10

En la sala de espera de la unidad de pediatría de la clínica Hackensack, un médico tranquilizó a Lacey con una sonrisa.

—La niña se ha salvado por poco, pero se recuperará. Insiste en que quiere verla, señorita Farrell.

Lacey estaba con Alex Carbine. Mona, Kit y Jay habían seguido la pequeña camilla hasta la habitación cuando sacaron a la niña del quirófano. Lacey no había querido ir con ellos.

Es culpa mía, se repetía con desconsuelo. No podía pensar en otra cosa. Apenas notaba el dolor de cabeza causado por la bala que le había rozado el cráneo. De hecho, su cuerpo y su mente parecían dormidos, flotando en una especie de limbo, sin acabar de comprender el horror de todo lo que sucedía.

El médico, que entendía su preocupación y se daba cuenta de que se culpaba a sí misma, le dijo:

—Señorita Farrell, créame, el brazo y el hombro tardarán un poco en curarse, pero con el tiempo quedará como nueva. Los niños se curan rápido. Y también olvidan rápido.

Bonnie salió corriendo a abrirme la puerta, pensó Lacey con amargura y la mirada perdida. Lo único que quería era salir a recibirme, y casi le cuesta la vida ¿Es posible que algo vuelva a quedar «como nuevo»?

—Lacey, ve a ver a Bonnie —le dijo Alex Carbine.

Lacey lo miró y recordó con gratitud cómo Alex había llamado a la policía mientras su madre trataba de detener la hemorragia del hombro de Bonnie.

En la habitación de su sobrina, Kit y Jay estaban sentados a ambos lados de la pequeña cama. Su madre permanecía a los pies, con una calma glacial y sus ojos de enfermera expectantes.

Bonnie tenía el hombro y la parte superior del brazo fuertemente vendados.

—No soy un bebé —protestaba la chiquilla con voz adormilada—. No quiero estar en esta cuna. —En ese momento vio a su tía y la cara se le iluminó—. ¡Lacey!

—Vaya vendaje más chulo, amiguita —dijo Lacey tratando de sonreír—. ¿Dónde firmo?

Bonnie le devolvió la sonrisa.

—¿A ti también te hicieron daño?

Lacey se acercó a la pequeña cama. Bonnie tenía el brazo apoyado sobre una almohada.

Isabelle Waring, mientras agonizaba, metió la mano de bajo de la almohada y sacó unas páginas ensangrentadas, pensó. Ahora, Bonnie está aquí porque yo estuve allí hace dos días. Y podríamos haber estado preparando su funeral.

—Se pondrá bien, de veras —le dijo Kit en voz baja.

—¿No te diste cuenta de que te seguían? —preguntó Jay.

—Por el amor de Dios, Jay, ¿estás loco? —le soltó Kit—. Claro que no.

Bonnie está herida y ahora se pelean como fieras por mi culpa, pensó Lacey. No puedo permitirlo.

Los párpados de Bonnie empezaban a cerrarse. Lacey se agachó y la besó en la mejilla.

—Vuelve mañana, por favor —rogó Bonnie.

—Tengo algunas cosas que hacer, pero volveré muy pronto —prometió Lacey.

Demoró los labios durante un instante en las mejillas de la niña. Jamás volveré a exponerte a ningún peligro, se juró.

Al volver a la sala de espera, Lacey se encontró con unos detectives de la oficina del fiscal de Bergen County que la esperaban.

—Nos han llamado de Nueva York —le dijeron.

—¿El detective Sloane? —Preguntó Lacey.

—No, de la oficina de la Fiscalía del Estado, señorita Farrell. Nos han pedido que nos ocupemos de que vuelva a casa sana y salva.