—Deberíamos haber colocado las luces hace al menos una semana —comentó Marge mientras desenrollaba otra tira de bombillas y se las pasaba a Charlie, que estaba subido a una escalera por la parte exterior de la ventana de la sala de estar.

—He tenido demasiado trabajo, Marge. No me ha sido posible. —Charlie consiguió pasar la tira por encima del árbol, que desde el año anterior había crecido considerablemente—. ¿Sabes?, hay gente que cobra por hacer esto. Tienen escaleras más altas, son más jóvenes, más fuertes, y además lo harían mejor.

—Ya, pero entonces no sería tan divertido, Charlie. Hace cuarenta años que decoramos el árbol navideño juntos. Llegará el día en que ya no podrás, y entonces desearás poder hacerlo. Tienes que reconocer que te encanta este ritual.

Charlie sonrió de mala gana:

—Si tú lo dices…

Sterling estaba observando a la pareja. Él lo está pasando bien, pensó. Le gusta estar en familia.

Una hora más tarde, helados de frío pero satisfechos, Marge y Charlie entraron en la casa, se quitaron las chaquetas y los guantes y fueron como autómatas a la cocina en busca de un té. Una vez con la tetera y unas galletas recién horneadas ante ellos, Marge soltó la bomba:

—Quiero que dejes de trabajar para los hermanos Badgett, y quiero que renuncies mañana mismo.

—¿Te has vuelto loca, Marge? No puedo hacer eso.

—Claro que puedes. No somos ricos, ya lo sé, pero tenemos suficiente para ir tirando. Si no quieres jubilarte todavía, abre otra vez tu bufete y dedícate a hacer testamentos y ventas de casas. No estoy dispuesta a que firmes tu sentencia de muerte trabajando un solo día más para esos dos.

—Tú no lo entiendes, Marge; no puedo renunciar —dijo Charlie. Estaba desesperado.

—¿Por qué? Si te diera un infarto se buscarían otro abogado, ¿no?

—No se trata de eso, Marge. Es que… mira, dejémoslo.

Marge se levantó, apoyando ambas manos con firmeza sobre la mesa.

—Es que… ¿qué? —Preguntó levantando la voz—. Charlie, dime la verdad. ¿Qué es lo que pasa?

Y Charlie, primero con mucho tiento, luego precipitadamente, confesó a su mujer que con los años se había dejado convencer por los Badgett para hacer amenazas a quienes ellos consideraban sus enemigos. Vio que la expresión de Marge pasaba de la sorpresa a la honda preocupación al darse cuenta de que su marido había sufrido una tortura emocional durante muchos años.

—Ese juicio que he conseguido ir aplazando tiene que ver con el incendio en el almacén de Syosset el año pasado. Los cantantes que habían sido contratados para la fiesta del cumpleaños de Heddy-Anna oyeron a Junior dar la orden de que le pegaran fuego. La gente cree que los cantantes están trabajando en Europa, pero de hecho están bajo custodia preventiva.

Ah, conque eso es lo que se decía de Nor y de Billy, pensó Sterling.

—¿Por qué quieres aplazar el juicio?

—Hemos sobornado a expertos que jurarán que el incendio fue causado por un cortocircuito.

Hans Kramer, el dueño del almacén, desapareció del mapa, pero los Badgett descubrieron el mes pasado que él y su mujer están viviendo en Suiza.

Tienen familia allí, y después de lo que pasó, Kramer no quiere saber nada más de los hermanos.

—No me has contestado, Charlie.

—Mira, Marge, no soy yo quien quiere aplazar el juicio, sino los Badgett.

—¿Por qué? —Marge le miró a los ojos.

—Porque no quieren que empiece hasta estar seguros de que Nor Kelly y Billy Campbell no podrán hablar.

—¿Y tú les sigues el juego? —preguntó incrédula.

—A lo mejor no los encuentran.

—A lo peor sí, Charlie. ¡Tú no podrás evitarlo!

—Ya lo sé —explotó él—. No sé qué otra cosa hacer. Comprenderás que, en cuanto avise al FBI, los Badgett se enterarán. Tienen métodos para enterarse de estas cosas.

Marge rompió a llorar.

—¿Cómo ha podido ocurrir? Charlie, sean cuales sean las consecuencias, tienes que hacer lo correcto. Espera a que pasen las navidades. Al menos pasemos esta sabiendo que estamos todos unidos. —Se enjugó los ojos con el dorso de la mano—. Rezaré para que ocurra un milagro.

Charlie se puso en pie y abrazó a su esposa.

—Mira, cuando reces, procura ser más concreta —dijo con una sonrisa cansina—. Reza para que haya una manera de que Junior y Eddie vayan a Valonia a ver a su madre. Yo podría hacer que la policía los detenga tan pronto como aterricen allí. Eso lo solucionaría todo.

Marge le miró:

—¿De qué estás hablando?

—Los juzgaron en rebeldía por los delitos que cometieron en su país, y ambos están condenados a cadena perpetua. Ya no podrían volver a Estados Unidos.

¡Cadena perpetua!, pensó Sterling. Por fin sabía lo que tenía que hacer. La única pregunta era cómo hacerla.

Sterling salió afuera. Marge había conectado las luces del árbol. Estaba cambiando el tiempo, y el último sol de la tarde había desaparecido tras unos nubarrones. Las lucecitas de colores titilaban alegremente en el abeto, Contrarrestando la creciente lobreguez del día invernal.

De súbito, como un regalo del cielo, Sterling recordó algo que había oído decir a Heddy-Anna durante la comida con sus amigos. Es posible, pensó, es posible. Y empezó a pergeñar un plan para conseguir que los hermanos volvieran a su patria chica.

Las probabilidades eran remotas, pero existían.