—Jewel, acompaña a Marge al coche, y danos cinco minutos —ordenó Junior.

Jewel cogió a Marge del brazo.

—Vamos, querida. Tú solo tratabas de ayudar.

Cuando estuvieron fuera del alcance de sus oídos, Charlie dijo indeciso:

—Te harás cargo de que Marge siempre ha creído que en estos años habéis ido a visitar a Mama Heddy-Anna regularmente.

—Y eso es lo que debe creer —le espetó Junior.

Charlie lo dejó pasar.

—No sabes cómo me inquieté cuando me contó lo del sueño. Conociendo las circunstancias, se me ha ocurrido algo. Puede que sea una locura, pero… —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. Bien, al menos quiero que me escuches. Sería la manera de que pudierais visitar a vuestra madre por Navidad sin correr riesgos.

—¿De qué estás hablando? —quiso saber Junior.

—¿Qué te sugiere el monasterio de San Esteban del Monte?

—¿El monasterio de San Esteban? Eso estaba en el pueblo de al lado, pasada la frontera. Cuando éramos chicos íbamos allí esquiando. Lo cerraron antes de que nosotros nos fuéramos del país.

—Pensaba que te sonaría. Ahora es un hotel, y lo van a inaugurar el día de Año Nuevo.

—¿En serio? —Eddie parpadeó—. Allí no podía entrar nadie. Pero ¿a qué viene eso?

—Tengo una prima monja que suele venir a vernos por Nochebuena. Este año no podrá estar con nosotros porque va en peregrinación. Sesenta monjas y hermanos y curas de todo el país van a hospedarse en San Estaban durante la semana de Navidad, antes de que abra al público.

Están captando el mensaje, pensó Charlie, mientras los veía intercambiar miradas.

—Un vuelo chárter parte mañana por la noche del aeropuerto de Teterboro, en Nueva Jersey.

Aterrizarán en la pista que acaban de construir cerca del hotel, que, naturalmente, sigue estando a un paso de casa de vuestra madre, pero al otro lado de la frontera.

Charlie deseaba poder enjugarse la frente, pero no quería mostrarse nervioso.

—Le pregunté a mi prima si quedaban plazas en ese vuelo, y esta mañana había todavía cuatro o cinco.

Junior y Eddie se miraron.

—Podríamos ir del monasterio a casa de mamá esquiando, no tardaríamos nada —dijo Eddie.

Charlie tragó saliva, consciente de que marcaba un golazo o mandaba la pelota a las nubes.

—Yo había pensado que si os hacéis pasar por monjes que han hecho voto de silencio, no habrá ningún peligro de que alguien averigüe quiénes sois. Imagino que no os costará nada conseguir los papeles adecuados.

—Eso no es problema —dijo bruscamente Junior. Se produjo un silencio. Miró a su hermano—. Siempre me ha parecido muy arriesgado volver a casa, pero esto podría funcionar.

—Yo voy —afirmó Eddie, muy decidido—. No podría pegar ojo si algo le ocurriera a mamá antes de que la vuelva a ver.

Charlie frunció el entrecejo.

—Habrá que actuar rápido. Las plazas podrían estar ya reservadas.

—Más te vale que no. —Junior se puso colorado—. Deberías habernos avisado enseguida, Charlie.

Santoli sacó su teléfono móvil.

—No, llama desde el nuestro. Conéctalo al altavoz.

—Desde luego.

—Convento de Santa María —respondió una voz de mujer—. Le habla la hermana Joseph.

—Hermana, soy Charlie Santoli, el primo de la hermana Margaret.

—Ah, sí, ¿cómo está usted?

—Bien. ¿Está la hermana Margaret?

—No, lo lamento, pero ha ido a hacer unas compras de última hora para el viaje. Nos han dicho que lleváramos ropa de abrigo.

Los hermanos miraron a Charlie.

—Pregúntaselo —dijo Junior, impaciente.

—Hermana, ¿sabe por casualidad si el vuelo a San Esteban está ya completo?

—Me parece que sí, pero déjeme que mire.

—¡Tiene que haber plazas! —susurró Eddie, retorciéndose las manos.

—Lo siento, señor Santoli. Sí, estamos llenos, pero acaban de cancelar dos reservas. Una de las hermanas de más edad no está en condiciones de hacer un viaje tan largo; ella y su compañera se quedan en tierra.

—Pobre de ella si se recupera —gruñó Junior—. Reserva esas dos plazas.

Al otro extremo de la línea, la agente Susan White del FBI, que llevaba en el convento varias horas esperando la señal, hizo el gesto convenido a Rich Meyers. Luego se puso a escribir:

—Hermano Stanislas y hermano Casper…

Marge y Charlie han estado de maravilla, pensó Sterling sonriendo de oreja a oreja al ver que la primera fase del plan había funcionado a la perfección.

Lo conseguiremos, Marissa, pensó.