Yo siempre me ponía traje cuando tenía una entrevista de negocios, pensó Sterling mientras seguía a Billy hasta el tren de las tres.
Para su cita con los directivos de la discográfica, Billy había escogido unos vaqueros, una camisa holgada azul oscuro y una cazadora de piel.
Nunca me acostumbraré a estos nuevos estilos.
Claro que, en la década de 1880, cuando mamá era joven, ella llevaba corsés de encaje, botines abotonados, sombreritos y vestidos largos hasta los pies. Sterling suspiró, sintiendo nostalgia por la serenidad de la vida tras la muerte, donde uno no tenía que preocuparse por la ropa.
Tomó el asiento contiguo al de Billy, que había encontrado una plaza libre junto a la ventana. Yo también prefería el asiento de ventana cuando viajaba en tren, recordó Sterling. Cuando Annie y yo íbamos a visitar a nuestros amigos de Westport, siempre me sentaba junto a la ventana, y Annie no se quejaba nunca: ¿Será eso lo que el Consejo Celestial quería decir cuando me llamó pasivo-agresivo?
Se dio cuenta de que Billy estaba muy preocupado al ver la expresión de sus ojos y de su rostro. Se alegró cuando Billy cerró los ojos. Quizá así se relajará un poco, confió Sterling. Tendrá que estar muy despierto cuando se reúna con ese Chip Holmes.
El tren no era directo y tardó cuarenta y cinco minutos en llegar a Queens. Desde allí tomaron el metro hasta la calle Cincuenta y nueve, en Manhattan.
Llegamos con una hora de tiempo, notó Sterling mientras subían a la calle. Empezaba a anochecer. El tráfico era intenso, y los escaparates lucían decoraciones navideñas. Espero que Billy se dedique a pasear un rato. Hace cuarenta y seis años que no piso esta parte de Manhattan.
Parece igual pero a la vez distinto. Bloorningdale no cambiará nunca. Pero no veo Alexander's. Me encantaba vivir aquí, recordó Sterling mientras lo miraba todo. No hay un lugar igual en todo el mundo.
Siguió a Billy hacia Park Avenue. Los árboles de la isla central relucían de luces blancas. El aire era frío pero diáfano. Sterling inspiró hondo pese a que no le hacía falta respirar. El aroma de las plantas navideñas le hizo pensar en otras fiestas pasadas.
Fueron andando hacia el centro y pasaron por delante del número 475 de Park Avenue. Ahí vivía mi jefe, recordó Sterling. Siempre nos invitaba a Annie y a mí a la fiesta que daba el día de Año Nuevo. ¿Qué fue de él? Nunca le he visto en la sala de espera, ni tampoco pasando frente a la ventana celestial.
En ese instante, un hombre muy viejo, bastón en mano, salió cojeando del edificio y se puso a hablar con el portero.
—Mi chófer se retrasa. Consígueme un taxi, muchacho.
Sterling se quedó de piedra. Es él, mi jefe. Josh Gaspero. ¡Debe de tener cien años! Me encantaría poder saludarle, pero mucho me temo que no tardaré en verle allá arriba.
Billy se había adelantado y Sterling se apresuró a alcanzarle, mirando varias veces hacia su jefe, que estaba esperando impaciente en la acera. No ha cambiado, pensó Sterling con afecto.
El Saint Regis estaba en la Cincuenta y cinco, pero Billy siguió al sur por Park Avenue. Al llegar a la Cincuenta, torció a la derecha y siguió unas manzanas al oeste en dirección al Rockefeller Center.
Otra vez aquí, pensó Sterling. Es un sitio estupendo cuando llega la Navidad. Apuesto a que sé adónde se dirige Billy. Cinco minutos después estaban delante del espléndido árbol con sus miles de luces de colores, mirando la pista de patinar.
Aquí es donde empezó todo. Sterling sonrió para sus adentros. El año que viene. Observaron a los patinadores y escucharon la música que sonaba en la pista. Apuesto a que Billy ha venido a patinar aquí con Marissa. Le observó. Estoy seguro de que ahora mismo la tiene en sus pensamientos.
Billy dio media vuelta. Sterling cruzó la Quinta Avenida detrás de él y le siguió mientras subía las escaleras de la catedral de San Patricio. Ha venido para rezar, pensó Sterling. Tan pronto franquearon la entrada y experimentaron la majestuosidad del templo, Sterling tuvo una intensa sensación de anhelo. Le vinieron a la mente los rostros alegres y apacibles de las personas que se acercaban a las puertas del cielo. Con la cabeza gacha, se arrodilló junto a Billy después de que este encendiera una vela en una de las capillas laterales.
Él reza por su futuro en la tierra. Yo rezo por el mío en la eternidad. Estar una hora en el cielo el día de Nochebuena… Sterling notó lágrimas en sus ojos y susurró: «Ayúdame a completar mi misión en la tierra para que pueda empezar a ser digno de Ti».
Cuando salieron de la catedral varios minutos después, Sterling sentía a la vez gratitud y pena. Supo que por fin estaba empezando a valorar de verdad el don de la vida y el regalo de la vida eterna.
Una vez en el Saint Regis, Billy entró en el King Cole Bar, se sentó a una mesa y pidió un agua Perrier.
