Billy y Nor estaban mirando sus respectivos desayunos sin el menor interés por comer. La cruda realidad de que fuera el día de Nochebuena y el cumpleaños de Marissa se cernía sobre ellos como una molesta mortaja.
Los repentinos e insistentes timbrazos en la puerta los sobresaltaron. Billy corrió a abrir.
Un alborozado agente Frank Smith anunció:
—Cojan solo lo imprescindible. Tienen plaza reservada en el vuelo de la una menos veinte a Nueva York, y si quieren tomar ese avión no hay un minuto que perder.