Sterling, Nor y Billy entraron por la puerta trasera de la mansión a tiempo de oír los insultos que estaba recibiendo el pastelero jefe. Sterling se apresuró hacia la cocina para ver qué estaba pasando y encontró al pastelero arreglando algo en las letras de la tarta de cumpleaños.

¿Se habrá equivocado con la edad?, se preguntó. Una vez había estado en una fiesta donde la hija de doce años había preparado un pastel sorpresa para su madre. Al ver el pastel, con todas las velas encendidas, la madre había estado a punto de desmayarse. La edad que tantos esfuerzos le había costado ocultar aparecía allí en letras de color fucsia coronando la tarta de vainilla. Sterling recordaba haber pensado que el que no sabe leer siempre puede contar. No fue muy caritativo de mi parte, se dijo.

Por fortuna el error de este pastelero no era grande. Con unos cuantos pases del cepillo de repostero, cambió Betty-Anna por Heddy-Anna.

Nor y Billy habían acudido a la cocina al oír el tumulto.

—Tú procura no cantar «cumpleaños feliz, Betty-Anna» —le dijo Nor a Billy por lo bajo.

—Ganas no me faltan, pero mi intención es salir de aquí con vida.

Sterling les siguió camino del salón. Nor pasó los dedos por el piano; Billy sacó su guitarra del estuche, y ambos probaron los micrófonos y el equipo de sonido.

Charlie Santoli era el responsable de darles la lista de canciones favoritas de los dos hermanos.

—No quieren que toquen tan fuerte que la gente no pueda ni pensar —dijo nervioso.

—Somos músicos. Aquí no berrea nadie —le espetó Nor.

—Pero cuando la madre aparezca vía satélite, ustedes llevarán la voz cantante, y ahí sí que tendrán que emplearse a fondo.

Sonó el timbre y la primera oleada de invitados irrumpió en el salón.

A Sterling siempre le había gustado estar con gente. Observó a los invitados a medida que entraban, y se dio cuenta de que había varias personas muy importantes.

Su impresión general fue que estaban allí más que nada por la magnitud de la donación al hogar de jubilados, y que después de la fiesta no tardarían en olvidarse de los hermanos Badgett.

Algunos, sin embargo, se detuvieron para admirar el retrato que iba a presidir la nueva ala del centro.

—Su madre es una mujer muy hermosa —dijo la presidenta de la junta directiva de la institución, señalando el retrato con un gesto de cabeza—. Se la ve tan digna, tan elegante. ¿Viene a verlos a menudo?

—Mi querida madre no es buena viajera —le dijo Junior.

—Mamá se marea en los barcos y en los aviones —lamentó Eddie.

—Entonces, Supongo que la irán a ver ustedes a Valonia —sugirió la presidenta.

Charlie Santoli acababa de reunirse con ellos.

—Naturalmente, y con toda la frecuencia que les es posible —afirmó.

Sterling meneó la cabeza. No está diciendo la verdad.

Billy y Nor atacaron la primera canción e inmediatamente fueron rodeados por un público atento. Nor era una gran intérprete con una voz atractiva y ronca. Billy, sin embargo, era excepcional. Sterling se dedicó a escuchar los comentarios de la gente.

—Es el nuevo Billy Joel…

—Seguro que triunfará…

—Y es guapísimo —dijo arrobada la hija de uno de los miembros de la junta.

—Billy, cántanos «Be There When I Awake».

La petición suscitó una espontánea ovación.

Moviendo suavemente los dedos por el mástil de su guitarra, Billy empezó a cantar: «I know what I want… I know what I need».

Debe de ser su último éxito, pensó Sterling.

Suena muy bien, incluso para mis trasnochados oídos.

Gracias a la música, el ambiente se relajó un poco. Los invitados empezaron a participar activamente en la fiesta: los vinos eran excelentes, la comida espectacular.

A eso de las siete y cuarto, los hermanos Badgett estaban radiantes. La fiesta estaba siendo un éxito. Y ellos triunfaban.

En un momento dado, Junior cogió el micrófono y se aclaró la voz.

—Quiero darles a todos la bienvenida; mi hermano y yo esperamos que lo estén pasando muy bien. Es un placer tenerlos como invitados en esta casa, y nos causa una grandísima felicidad haberles dado el dinero, quiero decir, haber hecho donación del dinero para la nueva ala del hogar de jubilados que recibirá el nombre de Mama Heddy-Anna, para celebrar el ochenta y cinco cumpleaños de nuestra querida madre. Y ahora, gracias al milagro del satélite, desde el histórico pueblo de Kizkek donde nos criamos mi hermano y yo, nuestra madre aparecerá en la pantalla. Mamá se quedó levantada hasta muy tarde porque se siente muy honrada.

