En su oficina, volvió a estudiar en silencio el diario de Heather. Lo había conseguido, sí, pero él mismo había tenido que ocuparse del problema. La policía estaba comprobando todos los nombres que tenía. Buena suerte. No harían más que perder el tiempo.
Finalmente puso las páginas boca abajo. Hacía tiempo que la sangre se había secado, pero aun así sentía las manos pegajosas. Se las limpió con un pañuelo que humedeció en la siempre presente jarra de agua. Después se quedó inmóvil, abriendo y cerrando las manos, signo inequívoco de agitación.
Hacía tres meses que nadie veía a Lacey Farrell. O bien la retenían como testigo material, o tal vez la habían hecho desaparecer con el programa de protección a testigos. Todo indicaba que había hecho una copia del diario para Jimmy Landi, pero… ¿qué le hubiera impedido hacerse una para ella?
Nada. Seguro que Lacey se había imaginado que si el diario era tan importante como para matar, debía contener algo de valor. Isabelle le había llenado la cabeza a la Farrell. ¡Dios sabía lo que le habría dicho!
Sandy Savarano estaba otra vez escondido. En un primer momento le había parecido el hombre perfecto para recuperar el diario y ocuparse de Isabelle Waring, pero había sido muy descuidado. Estúpidamente descuidado. Farrell lo había visto en el momento del asesinato, y ahora podía identificarlo. Si los federales lo pillaban, sin duda ella lo identificaría. Después había dejado una huella en el apartamento de Farrell que lo relacionaba con el robo. Sandy, con tal de no ir a la cárcel, cantaría todo en un minuto, pensó.
Había que localizar a Lacey Farrell y ordenar a Savarano que la eliminara. Entonces, quizá, de una vez por todas estaría a salvo…