Desde el momento en que abrió los ojos y se dijo a sí misma «Hoy cumplo ocho años», Marissa empezó a desesperar de que Sterling pudiera hacer que su papá y NorNor volvieran. Estaba convencida de que los iba a ver nada más levantarse, pero ahora se daba cuenta de que no iba a ser así.
Había esperado que volvieran para Pascua, y no había sido posible. Después había confiado en tenerlos allí cuando terminara el colegio… Luego cuando volvieran a empezar las clases… y así sucesivamente.
Hoy tampoco vendrán, pensó mientras se levantaba y se ponía la bata. Las lágrimas pugnaban por aflorar a sus ojos, pero ella lo impidió apretándoselos con las manos. Procuró componer una sonrisa y bajó a la cocina.
Su madre, Roy y los mellizos ya estaban sentados a la mesa. Al verla empezaron a cantar el «Cumpleaños feliz». Había varios regalos al lado de sus cereales: un reloj, libros y varios CD de parte de mamá y Roy y los gemelos; un jersey de parte de la abuela. Luego abrió las dos últimas cajas: unos patines nuevos de parte de papá y un conjunto de patinaje de parte de NorNor.
Ahora sí estaba totalmente convencida de que no iban a venir. De lo contrario, ¿no habrían esperado a darle personalmente los regalos?
Después de desayunar, Marissa se llevó todos los regalos a su cuarto. Cerró la puerta, arrimó la silla al armario y se subió a ella. En el estante superior dejó las cajas de los patines y el conjunto de patinar. Luego, con las puntas de los dedos, los empujó hacia el fondo para que no se vieran desde abajo.
No quería saber nada de aquellos regalos.
A las once estaba en la sala de estar, leyendo uno de los libros que le habían regalado, cuando sonó el teléfono. Aunque su corazón se detuvo cuando oyó a su madre decir «Hola, Billy», Marissa no levantó los ojos.
Pero entonces su madre se acercó a ella corriendo. No le dio tiempo a decir «No quiero hablar con papá», que ya tenía el teléfono pegado a la oreja y su padre le estaba gritando:
—Rissa, ¿te gustaría ir a cenar a Nor's Place y celebrar allí tu cumpleaños? ¡Dentro de nada estaremos en casa!
Marissa apenas si pudo susurrar «Oh, papá».
Su alegría era tan grande que no pudo decir otra cosa. Y entonces notó que alguien apoyaba una mano en su hombro. Levantó la vista y allí estaba: su amigo, el que llevaba aquel sombrero tan raro y que era una especie de ángel.
—Adiós, Marissa —dijo él sonriente, y desapareció.
En un santiamén, Marissa subió a su cuarto, cerró la puerta, agarró la silla y se puso encima de puntillas para alcanzar los regalos que había apartado antes. Pero mientras bajaba las cajas, algo cayó del estante y aterrizó junto a sus pies.
Marissa se agachó y contempló aquel pequeño adorno navideño que no había visto jamás. Era un ángel vestido igual que su amigo.
—Llevas el mismo sombrero —dijo mientras lo levantaba y le daba un beso. Luego se lo acercó a la mejilla y miró al cielo por la ventana—. Me habías dicho que no eras exactamente un ángel —susurró—. Pero yo sé que lo eres. Gracias por cumplir tu promesa de ayudarme. Te quiero.