Ahora, les pido a todos que canten con nosotros el «Cumpleaños feliz». Nuestros maravillosos Billy Campbell y su madre, Nor Kelly, nos darán el tono.

Hubo algunos aplausos aislados. Sacaron la tarta sobre un carrito, con las velas ya encendidas.

La pantalla de tres metros descendió del techo, y al momento la cara avinagrada de Mama Heddy-Anna ocupó todo el espacio.

Estaba sentada en su mecedora, sorbiendo una copita de grappa.

Eddie se echó a llorar. Junior mandó besos a la pantalla mientras los invitados cantaban obedientes el «Cumpleaños feliz» en valonio, guiándose por unas partituras marcadas fonéticamente.

Con los carrillos hinchados como dos globos rojos, Mama sopló las velas del pastel que sus hijos le habían mandado en vuelo chárter a Valonia. Fue ahí cuando quedó en evidencia que la anciana había ocupado sus horas de vigilia bebiendo más de la cuenta. En un inglés chapurreado empezó a insultar, a quejarse en voz alta de que sus hijos no iban a verla nunca y de que no se encontraba nada bien.

Junior bajó rápidamente el volumen, pero no antes de que ella gritara:

—¿Qué canalladas estaréis haciendo, que no podéis venir a ver a vuestra madre antes de que muera? En todos estos años, no lo habéis hecho ni una sola vez.

Billy y Nor arrancaron inmediatamente con otra vigorosa ronda de «Cumpleaños feliz». Esta vez, sin embargo, nadie careó, y la retransmisión se cerró con la impagable imagen de la Mama haciéndoles carantoñas a sus retoños y a los invitados, mientras le daba un ataque de hipo.

La risa de Jewel sonó como un trino agudísimo.

—¿Verdad que tiene un gran sentido del humor? Es que me encanta.

Junior la hizo a un lado y salió en tromba de la sala. Eddie le siguió los pasos.

—Esto es una catástrofe —le susurró Nor a Billy—. ¿Qué hacemos? Nos habían dicho que cantáramos «Es una chica excelente» mientras los invitados comían la tarta.

—Y luego el popurrí de canciones sobre madres, empezando con aquella de «I always loved my mama, she's my favourite girl…».

—Será mejor que vayamos a preguntar qué quieren que hagamos. No quiero arriesgarme a suponer nada —dijo Nor, mirando las caras de pasmo de los invitados que había en la sala.

Mientras se apresuraba a seguir a Nor y Billy, Sterling presintió que la cosa iba a acabar mal. Junior y Eddie estaban entrando en una habitación que había al fondo del pasillo.

Billy y Nor corrieron para darles alcance, y Billy llamó a la puerta que se acababa de cerrar. Al no obtener respuesta, él y Nor se miraron.

—Vamos a ver qué pasa —susurró Nor.

¿Por qué no os marcháis?, pensó Sterling angustiado, pero sabía que era un año demasiado tarde para eso.

Billy giró el tirador y abrió la puerta con cautela. Entraron a lo que parecía ser una pequeña sala de recepción: estaba vacía.

—Aquí no hay nadie —dijo Nor en voz baja, y señaló hacia otra dependencia que podía verse a través de una puerta entornada—. Quizá sería mejor…

—Espera. Están escuchando el contestador automático.

Una voz electrónica anunció: «Tiene usted un mensaje nuevo».

Nor y Billy dudaron, sin saber si aguardar o marcharse, pero el mensaje que pudieron oír los dejó de una pieza.

Era un ruego de alguien que parecía desesperado, un hombre que imploraba una «próroga» para devolver el dinero que le habían prestado.

El contestador hizo clic y se desconectó, y entonces oyeron a Junior gritar:

—No hay prórrogas que valgan, amigo. Eddie, manos a la obra. Di a los chicos que le peguen fuego a ese apestoso almacén, y que sea ahora mismo. No quiero que mañana siga en pie.

—Tranquilo, no quedarán ni las cenizas —dijo Eddie en un tono mucho más alegre, como si ya no se acordara de su mamá.

Billy se llevó un dedo a los labios. Con mucho sigilo, él y Nor salieron de la habitación y apresuraron el paso…

—Recojamos nuestras cosas —dijo Billy—. Nos largamos de aquí.

En lo que no se fijaron, pero sí Sterling, fue en que Charlie Santoli, que estaba al otro extremo del pasillo, los había visto salir del despacho.