Charlie y Marge siempre dejaban los regalos al pie del árbol unos días antes de Navidad. Sus tres hijos vivían en Long Island, y Marge daba gracias diariamente de que así fuera.

—¿Cuántos padres no tienen a sus hijos esparcidos por el mundo? —Preguntaba retóricamente con la cabeza metida en el secador—. Nosotros podemos consideramos muy afortunados.

Los seis nietos que tenían eran fuente de constantes alegrías; desde el chico de diecisiete años a punto de entrar en la universidad hasta el niño de seis, que iba a la escuela primaria.

—Todos son buenos chicos. No hay ninguna manzana podrida —solía vanagloriarse Marge.

Pero esta vez, Marge y Charlie no se sintieron tan contentos como siempre al disponer los regalos. El miedo al resultado inevitable de que Charlie hablara con el FBI se había apoderado de ellos, y a las ocho y media estaban los dos sentados en silencio en la sala de estar, Charlie haciendo zapping solo por distraerse.

Marge contemplaba el árbol navideño, cosa que normalmente la reconfortaba y la ponía de buen humor. Esta noche el efecto no fue el acostumbrado. Ni siquiera los adornos que habían hecho sus nietos a lo largo de muchos años conseguían animar su cara con una sonrisa.

Mientras estaba mirando, uno de los adornos cayó al suelo, el ángel de papel maché con un ala más corta que la otra, y con un sombrero por aureola. Se levantó para recogerlo, pero en ese instante el ángel empezó a brillar.

Marge abrió mucho los ojos, y luego la boca.

Por primera vez, sus labios no dejaron escapar una sola palabra. En menos de diez segundos el ángel se había transformado en un hombre de rostro agradable, bien vestido con una trinchera de color azul oscuro y con un sombrero de fieltro y ala estrecha en la cabeza, que rápidamente procedió a quitarse.

Marge profirió un grito estremecedor.

Charlie se había quedado medio dormido en el sofá. Dio un salto, vio a Sterling, y exclamó:

—Te envía Junior, estoy seguro.

—Santa Madre de Dios —gritó desesperada Marge—. Esto no es cosa de los Badgett. Es un fantasma, Charlie.

—No os alarméis por favor. He venido a ayudaros a solucionar vuestro problema —dijo Sterling con calma—. Sentaos.

Marge y Charlie se miraron. Tomaron asiento, Marge persignándose.

Sterling sonrió. Por un momento no dijo nada, quería que se habituaran a él y perdieran el miedo a que pudiera hacerles el menor daño.

—¿Os importa que me siente? —preguntó.

Marge seguía con los ojos como platos.

—Adelante, y sírvase usted una galleta —dijo, señalando el plato que había sobre la mesita baja.

—No, gracias —dijo él—. Yo ya no como.

—Ojalá pudiera decir lo mismo —terció Charlie mirando a Sterling, con el mando a distancia todavía en la mano.

—Apaga la tele, Charlie —ordenó Marge.

Clic. Sterling sonrió para sus adentro s recordando el comentario que había hecho la reina, que era Marge quien llevaba los pantalones en la casa.

Vio que ambos empezaban a relajarse. Han entendido que no les quiero hacer ningún daño, pensó.

Es hora de que explique por qué estoy aquí.

—Ya conoces a Nor Kelly y Billy Campbell, Charlie —empezó a decir—. Y sabes que están acogidos al Programa de Protección de Testigos.

Charlie asintió.

—He sido enviado para ayudar a la hija de Billy, Marissa, que desea estar de nuevo con su padre y su abuela. A tal fin, es preciso retirar la amenaza que pende sobre ellos.

—Junior y Eddie —dijo Charlie.

—¡Esos dos! —exclamó ella con desdén.

—Mientras investigaba la mejor manera de velar por la seguridad de Nor y Billy, me di cuenta de que tú también corres un grave peligro.

Marge cogió la mano de Charlie.

—Teniendo en cuenta todos los factores, he llegado a la conclusión de que la manera más efectiva de resolver el problema es hacer que los Badgett vuelvan a Valonia, donde serán encarcelados para el resto de sus días.

—Y espero que tiren la llave a la basura —declaró Marge—. Esos hermanos son de la peor calaña.

Charlie, abogado hasta la médula, dijo:

—Ya le digo yo que esos dos no pisarán jamás suelo valonio.

—¿Ni siquiera por su madre? —preguntó Sterling.

—Hace casi quince años que se lamentan de no poder ir a verla, pero jamás le han hecho una visita —dijo Charlie.

—Tengo un plan que podría llevarlos al lado de Heddy-Anna —explicó Sterling.

Súbitamente esperanzados, Charlie y Marge le escucharon con gran atención.