—Venga, Bonnie, sabes que haces eso para que Jane te haga caso —dijo Kit persuasivamente—. Papi, la abuelita y yo tenemos que ir a cenar a Nueva York. Te prometo que no volveremos tarde. Pero ahora mami tiene que terminar de vestirse. —Con el corazón encogido miró la cara acongojada de su hija—. No te olvides de que la abuelita te prometió que la semana que viene, cuando llame Lacey, podrás hablar con ella.
Jay se estaba poniendo la corbata. Los ojos de Kit se encontraron con los de su marido por encima de Bonnie. Le imploró con la mirada que dijera algo que calmara a su hija.
—Tengo una idea para Bonnie —dijo éste alegremente—. ¿Quién quiere oírla?
Bonnie no levantó la vista.
—Yo —se ofreció Kit.
—Cuando Lacey vuelva a casa, voy a mandarla con Bonnie, sólo ellas dos, a Disney World ¿Qué tal?
—Pero ¿cuándo vendrá Lacey? —murmuró Bonnie.
—Muy pronto —dijo Kit con entusiasmo.
—¿A tiempo para mi cumpleaños? —Había un asomo de esperanza en la voz de la chiquilla, que cumpliría cinco años el 1 de marzo.
—Sí, a tiempo para tu cumpleaños —prometió Jay—. Bueno, ahora ve abajo, cariño, que Jane necesita que la ayudes a hacer unas galletas.
—¡No falta mucho para mi cumpleaños! —exclamó una Bonnie mucho más feliz mientras se alejaba corriendo del tocador de Kit.
Kit esperó hasta oír los pasos de su hija en la escalera.
—Jay, ¿cómo has podido…?
—Ya sé que ha sido un error, pero tenía que decir algo para levantarle el ánimo. No podemos llegar tarde a la cena. Creo que no eres consciente de lo que he sudado para conseguir ese encargo para el casino de Jimmy Landi. Durante mucho tiempo estuve completamente excluido. Otras empresas se quedaron con algunos de los pedidos más importantes. Ahora que estoy trabajando otra vez con ellos tengo que procurar que nada salga mal. —Se puso la chaqueta—. Cariño, recuerda que Jimmy acaba de enterarse por un detective privado de que Lacey es mi cuñada. En realidad, Alex me dijo que por esa razón Landi lo había llamado para organizar la cena.
—¿Por qué a Alex?
—Porque también se ha enterado de que sale con tu madre.
—¿Y qué más sabe de nosotros? —preguntó Kit enfadada—. ¿También sabe que habrían podido matar a mi hermana si hubiera llegado a ese apartamento cinco minutos antes? ¿O que trataron de matarla en la puerta de nuestra casa? ¿Sabe que nuestra hija se está recuperando de una herida de bala y que está en tratamiento por depresión?
Jay Taylor cogió a su mujer por los hombros.
—Kit, ¡por favor! No habrá ningún problema, te lo prometo. Pero tenemos que irnos. Aún debemos pasar a recoger a tu madre.
*****
Mona Farrell había llevado el teléfono a la ventana y estaba mirando fuera cuando vio que el coche se detenía.
—Ya están aquí, Lacey —dijo—. Tengo que irme.
*****
Hacía cuarenta minutos que hablaban. Lacey sabía que el subcomisario Svenson empezaría a impacientarse, pero esa noche se mostraba especialmente reacia a interrumpir la comunicación. Había sido un largo día, y el fin de semana que tenía delante le parecía interminable. El viernes anterior, a esa hora, esperaba la cita con Tom Lynch. Ahora no tenía nada que esperar.
Cuando le preguntó por Bonnie, el exagerado entusiasmo de su madre le indicó que la niña no estaba bien. Y menos tranquilizadora aún había sido la noticia de que su madre, Kit y Jay cenarían esa noche con Jimmy Landi en el restaurante de Alex Carbine. Mientras la madre empezaba a despedirse, Lacey le advirtió:
—Mamá, por favor, ten cuidado de no decirle a nadie dónde estoy. Tienes que prometerme…
—Lacey, ¿crees que no sé el peligro en el que te pondría si lo hiciera? No te preocupes. No se lo diré a nadie.
—Lo siento, mamá, pero…
—De acuerdo, querida. Bueno, de verdad tengo que colgar. No puedo hacerlos esperar. ¿Qué llevas idea de hacer esta noche?
—Acudo a un gimnasio nuevo. Tiene una pista de squash fabulosa. Espero pasármelo bien.
—Sí, te encanta jugar a squash. —Mona Farrell se alegró de oírlo—. Te quiero y te echo de menos —se despidió.
Bajó deprisa hasta el coche pensando que al menos podría contarles a Kit y Jay lo que hacía Lacey para entretenerse.