El restaurante de Landi de la calle 56 Oeste estaba repleto de gente que había salido del teatro, y Steve Abbott, interpretando el papel de propietario, se paseaba de mesa en mesa saludando y recibiendo a los clientes. El ex alcalde de Nueva York, Ed Koch, estaba presente.
—Su nuevo programa de televisión es fabuloso, Ed —le dijo Steve tocándole el hombro.
Koch sonrió.
—¿A cuánta gente le pagan un dineral por hacer de juez de un pequeño juzgado civil?
—Usted vale hasta el último céntimo que gastan.
Se detuvo en la mesa presidida por Calla Robbins, la legendaria intérprete de comedias musicales a la que habían rescatado de su retiro para protagonizar un espectáculo de Broadway.
—Calla, todo el mundo dice que estás maravillosa.
—En realidad, lo que dice todo el mundo es que, desde Rex Harrison en My Fair Lady, nadie ha desafinado con tanto talento. Pero parece que al público le gusta, así que voilá!
Los ojos de Abbott sonrieron mientras se inclinaba para besarla en la mejilla.
—Absolutamente nada. —Le hizo una seña al maitre que revoloteaba por allí—. Ya sabe qué coñac prefiere la señora Robbins. Invita la casa.
—Vaya, ya has perdido la ganancia de la noche —rió Calla Robbins—. Gracias, Steve. Sabes cómo tratar a una dama.
—Lo intento —sonrió Steve.
—Me han dicho que la gente se caerá de espaldas cuando vea el nuevo casino —intervino alguien del grupo de Robbins, un destacado empresario.
—Le han dicho bien —coincidió Steve—. Es un sitio asombroso.
—Dicen que Jimmy va a dejar que lo dirijas —añadió el hombre.
—Jimmy es el socio principal y el jefe —respondió Steve—. Así es y así será. No lo olvide. Él se ocupa de que yo tampoco lo olvide.
Vio con el rabillo del ojo que Jimmy entraba en el restaurante y lo llamó con la mano. Jimmy se acercó y le dirigió una espléndida sonrisa a Calla.
—¿Quién es el jefe en Atlantic City, Jimmy? —preguntó ella—. Steve dice que tú.
—Y tiene razón —respondió él con una sonrisa— por eso nos llevamos tan bien.
Mientras Jimmy y Steve se alejaban de la mesa de Robbins, Landi le preguntó:
—¿Has arreglado la cena de Lacey Farrell conmigo?
Abbott se encogió de hombros.
—No he podido encontrarla, Jimmy. Dejó su trabajo y el teléfono de su casa está desconectado. Supongo que se ha ido de vacaciones a alguna parte.
El rostro de Jimmy se ensombreció.
—No puede haber ido muy lejos. Es testigo de un crimen y puede identificar al asesino de Isabelle cuando lo encuentren. El detective que se llevó la copia del diario de Heather tiene que saber dónde está.
—¿Quieres que hable con él?
—No; lo llamaré yo. Vaya, mira quién está aquí.
La formidable figura de Richard J. Parker entraba por la puerta del restaurante.
—Es el cumpleaños de su mujer —explicó Steve—. Tiene una reserva para tres. Por eso se ha tomado la molestia de sacarla a cenar.
Y el gamberro de su hijo completa el cuadro de la familia feliz, pensó Jimmy mientras se apresuraba a recibirlos en la entrada con una cálida sonrisa.
El viejo Parker solía llevar a sus clientes a cenar al restaurante. Era la única razón por la que Jimmy no le había prohibido la entrada a su hijo hacía tiempo. El mes anterior se había emborrachado en la barra y armado tal jaleo que habían tenido que meterlo en un taxi. Y varias veces se había presentado a cenar visiblemente colocado de drogas.
R. J. Parker le devolvió el amable apretón de manos a Landi.
—Qué mejor lugar para celebrar el cumpleaños de Priscilla que el restaurante de Landi ¿no te parece, Jimmy?
Priscilla le sonrió a Landi con timidez y miró a su marido en busca de aprobación. Jimmy sabía que R. J. Parker no sólo engañaba a su mujer, sino que la trataba muy mal.
Rick Parker asintió con indiferencia.
—Hola, Jimmy —dijo con una leve sonrisa. La sonrisa aristocrática para saludar a un modesto posadero, pensó Jimmy. Este gilipollas, sin la influencia de su padre, no encontraría trabajo ni para limpiar lavabos.
Jimmy los acompañó personalmente con una ancha sonrisa hasta la mesa.
—Este comedor es muy bonito —comentó Priscilla mientras se sentaba y miraba alrededor—. Pero hay algo distinto ¿Qué es? Ah, ya veo: han desaparecido las pinturas de Heather.
—Pensé que había llegado el momento de quitarlas —dijo Jimmy con tono cortante.
Se dio la vuelta bruscamente y se alejó, por lo que no vio la mirada enfadada que R. J. Parker le lanzó a su hijo, ni a Rick Parker con la vista clavada en el mural del puente de los Suspiros en el que ya no estaba la joven Heather.
Mejor así.