—Bueno, Sterling, parece que has hecho tus deberes —dijo la monja.
—Eres un viajero empedernido —bramó el almirante.
—Nos sorprendió que quisieras ir a Valonia —le dijo el monje—, pero luego nos olimos lo que estabas tramando. Yo estuve en ese monasterio, ¿sabes? Viví allí hace mil cuatrocientos años. Me cuesta creer que lo hayan convertido en un hotel. No imagino el monasterio con servicio de habitaciones.
—Lo comprendo, señor —dijo Sterling—, pero para nuestros propósitos puede ser muy adecuado. Creo que al fin he dado con la manera de ayudar a Marissa, a su padre y a su abuela, e incluso a Charlie. Él necesita mi ayuda tanto como Marissa, pero de otra manera.
Hizo una pausa y los miró a todos, de uno en uno.
—Solicito permiso para aparecer ante Charlie a fin de que él pueda trabajar conmigo en la solución del conflicto.
—¿Quieres decir como apareciste ante Marissa, que supo entender que no eras de este mundo? —inquirió el pastor.
—Sí. Lo considero necesario.
—Quizá tendrías que ir pensando en ser visible también para Marge —sugirió la reina—. Algo me dice que ella es quien lleva los pantalones en esa familia.
—No quería pasarme ni un pelo —reconoció Sterling con una sonrisa—. Pero sería estupendo que pudiera comunicarme con los dos.
—¿Pasarte ni un pelo? —El torero arqueó las cejas—. Esa expresión no estaba de moda cuando tú vivías.
—Lo sé, pero la oí en alguna parte y me hizo gracia. —Se puso en pie—. Según el calendario terrenal, mañana será el día en que yo conoceré a Marissa. He completado el círculo.
—No olvides que también fue el día en que apareciste ante nosotros —bromeó el santo indio.
—Eso no lo olvidaré nunca.
—Ve con nuestra bendición —le dijo el monje—. Pero recuerda: la Navidad, que tú confías celebrar en el cielo, se está acercando.