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Tras casi cuatro meses de investigación, el fiscal Gary Baldwin estaba tan cerca de localizar a Sandy Savarano como cuando todavía creía que yacía enterrado en el cementerio de Woodlawn.

Su equipo había examinado detenidamente el diario de Heather Landi y había seguido la pista de todos los que figuraban en él. Era un procedimiento que también había intentado Isabelle Waring, pensó Baldwin mientras estudiaba una vez más el boceto de la cara de Sandy Savarano hecho por el dibujante de la policía según la descripción de Lacey Farrell.

El dibujante había añadido una nota al dibujo: «La testigo no parece lo bastante observadora para notar el tipo de detalles que harían identificable al sospechoso».

Habían hablado con el portero del edificio donde se había cometido el crimen, pero prácticamente no recordaba nada del asesino. Dijo que veía entrar y salir a mucha gente, y además estaba a punto de jubilarse.

Eso me deja sólo con Lacey Farrell para identificar personalmente a Savarano, pensó Baldwin con amargura. Si le pasa algo, adiós caso. Bueno, tenemos la huella dactilar de la puerta de Farrell, cuando entraron a registrar su apartamento, pero ni siquiera podemos demostrar que haya sido él quien entró. La Farrell es la única que puede relacionarlo con el asesinato de Isabelle. Sin su identificación todo se irá al carajo.

La única información útil que sus agentes habían podido averiguar sobre el asesino era que, antes de que se hiciera pasar por muerto, su claustrofobia había empeorado. A un agente le dijeron: «Sandy tenía pesadillas sobre puertas de sótanos que se cerraban ruidosamente a sus espaldas».

¿Por qué había abandonado su retiro? se preguntó Baldwin ¿Una buena suma de dinero? ¿Un favor que tenía que devolver? Quizá las dos cosas. Y la emoción de la cacería, por supuesto. Savarano era un ave de presa sanguinaria, en parte por aburrimiento. El retiro seguramente era algo demasiado insulso para él.

Baldwin conocía los antecedentes de Savarano de memoria. Cuarenta y dos años. Sospechoso de una docena de asesinatos. Sin embargo, no se le veía el pelo en una cárcel desde que era niño, cuando estuvo en el reformatorio. Un tipo inteligente, y un asesino nato.

Si yo fuera Savarano, pensó el fiscal, ahora mismo mi único objetivo sería encontrar a Lacey Farrell y asegurarme de que jamás pudiera identificarme. Meneó la cabeza y arrugó la frente. Sabía que el programa de protección a testigos no era infalible. La gente se descuidaba. Cuando llamaban a casa, muchas veces decían algo por teléfono que delataba dónde estaban escondidos, o se ponían a escribir cartas.

Un mafioso que había entrado en el programa después de cooperar con el gobierno había cometido la tontería de mandarle una postal por su cumpleaños a una vieja novia. Una semana más tarde moría de un disparo en la nuca.

Gary Baldwin estaba intranquilo con Lacey Farrell. No parecía una persona que soportara con facilidad estar sola durante demasiado tiempo. Además, parecía demasiado confiada, una característica que podía causarle problemas.

Sacudió la cabeza. Bueno, no podía hacer nada más que advertirle a través de sus canales que no bajara la guardia ni por un instante.