17

Mona Farrell estaba sentada sola a una mesa del nuevo restaurante El Rincón de Alex, un sitio que empezaba a tener mucho éxito. Eran las once y el comedor y el bar estaban llenos de clientes que habían salido del teatro. El pianista tocaba Melodía encadenada y Mona sintió una profunda congoja. Había sido una de las canciones favoritas de Jack.

La letra vagó por su mente: «Y el tiempo puede hacer tanto…».

Mona se dio cuenta de que últimamente estaba casi siempre al borde de las lágrimas. Ay, Lacey. ¿Dónde estás?

—Bueno, supongo que puedo tomarme un descanso para sentarme con una bella mujer.

Mona levantó la mirada, volvió a la realidad y vio cómo la sonrisa de Alex Carbine se desvanecía.

—¿Estás llorando, Mona? —preguntó.

—No, estoy bien.

Se sentó frente a ella.

—No, no estás bien ¿Pasa algo en especial o lo de siempre?

Mona intentó sonreír.

—Esta mañana vi en la CNN lo del pequeño terremoto de Los Angeles, que no fue tan pequeño. Una chica perdió el control del coche y dio una vuelta de campana. Era delgada y de pelo oscuro. Mostraron cómo se la llevaban en una camilla. —Su voz se quebró—. Por un espantoso instante pensé que era Lacey. Podría estar allí.

—Pero no era Lacey —le dijo Alex para tranquilizarla.

—No, claro que no, pero estoy en una situación en la que cada vez que oigo algo sobre un incendio, una inundación o un terremoto, me preocupa que Lacey esté allí y le pase algo. —Trató de sonreír—. Hasta Kit está harta de escucharme. El otro día hubo una avalancha en la montaña Snowbird y algunos esquiadores quedaron atrapados. Afortunadamente todos fueron rescatados, pero yo no paraba de escuchar los nombres. A Lacey le encanta esquiar, es típico de ella salir en medio de una fuerte tormenta. —Cogió la copa de vino—. Alex, no debería darte la lata con todo esto.

Carbine le cogió la mano.

—No te preocupes, Mona. Cuando hables con Lacey, quizá no convenga que le cuentes esto que te pasa. Quiero decir, si tuvieras una vaga idea de dónde está, a lo mejor te resultaría más fácil.

—Ya. Es mejor que ella no lo sepa. Le resultaría más difícil. No puedo quejarme, yo al menos estoy con Kit y los niños, y también te tengo a ti. Ella está completamente sola.

—Habla con ella —dijo Alex Carbine con firmeza— y no le cuentes a nadie lo que te diga —concluyó mientras le palmeaba la mano.