—He comprado todo lo que necesitan —dijo Charlie—. Los hábitos de monje, las sandalias, los libros de oraciones, las maletas… unas bien cascadas, como si hubieran hecho voto de pobreza y lo hubieran cumplido.

Charlie, Marge y Sterling estaban en el salón de casa de los Santoli, los tres tensos Y preocupados de que los Badgett pudieran olerse algo antes de que despegara el avión.

—¿Y los pasaportes? —Preguntó Marge—. ¿Crees que puede fallar algo?

—Son falsificaciones de primera clase —dijo Charlie—. De eso se han ocupado ellos mismos.

—¿Cómo pensaban ir a Teterboro? —Preguntó Marge—. Espero que no lo hayan hecho en esa limusina.

—Iban a hacer que la limusina los llevara a una de las lavanderías que tienen en Nueva York. Allí se cambiarían de ropa y tomarían un taxi barato hasta el aeropuerto.

Eran las doce menos cinco. El avión debía despegar a medianoche.

—No sé. Esos dos tienen como un sexto sentido —dijo Charlie—. Si en el último momento sospecharan que esto es una trampa, y no subieran al avión, soy hombre muerto.

—¿Tuviste alguna sensación de se olían algo cuando los viste esta mañana? —preguntó Marge, haciendo trizas una servilleta de papel.

—En absoluto. Y ahora soy su mejor amigo. No olvides que es gracias a mí que podrán ver a su mamá. Si esto no sale bien, seré yo el culpable de haber sugerido el plan, pensó Sterling con una punzada de culpa.

El sonido del teléfono los hizo saltar a los tres. Charlie contestó.

—Diga.

—¿El señor Santoli?

—Yo mismo.

—Aquí Rich Meyers. Le gustará saber que cierto vuelo chárter acaba de despegar, con los hermanos Stanislas y Casper a bordo.

La sonrisa de alivio de Charlie bastó para decir a Marge y a Sterling lo que necesitaban saber.

—Deberían llegar a Valonia dentro de ocho horas. La policía estará esperando para arrestarles.

Nuestros agentes a bordo del avión se quitarán el disfraz clerical y volverán aquí tan pronto el avión haya repostado.

Charlie notó como si le quitaran de encima un peso de varias toneladas.

—Imagino que querrá tomarme una nueva declaración.

—La semana próxima. Disfrute de las fiestas. —Meyers hizo una pausa—. Sé que cooperará con nosotros. No se preocupe demasiado. Creo que ya sabe a qué me refiero.

—Gracias —dijo Charlie.

Sterling se puso en pie.

—Todo va a ir bien —dijo—. No te pasará nada, Charlie. Eres un buen hombre. Bien, debo irme.

—¿Cómo se lo podemos agradecer, Sterling? —preguntó Marge.

—Eso no tienes ni que pensarlo. Aprovecha bien el tiempo que estés en la tierra. Créeme, pasa volando.

Marge y Charlie entrelazaron las manos.

—No le olvidaremos —susurró Marge.

—Nunca —dijo Charlie con fervor.

—Ya nos veremos. De eso estoy seguro —dijo Sterling antes de desaparecer.