A la mañana siguiente, el agente del FBI Rich Meyers llegó a casa de Charlie y Marge Santoli acompañado de su ayudante, el agente Hank Schell. Vestidos de operarios, entraron con maletines de herramientas que contenían un equipo de grabación.

Se sentaron a la mesa de la cocina con los Santoli mientras Schell se ocupaba de instalar y probar el micrófono.

Charlie había telefoneado a Meyers la noche anterior.y el agente le había aconsejado que pidiera asesoría legal antes de hacer cualquier tipo de revelación incriminatoria.

Charlie había desdeñado su sugerencia. Tengo algo mucho mejor que un abogado, pensó. Cuento con Sterling.

—¿Listo, señor Santoli? —preguntó Meyers.

—Sí. Me llamo Charlie Santoli…

Durante una hora entera, Charlie explicó su relación con los hermanos Badgett, empezando por sus empresas legales y detallando después todo cuanto sabía de sus actividades delictivas. Concluyó diciendo que, en su opinión, el gobierno nunca podría condenar a Junior y Eddie por el incendio del almacén de Kramer, y que Nor Kelly y Billy Campbell siempre estarían en peligro, tanto si se los protegía como si no.

Meyers escuchó impasible.

Charlie tomó aire:

—Cuando escuche lo que le vaya proponer, pensará que necesito medicación, no ayuda legal, pero como mínimo escuche hasta que haya terminado.

Sterling le guiñó un ojo a Charlie.

Con una sonrisa escueta, Charlie expuso el plan que Sterling le había explicado brevemente la noche anterior. De vez en cuando desviaba la vista hacia Sterling en busca de aprobación, y este le dedicaba un gesto de aliento.

La primera reacción de Meyers —«¿Que quiere hacer qué?»— fue cambiando a un reacio «No es del todo imposible», hasta que finalmente declaró:

—Hemos invertido miles de horas tratando de cazar a esos dos y no hemos conseguido nada. Pero si los meten en prisión para siempre, todos sus negocios sucios se vendrán abajo.

—Es lo que yo digo —le confirmó Charlie—. Aquí llevaría años condenarlos, e incluso en la cárcel seguirían siendo un peligro. Pero una vez encarcelados en la otra punta del mundo, esos matones suyos ya no tendrían nada que hacer.

Terminada la grabación, los dos agentes se levantaron y Meyers dijo:

—Bien, tendré que hablar con los jefes acerca de todo esto. Me pondré en contacto con usted dentro de un par de horas.

—Me encontrará aquí —dijo Charlie—. Mi oficina está cerrada durante las fiestas.

Cuando Meyers y Schell se fueron, Marge comentó:

—Lo peor de todo es esperar, ¿verdad?

Sterling pensó en sus cuarenta y seis años de espera celestial.

—Estoy totalmente de acuerdo contigo —dijo—. Con un poco de suerte, la espera acabará pronto para todos nosotros.

A la una, Rich Meyers telefoneó.

—De acuerdo. Si usted hace su parte, nosotros nos ocuparemos de todo lo demás.