Un instante después en la eternidad, pero una semana más tarde según el calendario terrenal, Sterling solicitó una entrevista con el Consejo Celestial. Ahora estaba sentado frente a ellos.
—Parece como si llevaras todo el peso del mundo sobre los hombros, Sterling —observó el monje.
—Es la sensación que tengo, señor —concedió Sterling—. Como sabéis, los acontecimientos de la semana pasada se precipitaron después del incendio en el coche. La policía y el FBI convencieron a Nor y Billy de que era necesario que estuvieran bajo custodia preventiva hasta el juicio contra los hermanos Badgett. Se esperaba que el proceso tuviera lugar en un plazo relativamente corto.
—Todos sabemos que eso no será así —dijo el pastor.
—¿Tienes un plan de acción? —preguntó imperiosamente el almirante.
—Sí, señor. Quisiera pasar por este año terrenal lo más rápido posible. Estoy impaciente por llegar al punto en donde conocí a Marissa y empezar a hacer algo para ayudarla. Hasta entonces tengo las manos atadas. Solo que me gustaría tener alguna que otra pista sobre lo que necesitaré saber a fin de que Marissa pueda reunirse felizmente con su padre y su abuela.
—Entonces ¿no quieres pasar otro año entero en la tierra? —A la reina pareció divertirle eso.
—Pues no —le dijo Sterling, con voz solemne—. Mi época terrenal ha quedado atrás. Anhelo ayudar a Marissa. Se despidió de Billy y de Nor hace solo unos días, y ya está desconsolada.
—Lo sabemos —dijo suavemente la enfermera.
—Cuéntanos tu plan —propuso el santo indio.
—Tener la libertad de recorrer el año lo más rápido que me parezca necesario, y la facultad de poder trasladarme de sitio en sitio con solo que lo solicite al Consejo.
—¿A quién tienes pensado visitar? —dijo el torero.
—Para empezar, a Mama Heddy-Anna.
Los del Consejo le miraron atónitos.
—Allá tú —dijo el monje.
—Mama Heddy-Anna ha tenido que soportar muchas cosas —murmuró la monja.
—El día que aparezca por aquí será sonado —terció el almirante—. Yo mandé muchos barcos en combate, pero reconozco que esa mujer podría convertirme en un cobarde.
Todos rieron. El monje alzó la mano con la palma hacia fuera.
—Ve, Sterling. Haz lo que sea necesario. Tienes todo nuestro apoyo.
—Gracias, señor. —Sterling miró de uno en uno a los miembros del Consejo y luego volvió la cabeza hacia la ventana celestial. Las puertas estaban tan cerca que casi creyó poder tocarlas con la mano.
—Ponte en camino, Sterling —dijo el monje con tono bondadoso—. ¿Dónde quieres que te dejemos?
—En Valonia.
—A cada uno lo suyo —dijo el monje, y pulsó el botón.