Vaya, cómo ha cambiado esto, pensó Sterling mientras echaba un vistazo. Pero el mural de Maxfield Parrish es el mismo de siempre. Siempre me encantó.
Eran casi las cinco y el bar empezó a llenarse de repente. Recuerdo que nos reuníamos aquí para tomar un vaso de vino, pensó Sterling. Es lo mismo que hace la gente ahora, verse con los amigos, disfrutar de la compañía mutua; eso al menos no ha cambiado.
Un par de mujeres jóvenes miraron sonrientes a Billy, que estaba demasiado absorto en sus cosas como para percatarse de ellas.
A las cinco y veinte, Sterling notó que Billy se estaba preparando para el encuentro. Enderezó los hombros, empezó a beber su agua, pendiente de la puerta del bar. Diez minutos después, cuando el ejecutivo de la discográfica que había estado en Nor's Place apareció acompañado de un hombre de gestos impetuosos y calva incipiente, Billy era la viva imagen del hombre atractivo y simpático.
Se trasladaron a una mesa más grande. Siempre hay sitio para uno más, pensó Sterling mientras ocupaba la silla vacía y empezaba a estudiar a los recién llegados. Le bastó un momento para distinguir que Chip Holmes era el pez gordo de la discográfica y Eli Green el jefe de la Sucursal de Nueva York.
Holmes era el típico individuo pragmático que va siempre al grano.
—Eres bueno, Billy, muy bueno. Tu manera de cantar tiene algo especial que me hace confiar en que vas a llegar muy lejos.
Es lo que yo decía, pensó Sterling.
—Además, tienes buena imagen, lo cual no es muy habitual entre los cantantes masculinos.
Sterling aplaudió en silencio el comportamiento de Billy durante la media hora que duró la entrevista. Hablaba confiado y, aunque se mostró contento, no exageró su alegría cuando Holmes le ofreció un sustancioso contrato y le prometió que tendría todo el apoyo que necesitara.
—Te hemos asignado uno de nuestros mejores productores. Quiere ponerse a trabajar contigo lo antes posible. En el plazo de un año podrías ser una estrella, Billy.
La entrevista concluyó con apretones de manos y una ferviente expresión de gratitud por parte de Billy.
Bien hecho, pensó Sterling. Durante la charla los has impresionado con tu compostura, pero ahora tocaba hacerles ver que te alegrabas de cerrar el trato. Conozco a los tipos como Holmes. Les gusta hacer el papel de persona muy influyente.
Ya en el vestíbulo, Billy consultó el horario de trenes y miró su reloj. Sterling pudo ver que pretendía tomar el tren que salía a las siete menos diez de Jamaica, en Queens. Un poco justo, pensó Sterling, pero es un directo, Y el siguiente para en todas las estaciones.
Recorrieron las siete manzanas hasta la calle Cincuenta y nueve en la mitad de tiempo que habían tardado en llegar al hotel. Billy está flotando de felicidad, pensó Sterling. Al menos, de momento. Estoy seguro de que en vez de pensar en los Badgett, se está deleitando en lo que puede significar este contrato para su futuro.
Bajaron al metro y se sumaron a la multitud que llenaba el andén. Tras consultar de nuevo su reloj, Billy se abrió paso hasta el borde y se inclinó para ver si veía llegar una luz por el túnel.
Todo sucedió en un instante. Sterling vio materializarse de pronto a un tipo corpulento que, de un golpe con el hombro, mandaba a Billy hacia las vías. Angustiado, Sterling trató de agarrarlo sabiendo que no podía hacerle recuperar el equilibrio, pero sus brazos atravesaron limpiamente el cuerpo de Billy.
El tren estaba entrando en la estación. Se va a caer, pensó Sterling, impotente. Una mujer gritó mientras el tipo corpulento tiraba de Billy para ponerlo a salvo y luego desaparecía entre la muchedumbre, camino de la salida.
El convoy abrió sus puertas. Billy se apartó mientras los pasajeros salían en tromba.
—¿Se encuentra bien? —preguntó alguien, nervioso, mientras Billy abordaba el vagón.
—Sí, estoy bien. —Billy se agarró de la columna central que había junto a la puerta.
Una mujer mayor le reprendió.
—Ha tenido usted mucha suerte. No debería acercarse tanto al borde del andén.
—Ya. Ha sido una estupidez —concedió Billy, y luego se volvió haciendo un intento de normalizar el ritmo de sus pulsaciones.
No ha sido ninguna estupidez, quiso gritar Sterling, desconsolado por no poder advertir a Billy. Él no se da cuenta de que le han empujado adrede. El andén estaba tan lleno que seguramente piensa que los empujones han sido la causa de que perdiera el equilibrio, y que alguien le ha agarrado a tiempo.
Sterling se situó junto al poste central mientras el metro daba bandazos por la vía. Llegaron a Jamaica con el tiempo justo de tomar el tren de las siete menos diez a Syosset.
Sterling no dejó de tener pensamientos lúgubres durante todo el trayecto: Lo sucedido en el andén del metro no ha sido un accidente, ¿qué van a intentar ahora los hermanos Badgett?