Marissa abrió la puerta de su cuarto y vio, gratamente sorprendida, que Sterling estaba sentado en la silla grande.

—Creí que te ibas y que vendrías a darme las buenas noches —dijo.

—Y me he ido —explicó él—. He estado echando un vistazo al último año de tu vida mientras tú estabas abajo, y ahora sé por qué tu papá y NorNor tuvieron que marcharse.

—¡Pero si solo he estado abajo media hora!

—Para mí el tiempo corre de modo diferente —dijo Sterling.

—Estaba pensando en ti. Comía rápido, pero luego salió Roy con esa aburrida historia de cuando él era pequeño e hizo el papel de uno de los pastores en la representación teatral. Me he escabullido lo antes posible. Vaya, me alegro mucho de que estés aquí.

—Mira, me he enterado de muchas cosas mientras tú cenabas. Voy a tener que irme porque voy a estar muy ocupado tratando de que tu papá y NorNor puedan estar de vuelta para tu cumpleaños.

—Es el día de Nochebuena —le recordó ella inmediatamente—. Cumpliré ocho.

—Ya lo sé.

—Solo faltan cuatro días.

Sterling percibió una mezcla de escepticismo y de esperanza en los ojos de Marissa.

—Tú puedes ayudarme —dijo.

—¿Cómo?

—Rezando.

—De acuerdo. Lo haré.

—Y siendo amable con Roy.

—Eso es más difícil. —Toda ella se transformó, su voz se tornó más grave—. Recuerdo aquella vez que… bla, bla, bla.

—Marissa —le advirtió Sterling.

—Vaaaaale —dijo ella—. Roy es buena persona, supongo que sí.

Mientras se ponía en pie, Sterling pudo deleitarse con la momentánea alegría que vio en los ojos de Marissa. Eso le hizo pensar en la primera vez que la había visto, con Billy y Nor. No puedo fallarle, pensó. Fue a la vez una plegaria y un juramento.

—Debo irme, Marissa.

—¡Por Nochebuena, me lo has prometido! —dijo ella.