donde se alojaba. Al llegar a su habitación, lanzó la carpeta sobre la cama y se sirvió una generosa ración de whisky. La mitad se lo bebió de un trago, y el resto a pequeños sorbos. Era un rito que observaba después de cada trabajo como ése.

Cogió el whisky y la carpeta y se sentó en la silla tapizada de la habitación del hotel. Hasta el último minuto había sido un trabajo bastante fácil. Había vuelto a entrar en el edificio mientras el portero ayudaba a una anciana a subir a un taxi, y había entrado en el apartamento con la llave que había cogido de la mesa del vestíbulo mientras Lacey Farrell estaba en la biblioteca con la señora Waring.

Se había encontrado a Isabelle en el dormitorio, recostada en la cama con los ojos cerrados. La carpeta de piel estaba en la mesilla de noche. Cuando ella advirtió su presencia, se levantó de un brinco y trató de escapar, pero él le bloqueó la puerta.

No había gritado; estaba demasiado asustada. Eso era lo que más le gustaba: el miedo puro en sus ojos, la convicción de que no tenía escapatoria, de que iba a morir. Sandy saboreó ese momento. Siempre le gustaba sacar la pistola despacio, mirar a la víctima a los ojos mientras la encañonaba. La química entre él y su blanco en esa fracción de segundo antes de que su dedo apretara el gatillo lo excitaba.

Recordó a Isabelle retrocediendo hacia la cama, de espaldas a la cabecera, moviendo los labios en busca de palabras. Y por último aquel grito: ¡No…! mezclado repentinamente con la voz de alguien que la llamaba desde abajo… justo en el momento en que él le disparó.

Savarano tamborileó los dedos enfadado sobre la carpeta de piel. La maldita Farrell había llegado en aquel preciso instante. De no haber sido por ella, todo habría salido perfecto. Qué idiota, cómo había permitido que esa zorra lo dejara fuera y lo obligara a escapar. Pero tenía el diario y había matado a Waring, y ése era el trabajo que le habían encargado. Y si Farrell se convertía en un problema, también la mataría.

Savarano abrió la carpeta. Las páginas estaban bien colocadas en las anillas, pero cuando empezó a hojearlas vio que estaban en blanco.

Incrédulo, volvió las hojas rápidamente, en busca de algo escrito. Todas estaban en blanco… ¡Las hojas del auténtico diario aún estaban en el apartamento! ¿Qué debía hacer? Tenía que pensarlo muy bien.

Ahora ya era demasiado tarde para ir a buscarlas. El edificio estaría lleno de polis. Tenía que encontrar otra manera de conseguirlas.

Pero no era demasiado tarde para asegurarse de que Lacey Farrell jamás tuviera la oportunidad de identificarlo en un juicio. Y era un trabajo que en realidad le gustaba.