Vaya, no creo que se hospeden aquí, pensó Sterling, desanimado. Se encontraba en la galería de la segunda planta de un motel de mala muerte muy cercano a una autopista. Aunque hacía un calor sofocante, la zona era muy bonita. Como en la aldea de Heddy-Anna, las montañas dominaban el paisaje.
De los seis vehículos aparcados frente al motel, cuatro tenían matrícula de Colorado.
Reparó en un hombre muy fornido y con gafas oscuras sentado dentro de un monovolumen. Le pareció que el hombre miraba el espejo retrovisor, como si vigilara la puerta que tenía justo detrás.
Sterling se volvió en aquella dirección. Por la ventana vio a Billy dentro del cuartucho, con las manos en los bolsillos. Observaba a Nor, que estaba sentada en la cama con un teléfono en la mano.
El aspecto de ambos había cambiado. Nor tenía el pelo castaño, no rubio, y lo llevaba recogido en un pulcro moño. Billy llevaba barba, y su pelo era mucho más corto.
Tal vez es desde aquí desde donde llaman a su casa, pensó Sterling. Si se han acogido al Programa de Protección de Testigos solo pueden telefonear desde líneas seguras. Los dos parecían terriblemente preocupados.
Entró, se quitó el sombrero y pegó el oído al auricular. Me estoy volviendo un fisgón de primera, pensó. Oyó una voz familiar al otro extremo de la línea: Nor estaba hablando con Dennis.
—No hace falta que te diga que tú eres el alma del restaurante, Nor —estaba diciendo Dennis—. Sí, yo puedo preparar combinados, y los chicos son buenos camareros, y Al es el mejor chef que hemos tenido nunca, pero eso no basta. Cuando entran, los clientes quieren verte sentada a tu mesa.
—Lo sé. ¿Cuánto hemos perdido este mes?
—Mucho. No llenamos ni una cuarta parte, ni siquiera los sábados por la noche.
—Eso significa, claro, que los camareros se están quedando sin propinas —dijo Nor—. Mira, Dennis, esto no va a durar mucho. En cuanto termine el juicio y los Badgett estén en la cárcel, podremos volver a casa. Calcula cuánto han perdido en propinas, y compénsales por la mitad cuando les pagues.
—Me parece que no lo has entendido, Nor. Estás perdiendo dinero a espuertas.
—Y tú tampoco me has entendido —le espetó Nor—. Sé que el restaurante me necesita. Pero tú y Al y los camareros, y el pinche de cocina y la gente de la limpieza, formáis parte de esto igual que yo. Tardé dos años en reunir un equipo tan bueno, y no quiero perderlo ahora.
—Cálmate, Nor, solo trato de ayudarte a que no te hundas con el restaurante.
—Lo siento, Dennis —dijo Nor apenada—. Todo este asunto me tiene muy nerviosa.
—¿Cómo está Billy?
—¿Tú qué crees? Acaba de telefonear a Marissa y a la compañía discográfica. Marissa se niega a hablar con él (y de paso conmigo también) y la discográfica le ha dicho que como esto no acabe pronto van a tener que cancelar su contrato.
Hubo un silencio.
—Dennis —prosiguió Nor—, ¿sabes ese cuadro impresionista que está cerca de la chimenea, en mi sala de estar?
—Sí.
—Bien. Te nombro mi apoderado. Ve a mi caja de caudales y busca los papeles relativos al cuadro. Llévalo todo a la Reuben Gallery. Sé que te harán una buena oferta. Yo creo que vale al menos sesenta mil dólares. Eso ayudará un poco.
—Pero ese cuadro te encanta, Nor.
—Más me gusta el restaurante. Bueno, Dennis, creo que no puedo darte más buenas noticias de momento. Te llamaré dentro de un par de semanas.
—De acuerdo. Aguanta como puedas, Nor.
La siguiente llamada fue a Sean O'Brien, para ver si sabía algo de la fecha del juicio. No sabía nada.
Salieron de la habitación en silencio, bajaron al estacionamiento y se metieron en el monovolumen donde estaba sentado el hombre de las gafas oscuras. Debe de ser el agente del FBI que cuida de ellos, se dijo Sterling.
Viajó en el asiento de atrás, al lado de Nor.
