Lottie Hoffman leía los periódicos de Nueva York cada mañana en su solitario desayuno. Durante cuarenta y cinco años, hasta hacía poco más de un año, ella y Max los habían leído juntos. Todavía le resultaba irreal que aquel día de principios de diciembre, Max hubiera salido a dar su acostumbrado paseo matinal y nunca hubiera regresado.
Un artículo en la página tres del Daily News le llamó la atención: Richard J. Parker hijo, buscado para ser interrogado sobre el asesinato de Isabelle Waring, había desaparecido. ¿Qué le habrá pasado? se preguntó.
Lottie apartó la silla de la mesa y se dirigió al escritorio de la sala. Del cajón del medio sacó la carta que Isabelle Waring le había escrito a Max el mismo día de su muerte, y volvió a leerla:
Querido Max:
Hoy traté de llamarte por teléfono, pero tu número no figura en la guía. Por eso te escribo. Estoy segura de que te habrás enterado de que Heather falleció en un accidente el pasado diciembre. Su desaparición fue una tremenda pérdida para mí, pero las circunstancias de su muerte han sido especialmente difíciles.
Mientras arreglaba el apartamento, encontré su diario, y en una anotación cinco días antes de su muerte menciona que tenía intenciones de encontrarse contigo para almorzar. Después no vuelve a hacer mención de ti ni de la fecha del almuerzo. En cambio, las siguientes dos entradas del diario indican claramente que estaba alterada, aunque no hay ningún indicio de qué le preocupaba en realidad.
Max, tú has trabajado en el restaurante de Jimmy los primeros quince años de la vida de Heather. Fuiste el mejor maitre que ha tenido nunca, y sé cuánto lamentó que te marcharas.
¿Recuerdas cuando Heather tenía dos años y hacías trucos de magia para que posara delante del pintor que hacía los murales? Heather te quería y confiaba en ti, y espero que te abriera su corazón cuando la viste. En todo caso, llámame, por favor. Estoy en el apartamento de Heather. El teléfono es 555-24-37.
Lottie volvió a dejar la carta en el cajón y regresó a la mesa. Levantó la taza de café pero la mano derecha le temblaba tanto que tuvo que ayudarse con la izquierda. Desde esa mañana terrible en que había contestado al timbre de la puerta para encontrarse con un policía… Pues bien, desde esa mañana terrible le pesaban cada uno de sus setenta y cuatro años.
Volvió atrás en el tiempo. Llamé a Isabelle Waring, recordó nerviosa. Se quedó muy impresionada cuando le conté que Max había muerto atropellado por un conductor que se había dado a la fuga, sólo dos días antes de la muerte de Heather. En aquel momento yo todavía creía que había sido un accidente.
Recordó que Isabelle le había preguntado si tenía idea de qué habían hablado Max y Heather. Max siempre decía que en ese negocio uno escuchaba mucho y aprendía a tener la boca cerrada. Lottie sacudió la cabeza. Seguro que rompió esa regla al hablar con Heather, pensó, y ahora sé que le costó la vida.
Lottie había intentado ayudar a Isabelle. Le dije lo que sabía, pensó. Le conté que no conocía a Heather, pero que había ido con mi grupo de la tercera edad a ver la obra «El novio» en la que ella trabajaba. Poco tiempo después, Lottie había salido de excursión con el mismo grupo al refugio de montaña Mohonk, en Catskills. Allí había vuelto a ver a Heather por segunda y última vez. Fui a pasear por el sendero, recordó, y vi abrazarse a una pareja con ropa de esquí. Estaban en una glorieta de lo más acaramelados. Reconocí a Heather pero no al muchacho. Esa noche se lo conté a Max. Me preguntó por el acompañante de Heather. Cuando se lo describí, Max supo quién era y se alteró terriblemente. Dijo que lo que sabía de ese hombre me pondría los pelos de punta. Que era un sujeto muy cuidadoso y nadie sospechaba de él, pero que se trataba de un mafioso y un traficante de drogas.
Max no le había dicho cómo se llamaba, y, antes de que Lottie se lo describiera a Isabelle la noche que la había llamado, ésta le dijo: «Hay alguien abajo. Debe de ser la agente inmobiliaria. Dame tu número que te llamo enseguida».
Lottie recordó que Isabelle había repetido el número varias veces antes de colgar. Esperé la llamada toda la noche, pensó, y después puse las noticias de las once.
En aquel momento tomó súbita conciencia de lo que seguramente debió pasar. Quien había llegado mientras hablaban por teléfono tuvo que ser el asesino de Isabelle Waring. Había muerto por no dejar de investigar la causa de la muerte de Heather. Y ahora Lottie estaba segura de que Max había muerto por advertirle a Heather que se apartara del hombre con el que estaba saliendo.
Y si yo viera a ese hombre podría identificarlo, pensó, pero afortunadamente no lo sabe nadie. Si de algo estaba segura era de que, al margen de lo que Max le hubiera dicho a Heather cuando le contó lo de ese sujeto, no había mencionado a Lottie. Sabía que Max nunca la pondría en peligro.
¿Y si la policía iba a verla? se preguntó de repente. ¿Qué querría Max que ella hiciese? La respuesta era muy tranquilizadora, y le llegó con la misma claridad que si él estuviera sentado delante de ella: «No hagas absolutamente nada, Lottie. Mantén la boca cerrada».