Nadie dijo nada durante el trayecto de veinte minutos. Sterling vio un indicador que anunciaba que Denver estaba a cincuenta kilómetros. Ya sé dónde estamos, pensó. La Academia de las Fuerzas Aéreas queda cerca de aquí.
Billy y Nor estaban viviendo en un dúplex mediocre cuya única virtud, al menos a juicio de Sterling, era su situación. Estaba ubicado en un terreno de grandes dimensiones, protegido por árboles que le daban privacidad.
Cuando el coche se detuvo, Billy se volvió al agente.
—Entre, Frank. Tengo que hablar con usted.
—Por supuesto.
El mobiliario de la sala de estar parecía comprado en la subasta de un motel en bancarrota: sofá y sillas de imitación de piel, mesas de formica, moquetas de un anaranjado subido. Un ruidoso aparato de aire acondicionado pugnaba por refrescar el ambiente.
Sterling vio que Nor había intentado dar un aire acogedor al aposento. Unos grabados de muy buen gusto desviaban la mirada del espantoso mobiliario. Un jarrón con flores y varias plantas grandes de interior contribuían a aligerar el ambiente deprimente.
La sala de estar daba a lo que estaba pensado como comedor. Billy lo había convertido en su estudio: había un viejo piano vertical cargado de partituras, un reproductor de CD y estantes llenos de discos. Su guitarra descansaba sobre una butaca cerca del piano.
—¿Qué puedo hacer por usted, Billy? —preguntó el agente.
—Ayudamos con el equipaje. Yo no me quedo aquí ni una noche más. Ya estoy harto.
—Billy, la culpa no es de Frank —dijo Nor, tratando de apaciguarle.
—Al paso que vamos, este juicio no se va a celebrar nunca. ¿Y yo tengo que pudrirme el resto de mi vida en esta casa? Frank, deje que le explique una cosa. La semana pasada, cumplí treinta años. En el mundo de la música eso es ser viejo, sabe. Ni más ni menos. Los que triunfan ahora empiezan a los diecisiete años, incluso antes.
—Cálmate, Billy —le imploró Nor.
—No puedo, mamá. Marissa está creciendo sin nosotros. Y está empezando a odiarme. Cada vez que hablo con Denise me dice lo preocupada que está por Rissa, y tiene toda la razón. Voy a correr el riesgo. Si me sucede algo, al menos será porque estoy viviendo mi vida.
—Escuche, Billy —le interrumpió el agente—. Sé lo frustrante que debe de ser para usted y para su madre. No es el primero que pasa por una situación así. Pero es que el peligro que corre es real. Tenemos manera de averiguar las cosas. No había motivos para decírselo antes, pero los están buscando a usted y a su madre desde enero. Y en vista de que sus matones no tenían éxito, los hermanos Badgett decidieron contratar a un asesino a sueldo.
Nor palideció al instante.
—¿Cuánto hace de eso?
—Tres meses. Sabemos quién es, y nuestros hombres lo están buscando. Bien, ¿todavía quiere que les ayude a hacer la maleta?
Billy se desinfló.
—Supongo que no. —Se acercó al piano—. Tendré que seguir escribiendo canciones para que las pueda cantar otro.
El agente saludó con la cabeza a Nor y salió de la habitación. Momentos después, Nor se aproximó a Billy y le puso las manos en los hombros.
—Esto no puede durar siempre, hijo.
—Pero es un infierno.
—Estoy de acuerdo.
Lo mismo digo, pensó Sterling. Pero ¿qué podría hacer yo? A medida que sabía más cosas, menos capaz se sentía de hallar una solución.
Miró a Nor ya Billy y salió. Estoy habituado a la altitud en el cielo, pero no en Colorado, pensó, notando que se le iba un poco la cabeza.
Es duro creer que Nor y Billy todavía estén aquí para diciembre. Su estado emocional para cuando llegue esa fecha no podrá ser peor. ¿Adónde ir? ¿Qué puedo hacer? Todo gira alrededor de ese juicio. Quizá debería ir a ver al abogado de los Badgett. Después de todo, él es quien vio salir a Billy y Nor del despacho de Junior.
Será un descanso dejar este calor, decidió Sterling mientras cerraba los ojos. El verano siempre fue la estación que menos me gustaba.
Una vez más se dirigió mentalmente al Consejo Celestial. ¿Podría ser trasladado a donde se encuentra Charlie Santoli, y podría ser a primeros de diciembre? Amén, añadió.